viernes, 12 de octubre de 2012

Un suspiro



Tengo ochenta años y creo que jamás podré escribir “tengo ochenta y un años”. Me encuentro en un estado de paz que me va guiando hacia la muerte más certera. Estoy en calma, tranquila, esperando que venga a buscarme y llevarme con ella debajo de su vestido negro ardiente. La verdad es que no deseo vivir más. Creo que ya he hecho todo lo que tenía que hacer aquí. ¿Miedo? No tengo ningún miedo, tan solo cierta intriga porque no sé cuanto me dolerá y ese miedo se transforma en el sufrir.

Estoy tumbada en la cama en la que he dormido los últimos treinta años de mi vida, cama que solamente compartí conmigo misma y con mis sueños, mis comidas, cenas, meriendas, libros, revistas y cigarrillos. No puedo andar, solo permanezco tumbada y desde aquí, mi trono, veo todo lo que ocurre a mi alrededor. Miro por la ventana que tengo en el lado derecho y además tengo un aparato de televisión en la mesita de enfrente. Habito con mi hija y mis nietas y puedo decir que ellas son lo que más merece la pena de mi existencia, mi descendencia, lo único que quedará de mi, cuando, dentro de pocos días me esfume.

Hoy un sentimiento de melancolía no me deja dormir. Es como si echara de menos todo lo que fui y todo lo que soy. Y en ese momento pienso en que me voy a ir. Y aunque ya no quiera vivir más, me entristece el hecho de desaparecer de esta realidad que me ha rodeado desde que nací. Y es que todo ha pasado tan rápido…aún siento al recordar la primera de mis memorias, con tres años, jugando con mi padre al escondite. Y ahora miro mis manos arrugadas, siento mi corazón latiendo tan despacio y recuerdo lo rápido que ha latido durante tantos momentos de mi vida: los besos con los chicos, con las chicas, los guateques, los viajes, Egipto, Canadá, Estados Unidos, el padre de mi hija, el aire fresco del norte, los baños en la playa y un sin fin de recuerdos que esta noche no me dejan dormir.

La verdad es que no todo fue tan bonito. También he vivido la muerte de mis cinco hermanos y la de mi madre en la más absoluta soledad. Y esos recuerdos tampoco se olvidan, aunque intento apartarlos en el lado más recóndito de mi cerebro para que no puedan encontrarme y destruirme como ya lo hicieron en  su momento.

No se con qué perspectiva mirar mi vida, no puedo poner una puntuación, decir que fui increíblemente feliz o asquerosamente triste. No puedo hablar de mi ni de lo que siento días antes de morir. Solo puedo definirla con un recuerdo que me viene a la cabeza. Un recuerdo de cuando cumplí dieciocho años, en la playa, en la casita que teníamos frente al mar. Ese día, me deslicé en la arena, miré al frente y cerré los ojos para imaginarme como sería cuando fuera vieja y cuanto viviría. Años después, en este mismo momento vuelvo a abrir los ojos y descubro que la vida, es un suspiro,

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