Delante, el mar, creando la línea de separación con el cielo
y haciendo efecto espejo con los rayos más tenues y bonitos que pueblan todo el
espacio estelar. Detrás, las montañas y en primer plano plataneras cargadas de
racimos que brillan con la puesta de sol.
Aparcas el coche en el andén y te bajas para contemplar el
show. Miras y en cada enfoque ocular tiendes a pensar que esto no es real, que
es demasiado mágico y lindo y, por el contrario, pasa tan desapercibido que el
mundo debe de haberse vuelto loco para no asomarse a la ventana todos los días.
Respiras, al fin y conectas por unos minutos con esa
realidad que se te escapa de las manos.
Quizás la evolución es un problema y la felicidad se
encontraba siglos atrás, cuando la esperanza de vida era mucho menor, pero el
lazo que nos unía a la naturaleza, a la energía, a la vida, era más intenso que
cualquier artificio humano, que cualquier mentira, que cualquier monumento o
enfermedad benigna.
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