sábado, 19 de octubre de 2013

Roma



(...) Para ser  honesta, nunca  me  habían gustado  los gatos. Yo era más de perros, como era de esperar si revisamos mi vida sentimental. Cuando nuestra relación terminó acabé odiando a Roma tanto o más que a Equis. Había mucho de él en la gatita. Muchas veces observaba  cómo jugaba con sus ovillos de lana y de repente, disimulando, inmóvil, me miraba de reojo con un aire cruel y como diciendo: “te estoy viendo, no te librarás de mí tan fácilmente”.
 Me alegro de haber echado para atrás mi deseo de darla en adopción. Así que sigo conviviendo con Roma, que cada vez me cae mejor. Supongo que esto significa que poco a poco estoy  olvidando la maldad de Equis, que le estoy borrando de mis recuerdos, que estoy eliminando toda la rabia, la ira, basándome en el poder del perdón (esto lo leí en uno de los libros de autoayuda que me compré tras la tragedia, al día siguiente de dar todo por finalizado). Aunque de todas formas, sigo pensando que es un mal nacido y un desgraciado. Y que espero y deseo que le provoquen el mismo sufrimiento que el cabrón me provocó  a  mí, una y otra y otra vez hasta que el corazón se le rompa  de  dolor y se deshaga dentro de su cuerpo. Pero, en serio, estoy dejando la ira a un lado.(...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Visitas

14576