Nunca faltas a las citas anuales más importantes.
Llevas una década haciéndolo y supongo que continuarás durante al menos otra
más. Puntual acudes a tu cita despertando sentimientos escondidos, ocultos bajo
el abrigo invernal. Mantienes el juego de la presencia infinita, no puedo verte
ni tocarte pero sí que puedo pensarte (sé que con eso puedes llegar a
conformarte, aunque sea falsamente). Un señal, solamente una mínima señal de
consciencia para recordar tu voz y el tacto áspero de tus serias manos
abarcando cada detalle de mi cuerpo.
Sueles aparecer cuando menos me lo espero o cuando
creía no esperarlo, aunque realmente el deseo gritara a la llamada de auxilio
que late en el fondo de mi ser. Pero nunca vienes a sacarme de aquí. Eres capaz
de revolverme el estómago con tan solo una palabra escrita, incapaz de hacerme
olvidar o de comprender el paso de los años mientras todo sigue exactamente
igual.
Te asomas en mis cumpleaños, cada fin de año, en mi
aniversario marital, en eventos musicales, en fiestas nocturnas sin final, eres
capaz de aparecer en noches de miércoles si el jueves se marca en el calendario
con un círculo de abstinencia laboral. Las cenas más románticas son rotas por
un timbre seco y alarmante, en las noches me desvelas asomándote por un lado de
mi almohada con una luz que ciega mis ojos, capaces de enfocar tu nombre y
permanecer leyéndolo en voz baja durante más de diez segundos. Causas espasmos
de shocks que seguramente podrás sentir desde la otra punta del planeta.
Estuviste en mil viajes, en actos públicos y familiares y en noches
desenfrenadas con hombres que te superaban en la cama. Fuiste el protagonista
en discusiones merecidas y el traidor en mensajes no respondidos. Y siempre me
levantaba, miraba el teléfono y ahí te encontraba, pensando en mi cuerpo en
cualquier momento nocturno, sobrio de alcohol y de deseo, lleno de recuerdos de
juventud y deseoso por volver a probar el antídoto a la vejez, el beso de la
traición que se maquilla de amor, o que quizás siempre estuvo pintado de un
color sonrojado, lindo, parecido a todo lo que conlleva la palabra amor en el
recuerdo del olvido. Por la mañana nos tomamos un café imaginario y hablamos de
todo.