Ámbar pasa la treintena, no tiene trabajo, no tiene casa, ni coche, ni marido, pero, (y es un gran “pero” que equivale a todo eso junto y mucho más), tiene una hija.
Ámbar comparte su cuerpo y aparentemente el resto de su ser con un chico que conoció hace no mucho. Y digo “aparentemente” porque la gente suele equivocarse al dar sin recibir, al compartir sin reciprocidad, al amar sin ser amado.
Ámbar es como un mosquito abandonado en una de esas piedras que llevan su nombre. Llevada al lugar en el que hoy se encuentra por casualidad (y lo llamaré casualidad por no culpar a la causalidad), distraída en sus saltos por la vida, movida por un impulso que discurre entre lo moral y lo inmoral. Una niña protegida hasta que empezaron a salir los primeros granos, las primeras faltas de atención y envidias, los primeros complejos...
Nunca descubriremos cual fue el detonante que movió a Ámbar por el camino de la inseguridad, del miedo, de la falta de autosuficiencia, del carácter fuerte que transforma la grandísima ternura que lleva en su interior en completa destrucción. Hacia sí misma y hacia los que la rodean.
Ámbar perdió la cabeza en numerables ocasiones. Todos lo hacemos, pero aprendemos, manejamos y modificamos el “mode”. Ámbar no cambia, se equivoca, llora y hace llorar. Un día, tras otro igual.
Esta chica debería tomarse un tiempo para recapacitar, para evadirse de todo, de ella misma incluso, dejar de ser mujer para ser, por una vez la madre que quiso tener.
Aún así, Ambar es exitosa, gracias al poder de la creación femenina que culminó en una preciosa e inteligente hija, que con solo cuatro años debería de haber tenido ya tapones en los oídos y un antifaz en la cara para evitar todo lo que ha visto, lo que ha oído, las lágrimas de su madre que ha sentido y que, seguramente, sentirá cada vez con más fuerza, una fuerza que en un futuro le pasará factura en forma de trauma.
Ámbar, no llores más, vive, se la persona que siempre quisiste ser. Concéntrate en ti misma, ama y conseguirás que te amen de la misma manera que siempre mereciste.