Es cierto que cada persona es un pequeño universo, con sus
leyes, su moral, sus ideas y características propias. Cada individuo es
diferente uno del otro y es obvio que no hay dos que sean exactamente igual.
Tendemos a pensar que cada uno de nosotros es especial y
único y que el universo (no solo el nuestro si no el común) gira alrededor de
nuestra órbita. Pero esta idea bien argumentada tan solo nos llevara a caer en
la desilusión, a estamparnos contra el muro tangible de la realidad.
Beatriz estuvo varios meses creyendo esto solemnemente, como
un religioso que agarra su cruz. Se enganchó a la red de su ego pensando que
Javi, el chico con el que se había acostado un par de noches, estaba coladito
por ella.
Javi es un tipo atractivo, que rozaba la treintena pero que
no lo aparentaba con su cabello negro y sus ojos verdes con mirada infantil.
Puede decirse que Javi es un “tío bueno” que lo sabe perfectamente y que
utiliza sus armas más sutiles como una cobra ataca en el momento más inesperado.
Beatriz acababa de dejarlo con su novio tras una aburrida
relación de año y medio en el que la protagonista absoluta de la historia fue
ella misma. Su pareja era el actor secundario que aparecía cuando le daba la
gana. Ella se hartó de ser algo tan pequeño y se pasó unas semanas intentando
subirse la autoestima y prometiéndose que a partir de ese mismo momento ella
iba a ser la estrella.
Una noche de fiesta conoció a Javi. Rápidamente el cruce repetitivo
de sus miradas les llevó a encontrarse en el baño del garito y a consumar un
deseo que llevaba toda la noche merodeando a su alrededor. Tan solo hicieron
falta un par de palabras, una confirmación de que no era un absoluto capullo al
abrir la boca y un par de besos en público para descubrir que su aliento y su
olor corporal eran buenos.
Terminaron la noche en casa de ella enredados en
conversaciones filosóficas y disfrutando de un mar de estrellas bastante
poético. Él estuvo convincente. Demostró no ser simplemente una cara bonita si
no también una mente abierta, con conocimiento y envergadura al hablar.
Al salir el sol se despidieron. Bea cerró la puerta y
sonrió. Pasó un par de horas recordando todo lo sucedido y repitiendo en su
mente cada palabra de la conversación que habían tenido. Con cada repetición,
el adorno de ese recuerdo iba en aumento.
Cuando despertó horas más tarde, lo primero que hizo fue
mirar el teléfono, por si había algún mensaje de Javi. Nada. Entonces siguió
recordando ensimismada y comenzó a meter la pata usando, inconscientemente, el
verbo “idealizar”.
No pudo evitar escribirle aquella misma tarde y entre
nervios esperar una respuesta que no llegó hasta el día siguiente. Estuvo mirando el teléfono cada cinco minutos
y cuando por fin llegó el mensaje, la absurda y engañosa felicidad alegró su
día. ¿Cómo es posible que tu felicidad y el aprovechamiento de tu jornada dependa
del mensaje de un tío al que acabas de conocer?
Volvieron a quedar un par de días después. La escena del “mar
de estrellas en el cielo” se volvió a repetir, esta vez de forma más intensa.
Podemos decir que Bea se enamoró, o mejor dicho, se atontó en tan solo una
semana.
Cuando cerró la puerta con un beso de despedida, esta vez lo
que sintió fue la más absoluta soledad. Era como si le atacara la nostalgia del
rato maravilloso que había pasado hacía tan solo un par de minutos. Eso es que
el único relleno en su vida estaba basado en las alabanzas y el abrazo de un
hombre atractivo. Y ni siquiera había llegado a correrse…
Bea no pudo evitar escribirle unas horas después. Quería
más. Necesitaba más. Pero…¿Cuál era la verdadera necesidad de Bea?¿Qué estaba
buscando?¿Qué era lo que quería de él?
Se paso toda la tarde mirando el teléfono y montándose
aventuras y desventuras en su cabeza. Repasó dato a dato de su conversación,
analizó hasta el más mínimo detalle llegando a la conclusión de que Javi podría
ser un novio perfecto para ella. Estaba segura de que él pensaba lo mismo. Le
había dejado atontado. Seguramente él estaba en su casa haciendo los mismo que
estaba haciendo ella. No le cabía duda alguna.
Su mente dio tantos pasos agigantados que hasta imaginó una
reunión familiar en casa de él (que ni siquiera la conocía), se imaginó
viajando juntos por Europa y hasta visualizó una vida en común.
Javi no volvió a contestarle hasta que no volvió a “picarle
el rabo” unas semanas más tarde. Había otras 3 o 4 Beas más mandando mensajes a
su móvil.
Moraleja: la vida no es una película de Disney, ni tú eres
una princesa ni esa rana es tu príncipe. Antes de esperar que os llene el amor
de cualquiera, tenéis que llenaros con el amor a vosotras mismas.Gracias.