Estaba sentada en un bordillo, al lado de la puerta de
salida de personal. Hablaba con un conocido mío. Me senté al lado de ella a
esperar a que vinieran a buscarme y me introdujeron en la conversación sin yo
quererlo.
Tenía el pelo tintado de negro y podrido por un exceso de
plancha. Llevaba unas gafas de sol que dejaban a la vista las líneas negras que
tenía como cejas. Su sonrisa era dura e intuía unos dientes seminegros y unas
encías mal cuidadas y del mismo color. Era muy delgada y vestía ropa barata y
comida por el tiempo.
-¿Tienes un cigarro? – me preguntó cuando el tercer
integrante de la conversación se marchó dejándome a solas con la desconocida.
- No, que va, lo he dejado – respondí.
-Yo también, solo fumo yerba, pero hoy me han echado de aquí
dentro- dijo señalando la puerta de las oficinas – y además el cabrón de mi
novio debe de andar borracho por ahí… ¡Y espero que ni aparezca en casa esta
tarde!
Sonreí sin decir nada. Estaba segura de que si la decía que
yo también fumaba yerba de vez en cuando estrecharía la cercanía con ella y
estaría hablándome durante toda mi espera. Además supuse que comenzaría a
desahogarse y yo tenía tantos problemas en ese momento que escuchar los de los
demás me iba a llevar a un bucle sin fin.
-Perdona, ¿tienes un cigarro?- le preguntó a un tipo que
pasaba por la calle.
-Sí, toma.
-¿Tienes un mechero?-me dijo a mí cuando se fue el señor.
-Sí, toma – contesté inconscientemente a la vez que metía la
mano en mi bolso.
-¿Qué hace una “no fumadora” con un mechero?-preguntó ella
riéndose. En esa carcajada pude percatarme del olor a whisky que salía de su
boca.
-Bueno, fumo yerba de vez en cuando – contesté arrepentida.
- Eso está bien…¿no tendrás nada por ahí? ¿Vamos y nos
tomamos unas cervezas? – preguntó intentando buscar compañía para ahogar sus
penas de una manera menos dolorosa.
-Me echaron de aquí – dijo sin apenas darme tiempo a negar
su pregunta- porque dicen que le falté el respeto al jefe. ¡Ja! - dijo subiendo el tono de su voz. ¡Aquí el
único que falta el respeto es él, que es un abusador, un esclavista, que nos
tiene con la espalda partida todo el día! ¿Y encima pretende dejarme en ridículo
delante de todas las compañeras? Eso… ¡eso si que no!- dijo ella.
-Ya me imagino…sé cómo funcionan las cosas en tiempos de
crisis. Se aprovechan de nosotros como quieren… -contesté yo en mi afán por
empatizar con todas las personas.
-¿Cómo te llamas?-dijo mientras se levantaba para darme dos
besos.
-Laura, ¿y tú?
-Me llamo Berta…esta panda de cabrones que me han echado y
dejado en la calle… ¡que les jodan!¡hay mil trabajos más! Y encima luego todas
esas envidiosas… –dijo Paula
-¿Te tenían envidia el resto de las chicas?-pregunté yo
empezando a comprender el asunto de la historia.
-Ni te imaginas…yo era la que mejor trabajo hacía y la que
más propinas se llevaba… ¡y en solo un mes! Y ellas muchas veces me robaban lo
que me dejaban los clientes…y yo, pues claro...un día también robe… ¡no soy
tonta, joder! – dijo Paula, cada vez más nerviosa
Yo sabía que sus palabras no eran más que un producto de la
ira y de la tristeza de saber que se había equivocado otra vez. Que la había
cagado y perdido otro trabajo más. Que su chico llevaba dos días sin aparecer
por casa y que ella, una ex alcohólica, había vuelto a enganchar la botella esa
misma tarde.
Había coincidido con Paula en un par de sitios más y ambas
veces la habían despedido por lo mismo. Por no querer acatar órdenes, por
contestona y mal educada. Simplemente. No había complot, no había esclavismo, solamente
había que trabajar sin quejarse. Cerrar el pico y hacer lo que te pidieran, que
para eso se pagaba.
Paula no era una víctima del sistema, un caso de precariedad
laboral ni una trabajadora explotada. Paula, simplemente, había
nacido perdida.