La muerte es eso que nos acecha en cada inspiración. La
incertidumbre de la vida nos lleva a plantearnos preguntas de las que jamás
encontraremos respuesta. Yo llevo planteándomelas desde que tenía cinco años.
Tras descubrir que ni el Ratoncito Perez ni Los Reyes Magos ni Dios eran
verdaderos y tangibles empecé a preguntarme que pasaría cuando yo
desapareciera.
La angustia vital me acompaña desde el primer día que asomé
al mundo y creo que el hecho de haber emergido con el cordón umbilical atado a
la garganta dice mucho acerca de mis actuales ansiedades. ¡Yo estaba mucho más
tranquila en el paraíso intrauterino!
Mis pensamientos negros imaginan todos los funerales de mis
seres queridos, incluso el mío. En mi mente he vivido tsunamis, atropellos,
raptos, accidentes de coche, de avión, de barco, infartos cerebrales y un sin
fin de cosas desagradables y tristes que me mantienen enchufada a esa tragedia
que, por el momento, pasa desapercibida por mi lado. Es un intento de
preparación ante lo peor, ante lo posible, ante lo que millones de personas
sufren cada día. Y yo, en vez de celebrar mi fortuna, me pongo en el pellejo de
aquellos que no la tienen. Es el miedo a la fragilidad lo que mueve estos
sentimientos. El miedo a pensar que cada uno de nosotros, tan especiales, tan
únicos y mágicos, es como un simple y milésimo grano de harina que se cae al
derramarse del paquete y nadie se da ni cuenta.
Me duele la inseguridad del cuerpo humano. Me destroza
pensar en que somos débiles y que en cualquier momento fugaz podemos
desvanecernos por completo.
No quiero ni pensar (y lo hago…) cómo podré seguir adelante
tras la muerte de la gente que amo. O cómo ellos lo podrán hacer tras la mía. Y
sobre todo, el hecho de morir sola, de evadirme de la Tierra hacia…¿hacia
dónde? ¿Qué pasa cuando morimos? Otro maldito misterio de la existencia humana
que me provoca un nudo en el estómago solo al cuestionarla.
Siempre queda la esperanza de la reencarnación, aunque
tampoco me alivia demasiado el saber que si nazco otra vez no voy a poder
estar con las mismas personas con
las que he compartido esta, mi vida. No se que será peor….si evadirme por el
resto de la eternidad (eternidad…solo nombrarla me hace sentir escalofríos) o
reencarnarme una vez tras otra , en ocasiones con suerte y otras sin ella.
Y es que…¿qué queda de nosotros cuando nos morimos?¿Que
queda de nuestra grandiosidad personal?¿Que queda de nuestros rasgos, de
nuestro carácter y personalidad? El recuerdo en los que nos conocieron. ¿Y
cuando todos estos mueran? No quedará nada, absolutamente nada. Y pensar eso,
directamente me mata.
Por eso creo que la vida es el ahora, este momento , que hay
que aprovecharlo y disfrutarlo en cada segundo y eliminar preguntas que nunca
tendrán respuesta, eliminar esta angustia del sin vivir, este desasosiego y
mirar al frente, a lo que actualmente tenemos delante.
Debemos intentar ayudarnos los unos entre los otros, hacer
esta espera mortal más amena y feliz y dejarnos de tonterías, de jodiendas, de
desgracias provocadas, de egos subidos, de inclinaciones ante el poder
inexistente, de materialidades fugaces y absurdas, de críticas y malhumores, de
ganas de molestar, de envidias, de operaciones de cirugía, de complejos, de
alabanzas…pues al fin y al cabo…TODOS VAMOS A MORIR y todos seremos el mismo
polvo de mierda.
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