Parte de las veces en las que se acusa a alguien de algo se
realizan con conocimiento de causa y pruebas eficaces, la mayor parte de las
veces sin ellas.
Cuando tenía diecinueve años y me disponía a salir del baño,
tuve la mala suerte de aparecer tocándome la nariz (tiendo a los catarros y a
los mocos) y una tía mía, a la que quiero y aprecio se cruzó en ese mismo
instante conmigo y me acusó de estar metiéndome cocaína, cuando en ese momento
lo único que salía de mi nariz eran mocos y mi entrada era completamente
vírgen. Acto seguido, tras intentar explicar la verdad, (que estaba haciendo
pis y que me picaba la nariz porque sí) me eché a llorar de impotencia.
Las cosas duelen cuando no son reales y el resto se empeña
en demostrarlas como ciertas. Vale que ya fumaba mis porritos o salía de fiesta
con mis primas, como cualquier persona en su primeriza juventud, pero de ahí a esnifar hay un gran
trecho.
Siempre recordaré el sentimiento de eso momento, cuando
harta de rabia ves que no te creen, están convencidos de que mientes y pasas a
ser “la yonki de la familia”.
Creo en el poder de la verdad, las evidencias hay que
aceptarlas, como acto de cortesía con uno mismo. Por eso aquella vez que, por
ciertas circunstancias, tuve la desfachatez y la poca vergüenza de tomar
prestado, sin consentimiento, es decir, de robar 50 euros a una persona que
quiero, lo asumí, pedí perdón, me arrepentí, me avergoncé por el resto de mi vida
y me fustigué cual político corrupto en otro mundo distinto a este. Asume tus
errores y gana en sabiduría.
Hoy me he despertado con el titular periodístico de que tres
policías declaran al juez que no existía seguridad en el Madrid Arena.
La verdad es que lo ocurrido el día de Halloween en Madrid
está remordiéndome los intestinos, no solo por la gravedad y la tristeza de lo
ocurrido, también por el desarrollo de los posteriores hechos relacionados con
la culpabilidad del accidente.
Hay una serie de pruebas infalsificables que demuestran que
hubo fallos en cuanto al sobrepaso del aforo, también a la falta de controles y
de seguridad del recinto en general y de la fiesta en particular.
Desde las primeras horas del fatídico 31 de octubre estamos
viendo los videos grabados por los asistentes en los que se ve claramente que
esa fiesta era un desmadre (como cualquier otra macrofiesta), que había gente
hasta tirando bengalas y que la sala principal del lugar, la cual albergo 3000
y pico personas coge ese “y pico” y lo transforma en más de mil. Escuchamos los
testimonios de personas que presenciaron esa noche y aseguran que nadie les
revisó los bolsos ni apenas las entradas y vemos a jóvenes comentando que fue
la peor noche de sus vidad.
Y ante estos
hechos tangibles, visibles y creíbles, señores con intereses absolutamente
materiales, nos dicen que todo era correcto, que en ningún momento se sobrepasó
el aforo de la entrada y que a todo el mundo se le pidió su ticket y se le
realizó el debido control de entrada. Creo que toman a millones de personas por
tontas, por ciegas, por sordas y un largo etcétera sobrante.
Se está empezando a acusar a los responsables de mentir
desde el primer momento en que tienen la urgencia de darnos unos datos no
comprobados siquiera por ellos mismos.
Y…¿Alguien ha visto al encargado del evento llorando y
quitándose su culpa? ¿Se fustiga Ana Botella por intentar ocultar una verdad (o
un montón en su caso..) y que la descubrieran con las manos en la masa? ¿Ha
aparecido algún miembro de seguridad de los que trabajaban esa noche en ese
recinto mostrando su formación o su sueldo y asumiendo la veracidad de los
hechos?
¿Acaso no tiene la poca vergüenza el señor Rajoy en decir
que lo peor de la crisis ya ha pasado y estamos avanzando?
Las acusaciones verdaderas hay que defenderlas con moralidad
y las falsas con actos y pruebas, con sudor y lágrimas. Pero en este país la
palabra moral no existe y las gotas de sudor de las frentes de los trabajadores
se las esnifan los que tienen el poder más asqueroso que existe: el dinero.
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