martes, 2 de septiembre de 2014

El otro día vi copular a dos perros. En la playa. Delante de la treintena de personas que asistíamos sonrientes y jocosos al acto de reproducción sexual de dos animalitos.

Todo empezó con un saludo inicial entre macho y hembra, un olfateo por aquí, un jueguecito por allá. Un te sigo allí, te sigo allá. Un inocente encuentro seguido de una primera aproximación al jocoso filtreo.

Desde el principio del rito del cortejo, la perrita, se colocaba en una disimulada posición pasiva sin poder ocular, con el rabo ondeando el viento, un inequívoco agradecimiento por los halagos de su futuro amante. Le seguía el juego, quizás, por el misterio que suscita intentar descubrir qué más puede mostrarte tu pretendiente o hasta donde puede llegar.

Solo un par de carreras más consiguieron que el macho llegara a la meta rápidamente introduciéndose, ferozmente, dentro de su presa. La perra se retorcía intentando huir de la veracidad de la acción. Quizás no era su tipo, o simplemente, no le apetecía y lo único que quería era jugar inocentemente. Pero el perro, asalvajado consiguió retraerla y cuando el final feliz llegó, la perra, convaleciente, se tumbó desvanecida en el suelo. El macho se fue sin decir adiós. Con el orgullo que supone para un cazador haber disparado al conejo. Ahí quedo la perra, consumida, lanzando al aire breves alaridos de dolor.
Al rato él apareció de nuevo, como si no hubiera sido saciado y comenzó a buscarla. Ella sin disimulo le ignoraba quitándole el culo. Ya no quería al macho, no le apetecía de inmediato. Ella era la que elegía. El macho insistía y finalmente, la perra se abalanzó hacia él con un ladrido solemne que claramente provocó la huída del muy perro.

La palabra NO, no se entiende y a mí me parece que es un claro y potente monosílabo ante el que hay que actuar de inmediato, pues si una persona dice “no”, es NO.

Deudas



Se oyó un ruido similar al del látigo golpeando una mesa de metal, mientras araña y corta en un chasquido al objeto que recoge su ira.
-¡Te la debía!- dijo la hermana pequeña con una vergüenza envuelta en rabia penetrando su mirada.
Seguidamente, un segundo de silencio callado por el alarido de salvación lanzado a la madre, resolutoria de todos los problemas.
-¡Mamaaaaaaaaaaaaaaaaa!¡Me ha pegado una torta!- dijo la pequeña ante los atónicos ojos de la hermana mayor, portadora del bofetón en cuestión.
-¡Pero mamá, si yo no he hecho nada! ¡Está mintiendo!¡Ella es la que me ha dado!¡Mira mi cara!¡Está roja!-dijo la hermana mayor.

La madre se acercó a las niñas, y le dio una bofetada sin picor a la hermana pequeña, por haber agredido a su hermana mayor y haber mentido. A continuación, una segunda bofetada a la otra hija, por haberse chivado y porque ella, previamente, en la riña desencadenante del tortazo “endeudado”, le había puesto la zancadilla a la pobre hermanita pequeña. Las deudas, en familia, rápido se pagan.

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