Miré el reloj y eran cerca de las siete. Me acerqué a la habitación principal y levanté levemente una de las grandes persianas que habíamos bajado para alargar una noche que no queríamos que terminara jamás. Dos rayitas brillantes enfocaron de lleno mis pupilas y sentí un escalofrío.
Volví al salón donde estaban mis cuatro personas favoritas. Hacía ya cinco años de esta conexión. Ellas habían formado parte de mi crecimiento, de mi paso de la adolescencia a la juventud y a día de hoy podría decirse que también a la madurez. Eran parte de mi ser, como un brazo o una pierna. Cada cual se había hecho un huequito dentro de mi corazón, el cual me perjuró que ese sentimiento duraría para siempre, aún sabiendo que la palabra “para siempre” sólo dura los dos segundos y medio que tardas en pronunciarla.
Agarré una cerveza del bol con hielos, ya casi deshechos y me senté a observarles. Estaban pletóricos danzando como si el mañana, que ya era hoy, no existiera. Les miraba y sonreía. Sentía cómo disfrutaban la música, notaba el amor y el cariño que corría entre todos ellos, pero en un instante mi sonrisa se borró y me invadió una horrible melancolía. Mi cerebro se empezó a contradecir, no quería que esa noche terminara, quería que todo fuera como antes, como ahora, como siempre, pero eso no iba a poder ser ya que en aproximadamente ocho horas cogía un vuelo a Paris, ciudad de la que me había enamorado tras un intenso Erasmus. Iba a probar suerte buscando un trabajo relacionado con nuestros estudios, ya me había cansado de Madrid y era hora de mover el culo. Algo me decía que no volvería en un largo tiempo.
Blanca se mudaba a Londres en un par de días. Se había empeñado en conocer Reino Unido y estudiar un máster. Llevaba años planeándolo y por fin se había atrevido. La verdad, es que me sentía muy orgullosa de ella, porque aquella niña con la que compartí secretos inconfesables, risas y llantos por doquier, diera uno de los mayores pasos de su vida (hasta el momento). Además, mantenía la esperanza de que nos visitaríamos mutuamente y que, por supuesto, hablaríamos por Skype mínimo una vez a la semana.
Me miró y me sacó la lengua. Yo la hice un corte de mangas. Así era nuestra relación, éramos una pareja de amigas que se complementaba a la perfección.
En ese momento Miriam me sirvió una copa, "¡vamos Andrea, que no decaiga, levántate a bailar!"- me dijo entusiasmada. Miriam había sido una de las primeras personas que conocí al entrar en la Universidad. Con ella me pegué mis primeras borracheras y compartí los primeros llantos y rupturas, era una delicia de persona, un ser de plata con un corazón bañado en oro. Me gustaba su lado salvaje, que solo sacaba de vez en cuando, me recordaba mucho a mi. Me juré que jamás le perdería, que siempre estaría a mi lado. Era la típica persona con la que podías contar para todo y para nada. Ahora se iba un año a vivir al otro lado del océano con su novio.
Llevaba media hora ahí sentada, en mi pesadumbre y con mi drama mental cuando Benja puso una de nuestras canciones favoritas y vino corriendo a sacarme a bailar. Era el “Because we are your friends…”, uno de nuestros himnos en esos tiempos. Nos conocimos bailando y se que bailando acabaría esto. Él también se iba a Inglaterra a perfeccionar su inglés. Me entristecía pensar que se acabarían esas divertidas tardes en su casa solo conversando, riendo y fumando cigarros hasta las tantas. O uno de esos viernes que de repente se convertían en domingo como si no existiera nada más alrededor nuestro que la música y el amor. Salir con él de fiesta era de lo más divertido que podía pasarte. Además de todo esto Benja era mi confesor, mi arregla mundos, mi chico al que le encantaba vestirse de chica y al que le podía contar todo sin ningún tipo de reparo; la persona que me calmaba y arreglaba cuando tenía un día malo y viceversa. Era único. Aunque se juntaba con gente con la que, a mi parecer, no debiera juntarse. Pero, según él, yo también me juntaba con tíos con los que no debía juntarme así que estábamos en igualdad de condiciones.
Volví a mirar el reloj y ya eran las ocho. Esa hora había pasado tan rápido como los cinco años que hacía que nos habíamos conocido. Y es que es cierto eso que dicen de que la vida pasa más rápido a medida que vas creciendo. Ni trampa ni cartón, los adultos estaban llenos de razón al decirme "disfruta de tu juventud".
Una de nuestras canciones“erizapelosdelbrazo”, Oasis, Wonderwall empezó a sonar. En ese momento, nos limitamos a hacer un círculo en medio del desastroso salón que habíamos dejado tras más de diez horas de postfiesta y nos abrazamos. No nos mirábamos a las caras, solo el tacto del abrazo era suficiente para experimentar aquella sensación común de alegría y melancolía mezclada con el azúcar de la existencia. Supimos que era la hora de la despedida, el final había llegado.Todos ellos remarcaban que eso no era el final, que la distancia no iba a cambiar nada, que realmente era el inicio. Para mi era, efectivamente, el inicio del final. Subimos las persianas y fin.
Blanca hizo y posteriormente rehizo su vida en Londres. Ya han pasado tres años desde entonces, hablamos una vez al año. Se que le tengo para lo que necesite pero ya ni siquiera me sale contarle mis problemas. Demasiadas vivencias separadas que le hacen a una cambiar su fuero interno. Y la verdad es que es una enorme pena que las cosas terminen así, pues las verdaderas amistades, como esta de la juventud, son las que recordarás cuando estes sentada en tu sillón haciendo punto con los pies metidos en agua fría. El caso es que yo preferiría reir haciendo punto con ella a mi lado.
En cuanto a Miriam, no volví a verla ni siquiera a su vuelta de Estados Unidos. Vive en la misma ciudad que yo desde hace años. Ahora sale por otros sitios, con gente completamente distinta (a mi y a ella misma) y estoy segura, de que si hablara con ella, también hablaría de otra manera. Aquel tipo le absorbió. Me gustaría tanto verla, me gustaría tanto que todo fuera como antes de levantar aquella persiana...Me di cuenta de que lo que me pasaba es que no quería crecer, quería congelar ese instante de felicidad plena, de juventud, de alegría, sin problemas y quedarme varada para siempre, con ellos, con mis mejores amigos. Tenía el síndrome de Peter-Pan y ellos eran mi Campanilla, la luz de todos mis días, la alegría del vivir, esa que no ha de perderse nunca.