jueves, 10 de diciembre de 2020

Geranios en flor

A las 8:42, como cada día desde hacía diez años, la canción de “La bamba” retumbaba en sus oídos.  Pablo apagó con un golpe seco su despertador  y con un bostezo se levantó de la cama. "Un día más, un día menos" - pensó de nuevo.

 Nada más poner un pie en el suelo lanzó un grito de dolor. Se había clavado uno de esos diminutos cristales de la botella de ron que bebió y posteriormente destrozó la noche anterior. Terminó de subir la persiana de la habitación y se encendió un cigarrillo. Llovía. Mal empezaba su rutina. 

Después de un desayuno basado en una gran dosis de cafeína, y una ducha de agua fría de más de diez minutos salió a la calle. Diluviaba. Además esa mañana volvía a tener aquel chispeante dolor de cabeza con el que amanecía todos los lunes.

Recorrió el mismo camino de siempre: mirada al suelo, música en sus oídos y como complemento el pitillo colgando de su mano. Andaba cerca de dos kilómetros para llegar al trabajo. Pero lo prefería, no le gustaba el transporte público, se agobiaba rodeado de, lo que el denominaba, "la masa". Para él la gente era como un rebaño de ovejas, todos iguales, haciendo lo mismo, pensando lo mismo, siguiendo las mismas ridículas y absurdas modas. Desde hacía mucho tiempo, nadie le aportaba nada.
Llegó a su despacho y como cada mañana a las 09:30 abrió su correo electrónico y se sirvió un café solo. La bandeja de entrada estaba vacía, únicamente había treinta correos absurdos que no hablaban de nada. Aborrecía casi todo en su trabajo, sobre todo a su compañero Javier, un chico algo más joven que él, demasiado hablador y con apariencia de felicidad empalagosa en el rostro. Pablo realmente le odiaba. Su monólogo matutino esa jornada trató sobre la primavera, le echó el típico discurso de que en esta época todo es más bonito, todo florece, hay más luz, los días son más largos y uno está más feliz… Pablo intentó hacer oídos sordos para no vomitar.

Esa misma tarde, cuando terminó su turno y se disponía a meterse un trozo de bocadillo de tortilla en la boca recibió un mensaje en el móvil. Era Gabriela, una chica más joven que él con la que solía verse a menudo. “ ¡Otra vez! Qué pesada…” - pensó. Pero tras leerlo repetidas veces y esforzándose por dominar su pequeña y mínima motivación,  acudió a la cita que ella le había propuesto. 

Nada más verse se besaron repetidamente. No se dijeron ni una palabra. Tampoco era necesario, cada uno tenía claro el rol que tenía que seguir en esa relación.
Pasaron horas en la cama. Tocándose, hablando, descubriéndose el uno al otro. Cuando se levantó para vestirse de nuevo, Pablo volvió  a sentirse igual que hacía unas horas, su auto maltrato mental y sus pensamientos depresivos volvieron a aparecer como un escalofrío.
La chica feliz  de la sonrisa permanente y de los ojos brillantes le cogió de la mano y le llevó hasta su balcón. Quería enseñarle algo antes de que se fuera.  “Mira Pablo, qué grandes están los geranios. Han florecido mucho durante estos últimos diez meses que has estado viniendo por aquí...” - dijo Gabriela dulcemente.
Pablo permaneció callado durante más de diez segundos. Al fin, con una sonrisa verdadera en la cara le dijo: “Es lo que tiene la primavera...puede ser maravillosa, ¿verdad?”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Visitas