jueves, 18 de febrero de 2021

Nacimiento prematuro

Todo se torció incluso antes de haber nacido. Soy prematura, me adelanté un mes. Mi nacimiento estaba planificado el 6 de enero, cual regalo de Reyes Magos, pero me apresuré y mi madre parió el día de la Constitución Española. De una u otra manera, ambos eran festivos, pensados para descansar, no para sufrir una cesárea, pero el cordón umbilical estaba enredado en mi garganta y no había otra manera de sacarme de ahí. Creo que ese nudo fue el desencadenante de todo. Me ahogaba, quería salir y luché ferozmente agarrándome a la vida para conseguir escapar lo más rápido posible. Ahora me arrepiento de haber tenido tanta prisa. Como en la famosa escena de una película de autor en la que un plano cenital muestra a la protagonista flotando en una piscina en postura fetal y se siente el silencio, la nada, el principio de todo, el deseo de volver al origen, a mecerse en un océano de aguas calientes y tranquilas. Ay la paz ultrauterina… quien volviera a ella aunque solo fuera unos instantes.

 Mi fama de peleona me precede y mi primer trauma infantil también. Hasta los 25 me ponía siempre mala con anginas, mínimo una vez al mes. Estaba claro que el nudo en la garganta me aprisionó tanto que me hizo, incluso, ser incapaz de expresar mis sentimientos con facilidad, una especie de mutismo emocional, quedándose estos atrancados e infectando mi cuerpo en forma de placas de pus y con dos anginas que solían parecer el par de huevos que me faltaban a la hora de comunicarme, especialmente con los tíos. Alexitimia.

Dicen que la última etapa del embarazo sólo se ocupa de acumular grasa debajo de la delicada piel del bebé, lo que le ayudará a regular mejor su temperatura corporal cuando nazca. Siempre tengo frio, y las manos y los pies a veces parecen escarcha. Además me faltaron 4 cm de altura, unos pechos más grandes, las piernas más largas y un estómago más fuerte. Al sacarme me metieron directamente en una incubadora. Me perdí el primer abrazo de la madre, el calor de la carne y me sentí sola sin su olor. Segundo trauma superado, el sentimiento de abandono y soledad. Pero me ha encantado ser la pequeña de la clase, la que se juntaba con los mayores, la que terminó la uni antes de los 22 y la que se buscó la vida desde que nació.

Algunos investigadores consideran que la prematuridad es una enfermedad crónica. Sin embargo, los afectados no siempre estiman que algunas de estas limitaciones funcionales sean un problema, lo que refleja una enorme capacidad de resiliencia y adaptación. De hecho, la prematuridad también puede tener otras consecuencias sorprendentes. Por ejemplo, los adultos que nacen prematuramente suelen tener una personalidad diferente. Diferente, que no anormal. Eso que me llevo.

 

 

miércoles, 10 de febrero de 2021

Psicosomatismo

Había pasado una mala noche. Se levantó de la cama con una sensación de mareo. Al llegar al baño y sentarse notó que todo le daba vueltas. Se puso las gafas, forzó los ojos para enfocar y se percató de que estaba sufriendo un episodio de vértigo. Hacía muchos años que no le pasaba. La última vez fue en 2015; el médico le dijo que se trataba de las cervicales, el fisioterapeuta le mandó unos ejercicios para relajarse, la de acupuntura le comentó que los mareos podían estar relacionados con problemas en el riñón, mientras que el que le leyó las cartas dijo que todo se debía a una ruptura sentimental. Decidió creerles a todos ellos.

Volvió a la habitación y se tumbó. Se sentía como cuando en los viejos tiempos se pasaba de la raya con el alcohol y debía apoyar una pierna en el suelo (echar el ancla) para controlar esa impresión de dar vueltas en una noria a toda velocidad. Pero esta vez era mucho peor, en cada latigazo notaba que se salía de la realidad y que podría desmayarse en cualquier momento. Respiró profundamente y, como habitualmente, buscó en internet las posibles causas de su malestar. Angustia, ansia, inquietud, ansiedad, taquicardia, estrés, agobio, mareo, depresión y de nuevo ansiedad era la palabra que más se repetía. Volvió a respirar profundamente e intentar apagar su cerebro, que emitía más de setenta mil pensamientos por minuto.

No eran buenos tiempos para mantenerse en equilibrio. La situación global, mundial, provincial, comarcal y de su casa, eran de poca ayuda. “Psicosomático: es un concepto del psicoanálisis que se refiere a una lesión orgánica que se considera de origen psicológico. Es un síntoma físico que se supone producto de un padecimiento mental. - siguió leyendo en la red.

Hacía cinco años que había terminado la relación con su pareja, tras doce años de noviazgo. El mismo tiempo que hacía que no sentía ese desagradable vértigo. De nuevo, no tenía ni puta idea de qué hacer con su vida. Además las opciones estaban presas, esposadas en la cárcel del COVID19. Si tan siquiera podía salir de su municipio y con 45 años cargados a la espalda… ¿Dónde narices iba a ir? Se sentía perdida, desequilibrada, en una caída vertiginosa al vacío.

Cuanto más pensaba en ello, más vueltas le daba la cabeza así que decidió hacer una de sus meditaciones semanales. Cerró los ojos, inspiró, expiró e intentó la hazaña de no pensar en nada. Se quedó dormida media hora más.

Al volver a abrir los ojos, sintió como el vértigo había disminuido y se encontraba mejor. Se preparó el desayuno con desgana y se forzó a hacer sus 10 km diarios alrededor del gran parque. Se dejó llevar entre los sonidos de sus pisadas, los cantos de los diferentes pájaros y el silencio placentero que albergan los pulmones de las grandes ciudades. Bajando el ritmo del camino y con las endorfinas en su punto álgido se dio cuenta de que no podía seguir anclada al pasado, ni angustiarse por el futuro, que lo único que le quedaba ahora era a ella misma, y que su principal objetivo era su propia paz; y eso no dependía de nada ni de nadie más que de ella. Aquella tarde, se arregló por primera vez en mucho tiempo y se decidió a quedar con el chico con el que chateaba desde hacía largos meses. La ansiedad había sido ese enlace entre el pasado y el futuro, pero la vida era ahora.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Fatiga pandémica

Hace un año que mi mundo, al igual que el de millones de personas, cambió. Las emociones  iniciales fueron similares a que surgen ante una pérdida: el shock y la incredulidad. Los pensamientos más recurrentes, nacieron del ego: por qué esto a mí, qué he hecho mal, qué mala suerte.

Después de la caída, llegó el despertar, la asimilación y aceptación de todo lo que estaba ocurriendo y del cambio radical de más de 180 grados que tuvieron nuestras vidas. De un día a otro literalmente, todo se dio la vuelta: sin trabajo, sin libertad, sin vernos, abrazarnos o despedirnos. Tanto tiempo en casa provocó la apertura de la caja de Pandora y que millones de pensamientos (el 90% de ellos negativos) invadieran nuestras mentes. Falta de concentración, creatividad bajo mínimos, ilusión desgastada… Nuestros cuerpos mutaron en espaldas con grandes chepas, pesadas; nos hicimos pequeños, nos engulló nuestra propia burbuja. Días de subidas, días de bajadas en la montaña rusa de nuestras emociones. Y de nuevo, la boca de la ballena se abrió y ahí estuvimos, remando y aprendiendo a dirigir el oleaje con nuestros fuertes remos que en ningún momento llegaron a romperse.

Y durante todo el viaje, también hubo lugar para el recuerdo de lo antiguo y la transición hacia lo nuevo, una mezcla entre lo vintage y lo futurista, el impresionismo y el surrealismo. Volvimos a pararnos a apreciar los colores del cielo, disfrutar de un paseo a la orilla del mar, a sentir el amor, a labrar la amistad, despedir lo desgastado, reutilizar lo anticuado y replantear ese futuro que está por llegar. Con esperanza, entre telas de araña que a veces se pegan entre los dedos, como nuestros sueños, legañas incrustadas en las cuencas de los ojos que nos quitan visibilidad. Entendiendo que todo en esta vida son ciclos, olas para surfear y sobre todo, sin olvidar que ante todo lo demás, tú eres el que debe agarrar fuerte el timón y en esa marejada, hacer todo lo posible para mantenerte en equilibrio. Todo pasará. La orilla cada vez está más cerca.

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