Hace un año que mi mundo, al igual que el de millones de personas, cambió. Las emociones iniciales fueron similares a que surgen ante una pérdida: el shock y la incredulidad. Los pensamientos más recurrentes, nacieron del ego: por qué esto a mí, qué he hecho mal, qué mala suerte.
Después de la caída, llegó el despertar, la asimilación y aceptación de todo lo que estaba ocurriendo y del cambio radical de más de 180 grados que tuvieron nuestras vidas. De un día a otro literalmente, todo se dio la vuelta: sin trabajo, sin libertad, sin vernos, abrazarnos o despedirnos. Tanto tiempo en casa provocó la apertura de la caja de Pandora y que millones de pensamientos (el 90% de ellos negativos) invadieran nuestras mentes. Falta de concentración, creatividad bajo mínimos, ilusión desgastada… Nuestros cuerpos mutaron en espaldas con grandes chepas, pesadas; nos hicimos pequeños, nos engulló nuestra propia burbuja. Días de subidas, días de bajadas en la montaña rusa de nuestras emociones. Y de nuevo, la boca de la ballena se abrió y ahí estuvimos, remando y aprendiendo a dirigir el oleaje con nuestros fuertes remos que en ningún momento llegaron a romperse.
Y durante todo el viaje, también hubo lugar para
el recuerdo de lo antiguo y la transición hacia lo nuevo, una mezcla entre lo
vintage y lo futurista, el impresionismo y el surrealismo. Volvimos a pararnos
a apreciar los colores del cielo, disfrutar de un paseo a la orilla del mar, a sentir el amor, a labrar la amistad, despedir lo desgastado, reutilizar lo
anticuado y replantear ese futuro que está por llegar. Con esperanza, entre
telas de araña que a veces se pegan entre los dedos, como nuestros sueños,
legañas incrustadas en las cuencas de los ojos que nos quitan visibilidad.
Entendiendo que todo en esta vida son ciclos, olas para surfear y sobre todo, sin olvidar que ante todo lo demás, tú eres el que debe agarrar fuerte el
timón y en esa marejada, hacer todo lo posible para mantenerte en equilibrio.
Todo pasará. La orilla cada vez está más cerca.
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