NAUFRAGIO. (Novela de Ficción por capítulos)
La llegada de Marie.
Las llamas se han apagado y ha llegado la hora de quemar los
restos del naufragio y convertir en cenizas todo aquello que un día me destrozó
el alma.
Desde el momento en el que el avión despegó, restos de
combustible en forma de recuerdos fueron expandiéndose por el contaminado aire
negro de Madrid. Poco a poco y a cada milla que avanzaba, ese cielo negro fue
haciéndose cada vez más azul llegando al culmen de la claridad en el momento en
el que aterricé en suelo extranjero.
El simple hecho de estar en un lugar nuevo, con caras
distintas a las habituales y un idioma internacional en boca de todos me hizo
sentir que una nueva etapa de mi vida había comenzado.
Y la verdad es que hay que tener huevos para mandarlo todo a
la mierda, despedirte de los que quieres y dejar de lado a los que te
quisieron. Pero era la única elección posible para olvidar todo lo que había
pasado antes, después y durante el incendio. Cuando piensas que no vas a caer
más bajo, una cadena imantada repentinamente se te ata en el cuello y tira de
ti hacia el más profundo de los infiernos. La caída es difícil, pero se que
tiempo después acabaré agradeciéndola, de hecho ya empiezo a hacerlo.
Sinceramente, no se por donde empezar a contar mi historia
ni con qué adjetivos decorarla. ¿Tema? El más universal de todos y el único que
se me da bien al definirlo y mal al ponerlo en práctica: El amor. Puede parecer aburrido
escuchar siempre las mismas cosas sobre él, acerca de luchas entre corazones
que se aman y que tienen un destino fatal, hablar de rupturas, de pasiones, de
amantes y de relaciones matrimoniales que se van al garete por culpa de la
rutina. Pero esta historia no tiene nada que ver con eso. Es una mezcla de
todas ellas llevadas al máximo extremo de la vida, al drama.
Pensándolo bien, lo definiría con palabras como locura,
masoquismo, obsesión y dolor, mucho dolor. Me hicieron mucho daño y acabé
rompiéndome el corazón yo sola, estrujándolo y rebanándolo con mis propias manos.
Para llegar a entender el presente siempre es necesario
remontarse al pasado así que empezaré esta historia remontándome al momento
previo a conocer al actor secundario de la misma.
En esos tiempos disfrutaba de mi soledad. Tras una serie de
dolorosas y juveniles rupturas amorosas me había encontrado a mí misma y no
deseaba nada más que tener sexo esporádico y que de vez en cuando me
acariciaran la mejilla mientras dormía. No pedía más. Todo era sencillo. Las
heridas estaban cerradas. Y al hablar de heridas me refiero a que siempre me he
rodeado de promiscuidad y alevosía. De deseos e infidelidad. De sexo y
mentiras.¿Fui yo o fueron ellos?
Desde pequeña veía que los chicos iban por las golfas, a por
las que tenían el par de tetas con el que yo no contaba. Me enamoraba además de
los guapos, los chulitos y ligones del grupo. Gente con encanto y con mucho
golferío…La maldad tira del carro.
Mis amigas me “quitaban” a los novietes y estos cedían al
mínimo escote que ellas mostraban sutilmente, yo mientras sufría en silencio y
la envidia iba instalándose en mi con una raíz que ahora es muy difícil de
arrancar. Inseguridad y frustración me creó todo aquello. Una inseguridad
transformada en horribles celos provocadores de grandes crisis de ansiedad y
bajada de autoestima.
A pesar de todo esto, consideraba a los hombres como seres
sensibles y susceptibles de fragilidad, sobre todo aquellos que provenían de
familias desunificadas, con padres separados y traumas de la infancia. Me los
imaginaba como muñecos de porcelana, frágiles y sensibles, que desde muy pronto
habían tenido que convertirse en hombres y sacarse las castañas del fuego con
esfuerzo y lágrimas encerradas en su habitaciones adornadas con posters de
coches y tías buenas. Eran seres que me atraían bastante porque sabía que
detrás de esa carcasa tenían un mundo lleno de sensibilidad y amor.
Absurdo pero se incrustó en mi mente como una idea fatal.
Con el paso de los años y de los hombres intenté evitar este
tipo de prototipos que no hacían más que destrozarme la mente y el corazón. Pero
yo seguí insistiendo con mi complejo de Madre Teresa de Calcuta. Algo
innecesario, pues antes que ayudar a los demás debía encontrarme y ayudarme a
mi misma. Y para ello he venido hasta aquí.
Mucha
gente viene a este lugar para olvidar, pero yo no creo en el olvido, creo en la
cicatrización. El olvido solo es un invento de nuestras mentes. Puedes pensar
que te vas para evitar recordar pero en ese simple pensamiento ya estas
trayendo contigo a esa persona y esos hechos a tu mente. Con tan solo intentarlo.
Aunque sí que es cierto el dicho que de que la distancia hace el olvido. Pero
más que espacial, la cual ayuda también un poco, ha de ser sentimental.
La
primera mañana que pasé en Malta decidí bajar a dar un paseo por mi barrio y
matar la sed con una buena Cisk. No había mucha gente en el bar del puerto,
perfecto, quería huir de los turistas y este local parecía más bien autóctono.
Un par de pescadores, una mesa con jóvenes y una mujer especial, que llamó mi
atención, aún no se por qué razón. La vida muchas veces te pone personas
delante de tu camino que en un futuro serán muy importantes para ti.
Sentada
en la terraza del bar, bebiéndose la cuarta cerveza, ella me empezó a hablar en
francés. Me pidió un cigarrillo y le conté que hace años yo había estado
viviendo en la bella París.
Charlamos, o charlé (hablar es uno de mis pasatiempos preferidos),
acerca de mi situación. Después, cuando mi necesidad de hablar y desahogarme se
calmó, comenzó su turno de palabra. Me dijo que había venido aquí a buscar al personaje
de su próxima novela..¿escritora?wauw, la persona que siempre he querido
conocer y que la vida, el destino, o yo misma me he puesto en mi camino.
Ella
era como un personaje sacado de una novela dramática en la que chica libre,
independiente y atractiva se va a un país budista a intentar olvidar a chico
cabrón que le destrozó la vida y allí mismo encuentra el nuevo amor. Bonita
historia, con amargo final, como la propia vida, pues ese amor también morirá y
se convertirá en otra ruptura. Y así se cumplirá una vez más la ley circular de
los desastres amorosos.
Mientras
charlábamos acerca de nuestras respectivas profesiones y deseos presentes y
futuros, un grupo de adolescentes en plena ebullición se sentó en la mesa
paralela. Entre los niños había una pareja formada por dos bebés con granos que
no paraban de besarse, mirarse con cara de imbéciles y desearse uno a otro
inocentemente. Patético. Era ridículo y me estaba empezando a dar ganas de
vomitar así que se lo dije a mi nueva amiga y cambiamos de bar.
Y es que la etapa de la adolescencia no debería de existir,
tendríamos que pasar de ser niños a jóvenes adultos en un parpadeo, como ocurre
ya a día de hoy con la inexistente transición del invierno al verano,
convertida más bien en un salto que olvida la bonita, florida y a la vez
alérgica y jodida primavera.
Gritos, granos, histeria colectiva, hormonas estresadas,
mala leche, niñería, gilipollez mental, anchas pérdidas de tiempo, ridiculez,
vestimenta absurda…etapa digna de tirar a la basura, en bolsa bien cerrada y
directamente de casa al camión, para que no huela.
Lo mismo haría con las
rupturas. Ojalá pudiera cerrar la bolsa y eliminar en un momento toda la mierda
acumulada que ha hecho y que se ha dicho en cortos intervalos de tiempo. Lo
peor de todo, es que en esos casos, cuando cambias la bolsa, la nueva la llenas
de rencor, rabia, pena, melancolía, frustración, una pizca de baja autoestima y
un intento de suicidio. No sé que será peor…si dejar la mierda volando
alrededor o encerrarla en esa peligrosa bolsa-bomba que si se rompe lo pondrá
todo perdido.
Marie y yo, pues ese es el
nombre de mi nueva confidente y futura amiga, fuimos caminando por el paseo
marítimo sintiendo la brisa en nuestros rostros, disfrutando del atardecer, de
la leve bajada de temperatura que se crea en el ambiente en ese momento y no
pudimos evitar nombrar a Walt Whitman, el gran poeta que Marie utiliza como
inspiración en sus relatos y que yo eludo cada vez que me doy cuenta de que
tengo que disfrutar el momento presente, fluir, sentir e interiorizar. Todo muy
natural, como se puede comprobar.
Teníamos muchas en común, sentí
que era mi alma gemela francesa hasta que me habló de una historia, que gracias
a dios, yo nunca había vivo en mis carnes.
- Llegué aquí hace cinco años y
jamás he regresado- dijo con cierto tono melancólico en su voz-. No he podido hacerlo, es largo de
contar y ahora no tengo muchas ganas de hablar de ello.
-¿Por qué? Cuéntamelo ahora,
hablemos, se que estas deseando hacerlo- tenía que convencerla de alguna
manera, la intriga me hacía imaginar todo tipo de cosas curiosas y necesitaba
saber la verdad para dejar de elucubrar absurdarme.
Fácilmente la convencí para que
empezara a largar su oculta e inesperada historia.
- No se si sabías que en Malta el divorcio está prohibido. La
gente es muy cristiana, tanto que llegan al radicalismo. Un radicalismo cuya
existencia no puedes llegar ni a imaginar en pleno siglo XXI.- comentó Marie
con cierta aspereza en sus palabras.
Yo ya había oído algo sobre su
cerrada y cuadriculada mentalidad. Pero la verdad es que no pensaba que era
algo radical. No tengo ninguna prueba, no he visto nada extraño por el momento.
-Me enrollé con un chico cinco
años mayor que yo, John, cristiano, proveniente de una familia del tipo Opus
Dei, pero a la vez , distinto aparentemente a este tipo de personas. Nos
conocimos una noche en el bar en el que él trabaja. Fuimos a la playa a dar un
paseo tras unos cuantos sambucas y allí surgió el amor. Y el deseo. Y con ello
mi hija Marita. Nuestra historia quedó ahí, en la arena, pues nada más, como se
suele decir, que “fue lo que fue”.Pasaron los días y mi menstruación había
desaparecido por completo. Cuando me di cuenta de que estaba embarazada y que
no tenía ni un euro para abortar decidí contárselo a John. Tonta de mi, no
recalqué en que en Malta, el aborto está legalmente prohibido- su cara era una
mezcolanza entre pena y rabia, dolor y lástima hacia ella misma.
-Pero lo peor no fue
eso-continuó- si no la cara de John cuando oyó la palabra aborto. Sentí la furia y el asco en su mirada y
ahí me di cuenta de en qué consistía la mentalidad radical.
Se lo contó a toda su familia y
entre todos hicieron una criba contra mi. La gente en el barrio que se cruzaba
conmigo por las calles, me llamaba “asesina”. ¿Asesina?¡Si ni siquiera había
matado al niño todavía!
La interrumpí cortando sus
últimas palabras y la dije que qué ocurrió con el bebé.
-La niña vive en casa de su
padre. No me dejan verla, ni siquiera puedo recordar su carita, pues hace más
de 4 años que no la tengo delante de mis ojos.
-¿Pero cómo es posible eso?¿No
puedes denunciar?¿No tienes un abogado?
-Aquí la justicia se la toman
por su lado. No puedo hacer absolutamente nada más que aguantar insultos y
quedarme en esta tierra, lo más cerca posible de mi hija, para al menos sentir
su corazón latiendo cerca del mio. Puede quedar un poco poético esto que acabo
de decir- razón no le faltaba- pero es lo que debo y quiero hacer.
¿-Y eres feliz?- pregunté
tímidamente.
-¿Es feliz una persona que vive
en una tierra de injusticia, a la que todo el mundo mira con ojos de odio, que
tiene una hija a la que no puede ni siquiera ver de lejos y cuyo marido es un
hombre con el que solamente se acostó una vez y al cual ha de pagar, después de
todo, una pensión?
Claramente, no había nada más
que decir. Sobraban las respuestas.