miércoles, 4 de diciembre de 2013

Un cigarro


El viento chocando contra la ventana me despertó. Me incorporé en la cama con un movimiento brusco producto del miedo y de la intriga ante lo desconocido. Intenté abrir los ojos rápidamente pero permanecían enganchados con las pestañas que aún contenían los sueños pegados en cada pelito negro. Entre tinieblas logré descubrir el encendedor de la luz. Lo pulsé pero parecía haberse estropeado. Algo me produjo un escalofrío dentro del pecho. Desde que Ella se fue, no había terminado de acostumbrarme a compartir mi soledad con cuatro paredes. Aún me daba miedo encontrarme solo en la cama y más aún en la casa que tantos recuerdos albergaba. Encendí una vela con el mechero que guardaba en el pantalón del pijama. Era bastante precavido y un fumador empedernido desde que ella se fue. Conseguí llegar a los plomos y los activé, pero la luz no volvía. En ese momento recordé que olvidé pagar las facturas del mes  y que quizás el banco me había cortado la electricidad. Realmente ni siquiera tenía ese dinero para poder introducirlo en la cuenta bancaria que ya anunciaba varios ceros al principio y al final de la numeración.  Mi vida se movía entre tinieblas en una noche que reclamaba los días de felicidad que ya se perdían entre fotos y memorias que aún colgaban de las paredes de mi casa, de nuestra casa.

Tropecé con algo en el pasillo, de vuelta  a la cama, el lugar donde más horas solía pasar y decidí quedarme sentado en el suelo notando el frío de las baldosas. Me gustaba. Necesitaba sentir algo y sobre todo despertar la mente para mezclar el recuerdo con el olvido para intentar sobrevivir al vacío, a la nada. Porque la vida sin Ella, por mucho que lo intentara y me esforzara, valía absolutamente nada. Se había convertido en la ceniza del cigarro consumiéndose en mi mano, noche tras noche, mientras recordaba la apacible última sonrisa que me dejó cuando se esfumó de mi lado.

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