martes, 28 de enero de 2014

Capítulo 3: Gente normal



(...) Con el sueldo de “becaria-precaria” no me llegaba para vivir en un país en el que cada mes subían los impuestos de los productos básicos y bajaban  el  IVA de los de lujo, un lugar en el que el transporte era cada vez más caro y ofrecía menos servicios; el alquiler de las casas aumentaba con descaro y la factura de la luz se convertía en un lujo que muy pocos podían pagar a final de mes.                                     
Tuve suerte de encontrar otro empleo para los fines de semana en un centro cultural. Se trataba de algo sencillo, nada cansado ni difícil de hacer  pues ni siquiera requería un nivel de concentración superior al de mirar los escaparates de las tiendas. Era “auxiliar de sala”, una especie de vigilante, de punto de información y de ayuda para hacer distinguir a los clientes entre la puerta de la derecha, que es el baño, y la de la izquierda que lleva a la sala (no subestimemos la facilidad del puesto, pues muchas veces tenía que lidiar con personas a las que les decías derecha y se iban a la izquierda sin ser disléxicos siquiera). Había gente que te hacía tres veces la misma y absurda pregunta e incluso personas perturbadas mentalmente que salían, a voz en grito, con el propósito de poner una hoja de reclamaciones alegando que el calor de ahí dentro era excesivo (mientras más de la mitad del público ni siquiera se había quitado el abrigo). Estoy segura de que si toda esa rabia que observaba día tras día la hubieran guardado para protestar por causas sociales, ya habríamos ganado muchas luchas.
Pero peor que los espectadores posiblemente lo eran las compañeras de trabajo. El grupo estaba compuesto por Carmen, Lola y Blanca. A  pesar de la diferencia de edad, mantenía un trato cordial con ellas  basado en conversaciones acerca de sus vidas, de lo que hacían y lo que dejaban de hacer con su pedicura, el coche que acababan de comprar o la hipoteca que les quedaba por pagar. Eran absolutamente banales: Información  innecesaria carente de interés.
Desde el principio Blanca me pareció que era algo distinta, tuve la sensación de que encajaría bien con ella, quizás por ser la más joven entre ellas, pero al cabo de las semanas me fui dando cuenta de que era la más perturbada, llegando a sobrepasar en exceso los límites de cordura razonable.                                                    
 Entrábamos a trabajar a las cinco de la tarde y solíamos salir a las nueve. Era un horario que al principio me encantaba, pues odiaba madrugar y con hacerlo el resto de la semana ya tenía suficiente. Sin embargo, con el paso de los meses, comenzó a molestarme. No me apetecía cortarme a la hora de salir las noches anteriores, pues lo de levantarse a las 16 P.M era bastante duro si tenemos en cuenta que me acostaba a las dos de la tarde. Era una “jodienda” tener que pasar mi tiempo libre y mi resaca monumental aguantando a los humanos que vagaban por el centro. Hubiera preferido trabajar en un zoo.
La tarde en la que me di cuenta de que Blanca tenía un grave problema, llegué algo temprano, (...)

domingo, 26 de enero de 2014

Fragmento de la Intro de La Dulce Caída.



(...)" Cinco años después, coincidiendo con el fin de la carrera y con los excelentes resultados, de repente, mis sueños, mis esperanzas, mis deseos, sin olvidar también los de la mayoría de los jóvenes de mi generación, fueron ahorcados por una soga llamada Gobierno: el asesino de la moral y la educación, de la ciencia y del progreso. Un organismo formando por un grupo de seres que parece que en vez de estudiar la carrera de Políticas estudiaron la mejor manera de manipular y castigar a la gente, de destrozar el futuro y de enriquecerse con todo esto a costa de la angustia y de las lágrimas de los pocos seres civilizados que habitan aquí. 



Vivo en una ciudad  donde las relaciones económicas son más importantes que las personales, una ciudad con prisas, en la que te dan un pisotón en el metro y no solamente  te niegan una excusa, sino que encima te culpan a ti. En este lugar la gente está perdiendo sus trabajos gracias a los cuatro corruptos que les manejan  y aunque todos los días salgamos a la calle a protestar por nuestros derechos, no alcanzamos solución alguna. Se trata de una ciudad que ha perdido la esperanza y la moralidad, donde los maltratos están a la orden del día en las noticias, los ricos miran mal a los pobres y cuatro señores vestidos con traje se frotan las manos con nuestro dinero. La diferencia de clases se ha convertido en una especie de racismo del siglo XXI.
La nueva generación de jóvenes solamente busca el hedonismo, salir, beber y divertirse. Las mujeres se han convertido al masoquismo y no dejan de meterse en problemas enamorándose del chico guapo y el chico de moda acaba en alcohólicos anónimos tras salir del ingreso en el hospital por una gonorrea.
Mi ciudad es una gran urbe cargada de contaminación provocada por el “mejor invento de la historia”: el coche, causante de estrés, de altos niveles de contaminación ambiental y del 40% de los accidentes mortales. Se vive caro, se come mal y se respira peor. Es un lugar en el que si quieres obtener todas las comodidades y ser propietario de las caras tecnologías has de trabajar duramente más de ocho horas al día y luchar contra la competencia para conseguir ser el mejor de tu grupo (aunque sea deshuesando pollos). ”Siempre hay que tener lo mejor” es el eslogan que se suele ver en todos los anuncios de televisión y en los carteles publicitarios. Este es el absurdo y equívoco sentido de la vida que se ha creado en la sociedad a la que, según dicen, pertenezco.
Odio mi ciudad. Además, lo he dejado con mi novio y me siento absolutamente PERDIDA". (...)


http://www.verkami.com/projects/7292-la-dulce-caida-ayuda-para-la-edicion-impresa/







jueves, 23 de enero de 2014

AYUDA PARA LA EDICIÓN IMPRESA

HOLA A TOD@S!!necesito vuestra ayuda para la publicación de mi libro!!He creado un proyecto de crowdfounding (sistema de autofinanciación) en Verkami. Se trata de que aportando la cantidad que prefieras para obtener la recompensa que más te guste PRECOMPRAS el libro y haces posible que se materialice!Si en 33 días no consigo los 820 NO TE QUITAN NADA DE LA TARJETA y si lo consigo el cargo se hace efectivo. ES MUY FÁCIL Y SE TARDA 1 MINUTOl..Te metes en la página de verkami y le das al boton de la cantidad q quieras aportar, te va a pedir tu mail y una contraseña.seguidamente el numero de la tarjeta y listo!! REPITO, el cargo se hace efectivo 30 dias despues, es decir cuando el proyecto acaba, y solamente en caso de que haya conseguido los 820, si no, no se hace ningun cargo en tu tarjeta!! Gracias a todos por leermey espero vuestra ayuda.....SI QUIERES COLABORAR NO LO DEJES PARA MAÑANA X FAVORRRR!!

http://www.verkami.com/projects/7292-la-dulce-caida-ayuda-para-la-edicion-impresa

jueves, 16 de enero de 2014

LA DULCE CAÍDA, AYUDA PARA LA EDICIÓN IMPRESA!!!!

Señoras y señores, La Dulce Caída ya está viento en popa a toda vela!!
Hago un llamamiento a todas aquellas personas que deseen leer el libro, que hagan sus aportaciones para obtener la recompensa que deseen!!
A continuación toda la información en:


http://www.verkami.com/projects/7292


http://www.verkami.com/projects/7292


http://www.verkami.com/projects/7292

Descripción del proyecto

¿DE QUÉ TRATA LA DULCE CAÍDA?
La Dulce Caida es una novelette que habla del absurdo del enamoramiento, de los celos, de las relaciones de pareja tóxicas, de las obsesiones y sobre todo, de la juventud, es decir, de todos y de cada uno de nosotros caracterizados en los personajes de Angie, Martina, Leo y Equis.
La protagonista es una joven perdida en un mundo que se ha convertido en lo contrario a lo que deseaba que fuera.
Angie es una chica descontenta con su presente y temerosa del futuro incierto que va asolando las calles de un país en crisis. Es licenciada en Derecho y trabaja de becaria desde que terminó la carrera. Para poder pagar las facturas encuentra un trabajo de acomodadora en un centro cultural de una ciudad asolada por la crisis económica. Como intento de evasión ante esta dudosa realidad, se ha enamorado. Y lo peor de todo es que se ha quedado prendada de la persona menos indicada, de un chico que le llevará a dar un salto al vacío sin paracaidas en la espalda.

sábado, 11 de enero de 2014

La Dulce Caída (fragmento perteneciente al Cap1)



(...)   No aguantaba más de treinta segundos tumbada. Me levantaba al baño, me echaba agua en la cara, me miraba al espejo, me sentaba en la tapa del váter y volvía a la cama. Esos movimientos desembocaron en un bucle. Cada vez que miraba mi cara reflejada, un pensamiento malvado se incrustaba en mi cabeza y me llevaba a imaginarme muerta, a ver que el mundo era tan complejo que al final no valía nada. Absolutamente nada. Estaba muy colocada.
¿Se han imaginado alguna vez su propio funeral? Yo lo hacía a menudo. Visualizaba mi ataúd y una foto mía al  lado, colocada a pocos centímetros de mi cuerpo yaciente. Mis mejores amigos  se encontraban entre el público así como mis familiares más cercanos. No podía dejar de imaginarme el sufrimiento de mi madre llorando mi pérdida. Debe de ser horrible vivir la muerte de un hijo. Cada vez que lo pienso entro en un luto imaginario.
 Quise cambiar el rumbo de mis negros pensamientos y  me acordé del último bar al que nos habíamos arrastrado antes del alba. El camarero que nos abrió la puerta se llamaba Samuel.  Era un señor de unos sesenta años, dueño del  local desde hacía quince. El garito estaba decorado al estilo circense: Los colores eran ácidos y alegres (para mí, un tanto psicodélicos a aquella hora de la noche y en aquel estado), había un monociclo colgado de una pared, maniquíes simulando cabezas de payasos y una columna enmarcada con fotos de sus actuaciones.
 El señor se había levantado a las seis de la mañana para abrir el negocio y dar cobijo a los que buscan refugio en las últimas cervezas de la noche o en las primeras del día y así, hacer algún que otro dinero extra. Le llamabas al móvil y te abría la persiana metálica; en cuanto entrabas, un movimiento de cabeza a un lado y a otro de la calle y de nuevo persiana para abajo.
 Nada más entrar, Martina fue al baño y yo me senté en la barra observando a Samuel. Aparentaba ser  un  hombre serio al que no le agradaba su trabajo  y  mostraba su resignación en una expresión facial apagada, uniforme y algo cabreada. Se acercó a mí y lo primero que hizo desde detrás de la barra fue demostrarme que los prejuicios son las máscaras que ponemos a las personas antes de conocerlas. De repente tenía al  lado de mi cerveza a un muñeco de peluche hablándome, una especie de conejo, de esos que usan los ventrílocuos en sus actuaciones. Samuel se puso a gastarme bromas. Yo le reía las gracias con mucho gusto.
—Trabajé durante veinte años en un circo -comenzó-. Mira estas fotos... ¡Qué joven!, ¡qué flexibilidad tenía!...y ¡qué novios me echaba! – dijo Samuel emocionado, con una gran sonrisa en  la boca y con los ojos llenos de nostalgia. Eran fotos antiguas, la mayoría de ellas en blanco y negro donde se veía a un Samuel enfundado en un mono ajustado de tirantes poniéndose la pierna en la cabeza, bromeando con payasos, acariciando a un león... Lo más curioso es que en todas ellas sonreía, no actuaba, no posaba, era todo tan real que podías incluso distinguir en sus pequeños ojos el brillo de la felicidad.
  —Tuvo que ser genial trabajar en ese ambiente, ¿cómo le dio por el circo?– pregunté con verdadero interés.
Y este fue el principio de una conversación de más de una hora en la que Samuel me contó en orden cronológico los primeros diez años de su vida circense.
Le interrumpí educadamente para ir al baño y mientras orinaba, intentando mantener el equilibrio para no tocar la mugrienta tapa del váter de un bar abierto a deshora, pensaba en que tal vez me hubiera encantado trabajar en un circo, pero que, obviamente ya era tarde para empezar. Y sin saber por qué, me acordé de mi madre… ¿qué pensaría ella de mí si, por ejemplo, me viera colgando de un trapecio ataviada con un biquini de cuero rosa? ¿O pegando a los leones con un látigo enfundada en unas mallas de cuero? Supongo que nada bueno, aunque en el fondo me daba igual. ¿Qué pensaría de mí mi madre si me viera a las 9 de la mañana borracha y drogada hablando sin parar con un señor de  60 años, con una cerveza en una mano y un cigarro en la otra?

(...)

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