domingo, 23 de febrero de 2014

Salto en el tiempo




Va demasiado rápido. El conjunto de acontecimientos pasados se anudan en mi estómago como una especie de cuerdas de diferentes colores. Cada una de ellas representa un momento, otras una persona, un olor, una palabra, un recuerdo físico.
Volver atrás, revivir el sonido del jaleo de coches, de gente, de risas. Meterte en un antro, emborracharte, gritar, fumar. Confusión, tortura sentimentalista, 20 años, avanzar y retroceder
El poder de cerrar los ojos y visualizar su rostro, oír la voz ronca y carrasposa. La música entrando por tu boca abierta que pide a gritos otra complementaria. Inhala el olor del rocío de la madrugada  y levantarse un día después respirando café molido. Las noches que se convierten en mañanas, la ciudad a tus pies. La gente, el caos, los mensajes. Girar y saltar, hacer el ridículo y llamar la atención, no te preocupes de nada, disfruta este momento. Y se fue y aquí está de nuevo en mi vello erizado, en la carne tenebrosa del recuerdo, no fue un amor, no fue una persona, fue una etapa. Una de las mejores.
Madrid, su gente, los autobuses, despertarte en otro lugar, las luces de neón, los antros con litros de absenta desfigurando tus pensamientos, esperar. Los impulsos, la carne, la piel, él.

domingo, 9 de febrero de 2014

Fragmento perteneciente a La Dulce Caída



Juan no era tan tonto como yo pensaba. De hecho, era un tío estupendo y me encantaba. Fueron unos meses felices en los que aprendí a apreciar el sentido de una caricia y a destornillarme de risa cada vez que me componía canciones y me las cantaba  en  privado con absoluta motivación. Fueron también días de mucho vino y de abundante sexo, de fiestas que siempre terminaban con una sonrisa y un suspiro de placer y de resacas que, al abrigo de sus brazos tatuados, apenas dolían. Fue un grandioso verano que, tras el reencuentro en una etapa pasajera, se destruyó por completo en mi memoria.
       Llevábamos cinco meses sin vernos. Me subí al coche e hice un viaje en carretera de 800 km hasta el pueblo que estaban rehabilitando. Me moría de ganas de volver a sentirle. Desde que él se había ido, pocos Adonis habían pasado por mi cama y ninguno había sido capaz de hacerme gritar como había logrado él.  
Al llegar le telefoneé varias veces sin obtener respuesta. Me quedé dentro del coche, inquieta, esperando a que alguien saliera de esa gran casa medio destruida que habitaba en medio de la nada. Esperaba que ese alguien fuera Juan.
Cuando estaba empezando a entrar en la rueda de la desesperación vi salir de la puerta de la casa a uno de los chicos que también iba a clase conmigo, el más tímido el día de la paella: Javi. Se me iluminó la cara y noté que también él sintió una leve alegría al verme. Salí del coche y le recibí con un abrazo. Le pregunté por “el guaperas” y me dijo que estaba  ensayando con el grupo y que luego tenía que pasarse a hacer unas cosas en la casa de una amiga. Le había dejado a él encargado de ocuparse de mí sí me veía aparecer.
–Ven, entra y deja tus cosas, voy mientras a comprar tabaco y a dar un paseo al perro –dijo Javi con un tono seco. Por el brillo de sus ojos, creo que estaba bastante fumado.
Entré en la casa y me imaginé cual sería la habitación de  Juan, lo adiviné a la primera, tenía una foto de Buda en la puerta y otra de una actriz porno muy famosa justamente debajo. Entré y me senté en la cama, saqué un par de cosas de mi maleta y cotilleé cada milímetro de la habitación, incluyendo los cajones de la mesilla. Era una mala manía que no podía evitar cada vez que estaba con un chico para asegurarme de que no me acostaba con ningún psicópata. 

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sábado, 1 de febrero de 2014

Un sms



Al salir del bar volví a sentir la incomodidad de aquella cortina de luz matutina. Por el camino a casa, me obsesioné con la idea de que me estaba volviendo una persona muy negativa. No sabía a partir de qué momento mi mente había comenzado a ennegrecerse, supongo que el conjunto de las experiencias vividas fueron lo que cambiaron mi humor. Ahora parezco la eterna mujer amargada, que incluso alcanzando picos de felicidad consigo hacerla desaparecer en pocos minutos. Me gustaría ser una persona feliz, de las que se levantan y son felices, desayunan y son felices, están en el trabajo y son felices, se ven gordas y son felices, tienen dolor de estómago y son felices…Claramente, en ese mismo momento y con todo lo que había tomado, yo no parecía una persona de esas. 

—“Vaya desgraciada” – pensé victimizando un poco. Acto seguido me levanté de la cama aburrida de mis recuerdos y me tomé un Lexatin. Quería esconder esos pesares artificiales con halos de nihilismo y dormí las siguientes catorce horas hasta que un mensaje del teléfono móvil me desveló. Abrí los ojos de golpe e intenté incorporarme, mis manos temblaban  y  me sentía atolondrada. No sabía ni qué hora ni qué día era. La pastilla me había trastocado. Rápidamente enfoqué las pupilas y leí el nombre del remitente: EQUIS.

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