“El turismo es eterno, es
un sector que jamás morirá y aún menos en España, que, desde hace décadas, es
uno de los países más visitados a nivel planetario. Tened por seguro que aquel
que decida trabajar en el mundo de la hotelería, tendrá trabajo asegurado para
toda una vida”. Esta era la frase con la que los profesores de 1º de Turismo inauguraban
el curso y que retumbó en mi cabeza en marzo de 2020, año que plantó un ¡zas en toda la cara! a todos aquellos
que no vaticinaron esta impensable, pero real pandemia, que nos ha sumergido en
una de las crisis MUNDIALES (lo remarco ya que ciertamente alivia el tan
repetido “mal de muchos, consuelo de tontos”) más devastadoras que ha vivido la
sociedad desde que tengo uso de razón.
Pero antes de sumergirnos
en el río de barro de los tiempos que corren, retrocedamos y recordemos de
dónde venimos. A mi generación pertenecen aquellos que superamos los 30 pero seguimos
por debajo de los 40. Se nos conoce como Millennials, NINIS o simplemente “generación
perdida”, da igual el nombre, el concepto es el mismo. Si algo tenemos en común
es que la mayoría de nosotros tuvimos la grandísima suerte de poder estudiar
una carrera, formarnos con masters, doctorados, idiomas y mudanzas a Londres o
a Irlanda. Cuando por fin estábamos listos para despegar en el ansiado y
apasionante mundo laboral, nos dieron en la cara con el ladrillo de las crisis
de 2008, otra gran recesión que, en este caso, afectó principalmente a España. En
aquel momento, el que pudo sobrevivir (hablando en plata, aquellos con padres y
madres con pasta) pudieron salir adelante, los demás, tuvieron que “reciclarse”
o “reinventarse” cuando todavía ni siquiera habían sacado rendimiento a sus conocimientos
y habilidades. Aun así, con mucho tiempo, esfuerzo y creatividad, lograron ganar, o al menos
salir inmunes de la batalla.
Una década después de la hecatombe,
cuando todo parecía coger su ritmo y sintonía, llegó el Coronavirus, SARS2,
COVID 19 o también conocido como “el puto bicho malo” y nos confinaron en casa durante
meses. Presagiando la negatividad de la siguiente frase, la esquivo nombrando
algo positivo, ya que fue en este momento en el que tuvimos, por fin, tiempo.
Tiempo para pensar, para plantearnos cosas, para recordar, para ordenar la
biblioteca en orden alfabético, para disfrutar del café del desayuno sin mirar
el reloj, para dormir hasta las once si nos da la gana, para que los abrazos
con tu pareja fueran infinitos o para, por ejemplo, escribir sobre todo aquello
que me ha rodeado profesionalmente durante los últimos 10 años.
Volviendo al tema del
turismo, tampoco borraré las palabras de uno de mis primeros
mentores en el mundo de la hotelería: “este trabajo es para aquellos que están
hechos de otra pasta”. Es una profesión sacrificada, en la que mientras todos
descansan y están de vacaciones, tú les estás haciendo disfrutar de las mismas.
Una forma de vida donde los planes son improvisados, quizás en Octubre en vez
de Agosto, con celebraciones postergadas o perdidas, donde los cumples, aniversarios,
puentes o roscón de Reyes se celebran de otra manera o incluso no se celebran.
Pero es un trabajo excitante en el que cada día ocurre algo completamente diferente
al anterior, que te permite relacionarte con todo tipo de personas constantemente,
donde eres un solucionador nato de problemas de cualquier ámbito, con los que
creces profesional y humanamente a medida que pasan las horas, donde los retos
están a la orden del día y tienes el placer de hacer que la gente disfrute teniendo una repercusión directa en su felicidad. Gracias a él, tu curriculum
añade nociones de psicología, coaching, enfermería, docencia, formación de
formadores, comunicador, chamanismo, hombre o mujer del tiempo, decoradora, embaucador,
investigador, CSI, celestina, actriz y muchos más.
Los grandes empresarios
dicen que si sabes dirigir un hotel, eres capaz de dirigir y gestionar
cualquier tipo de negocio. Y es que un hotel es un mini mundo que abarca
multitud de ámbitos, desde el mantenimiento de las instalaciones, la creación y
el diseño de productos, servicios y experiencias, marketing, comunicación,
sostenibilidad, relaciones con clientes, la contabilidad, la decoración del ambiente
y el lugar, la división de habitaciones, las ventas,…en resumen, la gestión de más de 15 departamentos
completamente diferentes uno del otro pero cuya implicación individual es tan relevante
que si uno de esos eslabones cae, toda la cadena se rompe. Cada día pueden
tomar decenas de decisiones que implican acciones de peso para cada uno de esos
departamentos. Se trata de dirigir una orquesta donde lo más importante son las
personas y que, por lo tanto, también conlleva un gran trabajo en cuanto a
gestión de equipos, motivación, formación, crecimiento y desarrollo de los
mismos y un largo etcétera. Y es por todo eso por lo que amamos la hotelería y,
por ello, personalmente, amo mi profesión.