jueves, 24 de diciembre de 2020

Nochebuena

Este año no nos haremos la mítica foto de primos con la abuela en la escalera de la casa de la tía, no se escucharán las risas estrambóticas de las Koplovich ni recordaremos al abuelo gritando "¡Roooosaaaaaa!" ni Alba gritará "¡Viceeeeenteeee!".

Este año el tío Carlos no pelará la piña como un melón, ni el tío Antonio nos vacilará con premios escondidos en los regalos chulos del juego de los dados. Nadia no esperará ver a Papa Noel por la ventana, la prima Rocio no pondrá bonitos nuestros nombres en la mesa y el tío Paco no estará en el jardín preparando el rico cochinillo. Nos perderemos los chistes malos del tío Juanma, la lombarda de la abuela y las risas y la ilusión de Eva, Saúl, Fochi y Elena, más conocidos como “Los Fochis”. Este año Vicente no saldrá por Majadahonda y tampoco imitará el baile de la prima Ilsayid; la tía “Chuches” no nos sorprenderá y nos hará creer de nuevo en la magia y el amigo invisible será más invisible todavía.

 Este año nadie le dirá a la tía Ana que deje el purito ni ella nos dirá que nos quedemos embarazadas y la tía Rosi no nos pillará fumando en la habitación y nos regañará entre sonrisas. Este año la prima María no imitará a las blogueras, no veremos al pequeño Balti y Pati no nos contará sus cotilleos ni grabará stories con las primas mayores. La prima Ana no dirá que está borracha con una copa de vino, ni Silvia se partirá de risa de nosotras. No brindaremos mil veces, ni probaremos un cocktail de Csabi y no jugaremos al póker ni al Chinchón de resaca el día 25. Este año Sarita se quedará sin conocer el show que monta su familia en Nochebuena…y es que este es el primer año de nuestras vidas que no estaremos juntos. Pero si hay algo muy importante que nos quedará en estas Navidades y es que este maldito año nos ha demostrado más que nunca que una familia unida que se apoya y se quiere  jamás será vencida. Os quiero familia. Salud y amor.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Geranios en flor

A las 8:42, como cada día desde hacía diez años, la canción de “La bamba” retumbaba en sus oídos.  Pablo apagó con un golpe seco su despertador  y con un bostezo se levantó de la cama. "Un día más, un día menos" - pensó de nuevo.

 Nada más poner un pie en el suelo lanzó un grito de dolor. Se había clavado uno de esos diminutos cristales de la botella de ron que bebió y posteriormente destrozó la noche anterior. Terminó de subir la persiana de la habitación y se encendió un cigarrillo. Llovía. Mal empezaba su rutina. 

Después de un desayuno basado en una gran dosis de cafeína, y una ducha de agua fría de más de diez minutos salió a la calle. Diluviaba. Además esa mañana volvía a tener aquel chispeante dolor de cabeza con el que amanecía todos los lunes.

Recorrió el mismo camino de siempre: mirada al suelo, música en sus oídos y como complemento el pitillo colgando de su mano. Andaba cerca de dos kilómetros para llegar al trabajo. Pero lo prefería, no le gustaba el transporte público, se agobiaba rodeado de, lo que el denominaba, "la masa". Para él la gente era como un rebaño de ovejas, todos iguales, haciendo lo mismo, pensando lo mismo, siguiendo las mismas ridículas y absurdas modas. Desde hacía mucho tiempo, nadie le aportaba nada.
Llegó a su despacho y como cada mañana a las 09:30 abrió su correo electrónico y se sirvió un café solo. La bandeja de entrada estaba vacía, únicamente había treinta correos absurdos que no hablaban de nada. Aborrecía casi todo en su trabajo, sobre todo a su compañero Javier, un chico algo más joven que él, demasiado hablador y con apariencia de felicidad empalagosa en el rostro. Pablo realmente le odiaba. Su monólogo matutino esa jornada trató sobre la primavera, le echó el típico discurso de que en esta época todo es más bonito, todo florece, hay más luz, los días son más largos y uno está más feliz… Pablo intentó hacer oídos sordos para no vomitar.

Esa misma tarde, cuando terminó su turno y se disponía a meterse un trozo de bocadillo de tortilla en la boca recibió un mensaje en el móvil. Era Gabriela, una chica más joven que él con la que solía verse a menudo. “ ¡Otra vez! Qué pesada…” - pensó. Pero tras leerlo repetidas veces y esforzándose por dominar su pequeña y mínima motivación,  acudió a la cita que ella le había propuesto. 

Nada más verse se besaron repetidamente. No se dijeron ni una palabra. Tampoco era necesario, cada uno tenía claro el rol que tenía que seguir en esa relación.
Pasaron horas en la cama. Tocándose, hablando, descubriéndose el uno al otro. Cuando se levantó para vestirse de nuevo, Pablo volvió  a sentirse igual que hacía unas horas, su auto maltrato mental y sus pensamientos depresivos volvieron a aparecer como un escalofrío.
La chica feliz  de la sonrisa permanente y de los ojos brillantes le cogió de la mano y le llevó hasta su balcón. Quería enseñarle algo antes de que se fuera.  “Mira Pablo, qué grandes están los geranios. Han florecido mucho durante estos últimos diez meses que has estado viniendo por aquí...” - dijo Gabriela dulcemente.
Pablo permaneció callado durante más de diez segundos. Al fin, con una sonrisa verdadera en la cara le dijo: “Es lo que tiene la primavera...puede ser maravillosa, ¿verdad?”. 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

El síndrome de Peter Pan

Miré el reloj y eran cerca de las siete. Me acerqué a la habitación principal y levanté levemente una de las grandes persianas que habíamos bajado para alargar una noche que no queríamos que terminara jamás. Dos rayitas brillantes enfocaron de lleno mis pupilas y sentí un escalofrío. 

Volví al salón donde estaban mis cuatro personas favoritas. Hacía ya cinco años de esta conexión. Ellas habían formado parte de mi crecimiento, de mi paso de la adolescencia a la juventud y a día de hoy podría decirse que también a la madurez. Eran parte de mi ser, como un brazo o una pierna. Cada cual se había hecho un huequito dentro de mi corazón, el cual me perjuró que ese sentimiento duraría para siempre, aún sabiendo que la palabra “para siempre” sólo dura los dos segundos y medio que tardas en pronunciarla.

Agarré una cerveza del bol con hielos, ya casi deshechos y me senté a observarles. Estaban pletóricos danzando como si el mañana, que ya era hoy, no existiera. Les miraba y sonreía. Sentía cómo disfrutaban la música, notaba el amor y el cariño que corría entre todos ellos, pero en un instante mi sonrisa se borró y me invadió una horrible melancolía. Mi cerebro se empezó a contradecir, no quería que esa noche terminara, quería que todo fuera como antes, como ahora, como siempre, pero eso no iba a poder ser ya que en aproximadamente ocho horas cogía un vuelo a Paris, ciudad de la que me había enamorado tras un intenso Erasmus. Iba a probar suerte buscando un trabajo relacionado con nuestros estudios, ya me había cansado de Madrid y era hora de mover el culo. Algo me decía que no volvería en un largo tiempo.

Blanca se mudaba a Londres en un par de días. Se había empeñado en conocer Reino Unido y estudiar un máster. Llevaba años planeándolo y por fin se había atrevido. La verdad, es que me sentía muy orgullosa de ella, porque aquella niña con la que compartí secretos inconfesables, risas y llantos por doquier, diera uno de los mayores pasos de su vida (hasta el momento). Además, mantenía la esperanza de que nos visitaríamos mutuamente y que, por supuesto, hablaríamos por Skype mínimo una vez a la semana.
Me miró y me sacó la lengua. Yo la hice un corte de mangas. Así era nuestra relación, éramos una pareja de amigas que se complementaba a la perfección.
En ese momento Miriam me sirvió una copa, "¡vamos Andrea, que no decaiga, levántate a bailar!"- me dijo entusiasmada. Miriam había sido una de las primeras personas que conocí al entrar en la Universidad. Con ella me pegué mis primeras borracheras y compartí los primeros llantos y rupturas, era una delicia de persona, un ser de plata con un corazón bañado en oro. Me gustaba su lado salvaje, que solo sacaba de vez en cuando, me recordaba mucho a mi. Me juré que jamás le perdería, que siempre estaría a mi lado.  Era la típica persona con la que podías contar para todo y para nada. Ahora se iba un año a vivir al otro lado del océano con su novio. 

Llevaba media hora ahí sentada, en mi pesadumbre y con mi drama mental cuando Benja puso una de nuestras canciones favoritas y vino corriendo a sacarme a bailar. Era el “Because we are your friends…”, uno de nuestros himnos en esos tiempos. Nos conocimos bailando y se que bailando acabaría esto. Él también se iba a Inglaterra a perfeccionar su inglés. Me entristecía pensar que se acabarían esas divertidas tardes en su casa solo conversando, riendo y fumando cigarros hasta las tantas. O uno de esos viernes que de repente se convertían en domingo como si no existiera nada más alrededor nuestro que la música y el amor. Salir con él de fiesta era de lo más divertido que podía pasarte. Además de todo esto Benja era mi confesor, mi arregla mundos, mi chico al que le encantaba vestirse de chica y al que le podía contar todo sin ningún tipo de reparo; la persona que me calmaba y arreglaba cuando tenía un día malo y viceversa. Era único. Aunque se juntaba con gente con la que, a mi parecer, no debiera juntarse. Pero, según él, yo también me juntaba con tíos con los que no debía juntarme así que estábamos en igualdad de condiciones.

Volví a mirar el reloj y ya eran las ocho. Esa hora había pasado tan rápido como los cinco años que hacía que nos habíamos conocido. Y es que es cierto eso que dicen de que la vida pasa más rápido a medida que vas creciendo. Ni trampa ni cartón, los adultos estaban llenos de razón al decirme "disfruta de tu juventud".

Una de nuestras canciones“erizapelosdelbrazo”, Oasis, Wonderwall empezó a sonar. En ese momento, nos limitamos a hacer un círculo en medio del desastroso salón que habíamos dejado tras más de diez horas de postfiesta y nos abrazamos. No nos mirábamos a las caras, solo el tacto del abrazo era suficiente para experimentar aquella sensación común de alegría y melancolía mezclada con el azúcar de la existencia. Supimos que era la hora de la despedida, el final había llegado.Todos ellos remarcaban que eso no era el final, que la distancia no iba a cambiar nada, que realmente era el inicio. Para mi era, efectivamente, el inicio del final. Subimos las persianas y fin. 

Blanca hizo y posteriormente rehizo su vida en Londres. Ya han pasado tres años desde entonces, hablamos una vez al año. Se que le tengo para lo que necesite pero ya ni siquiera me sale contarle mis problemas. Demasiadas vivencias separadas que le hacen a una cambiar su fuero interno. Y la verdad es que es una enorme pena que las cosas terminen así, pues las verdaderas amistades, como esta de la juventud, son las que recordarás cuando estes sentada en tu sillón haciendo punto con los pies metidos en agua fría. El caso es que yo preferiría reir haciendo punto con ella a mi lado.

En cuanto a Miriam, no volví a verla ni siquiera a su vuelta de Estados Unidos. Vive en la misma ciudad que yo desde hace años. Ahora sale por otros sitios, con gente completamente distinta (a mi y a ella misma) y estoy segura, de que si hablara con ella, también hablaría de otra manera. Aquel tipo le absorbió. Me gustaría tanto verla, me gustaría tanto que todo fuera como antes de levantar aquella persiana...Me di cuenta de que lo que me pasaba es que no quería crecer, quería congelar ese instante de felicidad plena, de juventud, de alegría, sin problemas y quedarme varada para siempre, con ellos, con mis mejores amigos. Tenía el síndrome de Peter-Pan y ellos eran mi Campanilla, la luz de todos mis días, la alegría del vivir, esa que no ha de perderse nunca.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Hoteleros

“El turismo es eterno, es un sector que jamás morirá y aún menos en España, que, desde hace décadas, es uno de los países más visitados a nivel planetario. Tened por seguro que aquel que decida trabajar en el mundo de la hotelería, tendrá trabajo asegurado para toda una vida”. Esta era la frase con la que los profesores de 1º de Turismo inauguraban el curso y que retumbó en mi cabeza en marzo de 2020, año que plantó un ¡zas en toda la cara! a todos aquellos que no vaticinaron esta impensable, pero real pandemia, que nos ha sumergido en una de las crisis MUNDIALES (lo remarco ya que ciertamente alivia el tan repetido “mal de muchos, consuelo de tontos”) más devastadoras que ha vivido la sociedad desde que tengo uso de razón.

Pero antes de sumergirnos en el río de barro de los tiempos que corren, retrocedamos y recordemos de dónde venimos. A mi generación pertenecen aquellos que superamos los 30 pero seguimos por debajo de los 40. Se nos conoce como Millennials, NINIS o simplemente “generación perdida”, da igual el nombre, el concepto es el mismo. Si algo tenemos en común es que la mayoría de nosotros tuvimos la grandísima suerte de poder estudiar una carrera, formarnos con masters, doctorados, idiomas y mudanzas a Londres o a Irlanda. Cuando por fin estábamos listos para despegar en el ansiado y apasionante mundo laboral, nos dieron en la cara con el ladrillo de las crisis de 2008, otra gran recesión que, en este caso, afectó principalmente a España. En aquel momento, el que pudo sobrevivir (hablando en plata, aquellos con padres y madres con pasta) pudieron salir adelante, los demás, tuvieron que “reciclarse” o “reinventarse” cuando todavía ni siquiera habían sacado rendimiento a sus conocimientos y habilidades. Aun así, con mucho tiempo, esfuerzo y creatividad, lograron ganar, o al menos salir inmunes de la batalla.

Una década después de la hecatombe, cuando todo parecía coger su ritmo y sintonía, llegó el Coronavirus, SARS2, COVID 19 o también conocido como “el puto bicho malo” y nos confinaron en casa durante meses. Presagiando la negatividad de la siguiente frase, la esquivo nombrando algo positivo, ya que fue en este momento en el que tuvimos, por fin, tiempo. Tiempo para pensar, para plantearnos cosas, para recordar, para ordenar la biblioteca en orden alfabético, para disfrutar del café del desayuno sin mirar el reloj, para dormir hasta las once si nos da la gana, para que los abrazos con tu pareja fueran infinitos o para, por ejemplo, escribir sobre todo aquello que me ha rodeado profesionalmente durante los últimos 10 años.

Volviendo al tema del turismo, tampoco borraré las palabras de uno de mis primeros mentores en el mundo de la hotelería: “este trabajo es para aquellos que están hechos de otra pasta”. Es una profesión sacrificada, en la que mientras todos descansan y están de vacaciones, tú les estás haciendo disfrutar de las mismas. Una forma de vida donde los planes son improvisados, quizás en Octubre en vez de Agosto, con celebraciones postergadas o perdidas, donde los cumples, aniversarios, puentes o roscón de Reyes se celebran de otra manera o incluso no se celebran. 

Pero es un trabajo excitante en el que cada día ocurre algo completamente diferente al anterior, que te permite relacionarte con todo tipo de personas constantemente, donde eres un solucionador nato de problemas de cualquier ámbito, con los que creces profesional y humanamente a medida que pasan las horas, donde los retos están a la orden del día y tienes el placer de hacer que la gente disfrute teniendo una repercusión directa en su felicidad. Gracias a él, tu curriculum añade nociones de psicología, coaching, enfermería, docencia, formación de formadores, comunicador, chamanismo, hombre o mujer del tiempo, decoradora, embaucador, investigador, CSI, celestina, actriz y muchos más.

Los grandes empresarios dicen que si sabes dirigir un hotel, eres capaz de dirigir y gestionar cualquier tipo de negocio. Y es que un hotel es un mini mundo que abarca multitud de ámbitos, desde el mantenimiento de las instalaciones, la creación y el diseño de productos, servicios y experiencias, marketing, comunicación, sostenibilidad, relaciones con clientes, la contabilidad, la decoración del ambiente y el lugar, la división de habitaciones, las ventas,…en resumen, la  gestión de más de 15 departamentos completamente diferentes uno del otro pero cuya implicación individual es tan relevante que si uno de esos eslabones cae, toda la cadena se rompe. Cada día pueden tomar decenas de decisiones que implican acciones de peso para cada uno de esos departamentos. Se trata de dirigir una orquesta donde lo más importante son las personas y que, por lo tanto, también conlleva un gran trabajo en cuanto a gestión de equipos, motivación, formación, crecimiento y desarrollo de los mismos y un largo etcétera. Y es por todo eso por lo que amamos la hotelería y, por ello, personalmente, amo mi profesión.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Mientras duermen

Un lugar en el que un individuo haciendo y diciendo gilipolleces vacias, sin contenido, tiene dos millones de seguidores que imitan su absurdo ejemplo.

Un país en el que una persona mediática que lo único que hace es hablar sobre los demás cobra treinta veces más que el medico que salva vidas a diario.

Un sitio en el que un corte de pelo de moda da más que hablar que el avance de la ciencia y la tecnología; donde la desconfianza, la crítica, los juicios de valor, la envidia y el cotilleo están a la orden del día, donde se mira con los ojos y no con el corazón, se aplaude al guapo y se insulta al feo. 

Un lugar en el que las palabras son lanzadas al aire a través de un matasuegras y la manipulación inconsciente está a la orden del día.

Un lugar en el que abundan los catetos que se creen cualquier mierda que aparece en cualquier absurda fuente de información sin contrastar.

Un lugar en el que te hacen creer que algo es tu pasión para que lo conviertas en misión de vida. 

Y, sin embargo, a pesar de todo, amo este lugar, pero cuando todo el mundo está durmiendo.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

¡Danzad malditos, danzad!

Llevábamos mucho tiempo esperando este momento, para ser exactos un año y veinte días que habían pasado silenciosamente durante la era COVID.

Teníamos muchas ganas de volver a pisar un festival de música y por fin había llegado el día, 20 de junio de 2021. Quede constancia que cuando hablo de un festival no aludo a emborracharse, a restregarse entre la gente, a drogarse como monos, NO, en absoluto, me refiero a algo totalmente diferente a los clichés… Me refiero a que se te erice todo el vello del cuerpo, a que cada sonido se introduzca entre tus venas corriendo por tu sangre, te posea y te haga flotar en el espacio entre bailes y sonrisas ajenas. Y es que hay temas y canciones que son como un peyote inocuo que pueden elevarte a los estados más elevados de conciencia; otros que te dirigen hacia la más tierna melancolía y algunos que incluso pueden llegar a hacerte sentir plena felicidad durante sus 6:35 minutos de duración.

Hay personas que no entienden las maravillas que conlleva el reggae, el jazz, el blues y sobre todo, la música electrónica. Dicen que eso es “chumbachumba” de niñatos que se drogan para soportar esos sonidos del infierno. Sin embargo, yo creo que, particularmente el Techno es el anticristo del absurdo y puto reggaeton. Y es que la desinformación y el desconocimiento llevan al camino de la equivocación y de los prejuicios. La masa está perdida. Es una pena cómo la cultura musical de este país (y de muchos otros) se ha convertido en…en “eso” (no quiero herir sentimientos). 

Cuando la comprendes y la sientes, la música electrónica de calidad es un arte capaz de mantenerte danzando durante largas horas, de cambiar una tarde de desánimo en todo un jolgorio. Es incluso idónea para  transportarte a momentos del recuerdo, modificar tu espíritu y elevarlo.

Estábamos haciendo cola a la entrada del recinto en el momento en el que se abrieron las puertas. Todas estábamos expectantes. La música de uno de los tres escenarios al aire libre empezó a sonar. Me apasiona ese momento previo a una actuación cuando, la gente, nerviosa, se va acercando al escenario y…Pum!, el primer sonido de los altavoces encendiéndose como un fogonazo. Pum! Se apagan las luces. Pum! los visuales entran en juego…los aplausos, la expectación, una melodía de introducción, el artista se acerca a la tarima, saluda, luces y de repente…PUM! Todo el recinto estalla en masa, todas las personas saltan, cierran los ojos, sienten, viven, se expresan bailando…y, veinte minutos después las sonrisas invaden el espacio, sientes la energía de que todos somos uno, la unión entre las personas a través de la música…es envolvente, te atrapa y, de nuevo, vuelves a sonreír, a sentir que la vida son dos días y que hay que disfrutarla. Y es que se nos está empezando a olvidar lo que era la vida antes del COVID y, dentro de nosotros, no hay mayor deseo, de que todo vuelva a la normalidad y que bailemos juntos esta danza.






sábado, 31 de octubre de 2020

El garbanzo negro

“¡A comer!” – grito mi madre puntual como un reloj a las 15:00, horario que se seguía religiosamente en la casa desde que Ana tenía uso de razón.

Los primeros en sentarse siempre eran los más pequeños y el último, cual cura que sale al estrado, el patrón de la familia. Con un alargamiento de brazo para coger un trozo de pan, el padre de Ana daba por inaugurado el almuerzo del día.

Ana tenía dieciséis años, esa edad tan confusa que, si se pudiera, la eliminaría inmediatamente, dejando un lapsus temporal entre medias, como una hibernación humana desde los doce hasta los dieciocho. Y es que la adolescencia es una etapa que Ana siempre recordará con verdadero pavor y repulsión, con un sentimiento de indiferencia hacia sí misma, de rabia, de ira.

“Bueno Ana, ¿qué tal llevas el trabajo de Ciencias, hija?” – preguntó la madre empáticamente y rompiendo el hielo.

Ana estaba mirando hacia el plato, concentrada en los garbanzos que nadaban entre la sopa y principalmente, en uno negro que encontró.

“Ana, ¿puedes contestar a tu madre y mirarla a la cara cuando te habla? Ana…¡Ana!...¡ANA!¡Estas sorda o qué te pasa!” – gritó el padre enfurecido.

Cada vez que el padre de Ana abría la boca durante la comida, los hermanos sabían que no iba a ser para decirle a la mama lo buena que estaba… Ninguno de los presentes quería que su padre abriera la boca mientras comían y tenían mucha mesura en hacerlo ellos mismos también.

Ana miro con los ojos ensangrentados a su padre, giró la cara hacia su madre y pronunció un simple, “bien mamá”. Seguidamente dirigió una mirada al patrón y continuo haciendo más larga su respuesta para satisfacerle “ya está casi terminado, lo entregamos el lunes”.

No soportaba a su padre, pensaba que era un puto ogro que se pasaba el día tocándose los huevos en casa y tocándoselos a los demás, con especial tesón en los de ella. No le gustaba el trato vejatorio que les daba principalmente a ella y a su madre. La última vez que le vio darle un bofetón por contestar irónicamente a una de sus preguntas, sintió como si esa mano hubiera rebotado también en su cara. Su padre le hacía sentirse débil, indefensa y que no valía para nada. Nunca tenía una sola palabra buena para ella. Era un amargado que hacía que su adolescencia estuviera aún más cerca del purgatorio. Ana se sentía como el garbanzo negro de la familia, como un mutante en una mutante en una peli de serie B. Se sentía con el agua al cuello, a punto de ahogarse en los últimos suspiros.

“Ana, vamos, acábate el plato y ayuda a tu madre a recoger la mesa. Siempre eres la última en todo…es que yo no se si eres tonta o te lo haces” – dijo el padre de Ana mientras se encendía el cigarrillo de después de comer.

Ana, sin mirarle, cogió la cuchara, lentamente se comió las dos últimas cucharadas. Se quedó observando al garbancito negro que había relegado primeramente a un lado y, envalentonándose, se lo comió y se levantó de la mesa decidida a no volver nunca más.

miércoles, 28 de octubre de 2020

2020, el año de la rata

2020: el año de la rata. Del puto virus. De la devastación. De los cambios. Del autoconocimiento. Del no pensar en el mañana. De la resiliencia y la entereza.  2020, el año más raro de nuestras vidas y de las de aquellos que, lamentablemente, ya no están.

2020, algún día miraremos atrás y entenderemos el poder que nos has concedido. El poder de, por muy cursi que pueda parecer, valorar el amor por encima de todas las cosas, el poder de entender y cuidar nuestra mente y salud como máxima prioridad. La licencia de hacernos fuertes, de aguantar, de luchar, de no perder la fe, de ayudar… La potestad de darnos cuenta de quien nos tiene en su cabeza y a quien tenemos nosotros... de cuidar, de amar, de preocuparnos y de valorar a quien nos rodea y a quien rodeamos entre nuestros brazos, sin guantes y sin gel, a pelo, sin miedo.

2020, el año para quemar todo aquello que ya sobraba dentro de nuestras vidas. Para reafirmar nuestros valores, capacidades, vicios y virtudes. Para alejar las falsas lecciones de moralidad de los demás, para criticar la falta de civismo de nuestra sociedad, para alimentar egos maquillados de payasos y volver a apuntalar que la política en nuestro país, aunque lo parezca, no es el peor mal que nos rodea. A veces simplemente es nuestro vecino, nuestro compañero o algún familiar. Al fin y al cabo, un año que nos está enseñando a aforar lo que verdaderamente importa por encima de lo demás. Y a que nos resbalen cada vez más las opiniones en torno a tu autenticidad... 2020… ¿Quién se lo iba a esperar?

Y no sé a ti, pero en el fondo (muy fondo) del agujero, encontré una luz que me llevó a  encontrarme de nuevo con mi esencia y a hacer una de las cosas que más me gusta hacer desde que tengo uso de razón y, todo hay que decirlo, que en los últimos años había relegado a un segundo plano: escribir. Porque para mí, desde bien pequeña, escribir es vomitar,  es sacar un trocito de tu alma, es una limpieza terapéutica que también puede curar a los demás con su lectura. Es descubrir, indagar, reafirmarse y al fin y al cabo, expresar.

Bienvenidos a mis textos y relatos “ a pelo”:  ficción mezclada con realidad, vómitos combinados con arena y sal del mar, palabras secas, directas, que expulso sin más, sin ninguna intención oculta, sin un significado detrás.

Y para terminar, o bien, para comenzar, Bukovski (uno de mis escritores fetiche) dijo que quizás estaba loco, pero al menos podía volar… Pues en mi caso, a través de las palabras, que caen sobre las teclas del ordenador como si fueran misiles de guerra, me siento jodidamente igual. Y si te gustan bien y si no, coges la puerta y te vas.




 

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