martes, 26 de enero de 2021

Una mala noche

 Son las cuatro y media de la mañana. No puedo dormir. Me agobia mucho el hecho de que dentro de tres horas tengo que estar en pie y que llevo el doble metida en la cama. Sudo. Tengo calor, doy vueltas de un lado al otro en busca del gustoso frío de las cálidas y sudorosas sábanas blancas de agosto.


Mañana me espera un día muy largo, demasiado como para seguir despierta a estas horas. El ruido del reloj me absorbe en un círculo vicioso en el que los segundos pasan el doble de rápido. Y sigo sin dormir. Me obsesiono tanto con el tic tac tanto que termino levantándome y dejando el reloj en el baño. Aún así, a veces sigo oyéndolo. O no, quizás es paranoia. Vuelvo a levantarme y lo meto en el cajón del mueble de los potingues. Me mojo la cara, me miro al espejo. Estoy cansada, me siento como si estuviera en un after party, pero sin diversión alguna. Vuelvo a la cama, me pongo los tapones de los oídos para centrarme en el sueño. Me los acabo quitando, esos tapones que me compré en el viaje a Tailandia eran lo más parecido a tener los dedos índices metidos en tu oreja tras cuatro horas en remojo. Duros, fríos, con arrugas….

Mi cuerpo está agotado, he estado trabajado doce horas y he comido mierda de una cadena de comida rápida. Seguro que por eso no puedo conciliar el sueño. El estómago me está provocando todo esto. Voy a la cocina y me tomo el jarabe antigases lo antes posible. Se que no me dormiré hasta que no lo haga. 

Vuelvo a la cama, completamente concentrada en dormir de una maldita vez. Miro el reloj, son las cinco y media. Oh, dios mío, solo voy a poder dormir dos horas, ¡dos malditas horas otra vez! Me resigno…estaré bien, soy una chica fuerte y esto acabará pronto. Tan pronto como encuentre otro trabajo y deje de limpiar la mierda de dos oficinas y un chalet a seis euros la hora.

Se que algo mejor me espera, si reduzco el pensamiento de que tendré que pasar muchas horas de mi vida en el médico que intentará arreglar los dolores de espalda provocados por limpiar váteres llenos de cagadas. Ya me empieza a doler. Noto mis riñones hinchados, como si estuviera premenstrual en plena ovulación. Mierda, este trabajo me está destrozando. Pero no puedo dejarlo. No tengo otra opción.

Y sigo sin dormir y son las seis de la mañana. Mi cerebro en marcha, pasa por un sin fin de pensamientos presentes y futuros. Aunque lo que más me martiriza la cabeza es el pasado. Quisiera olvidarlo, pero no puedo. Aparece cuando menos me lo espero. Y duele. Intento ser fuerte y darle la espalda. A veces hasta me pongo los guantes de boxeo para luchar contra él. Lo noqueo pero se levanta de nuevo tres días después y vuelve a aparecer pegando fuerte. ¡Malditos recuerdos! Me gustaría exterminarlos. Son una plaga que no te deja avanzar en un campo de maíz. Como si alguien te tirara de la espalda hacia atrás y no te dejara avanzar en cada paso en vano.

Me acuerdo de ti, sí, me acuerdo mucho de ti. De cuando tampoco podías dormir por las noches y me llamabas a las seis de la mañana para escuchara el canto del gallo del corral. Era tu forma de darme los buenos días y de desahogarte ante tu falta de sueño. Pero luego siempre venías. Directo a mi cama, a despertarme de una forma más agradable que aquellos alaridos. Y un día te fuiste, sin quererlo. Fue tu sino. Y ya no estas. Y te busco en mi cabeza y solo recuerdo aquella cama vacía de hospital y ese olor a muerte. Y lloro. Y vuelvo a levantarme al baño a secarme las lágrimas con una toalla pues ya he terminado con todos los pañuelos de papel de la mesilla.

Intento dormir, de nuevo. Y no puedo. Doy un pequeño grito de rabia y en ese momento Carlos se gira hacia mi asustado y me da un beso medio sonámbula. Él si que puede dormir.

martes, 19 de enero de 2021

Lo natural

Las redes sociales se ha convertido en algo comparable a Puerto Banús: un auténtico escaparate humano; y nosotros somos sus modelos, ridículos hasta con filtros, que paseamos enseñando las “cosas buenas” de la vida (subjetivamente hablando, claro), poniendo etiquetas y disfraces marketinianos a todo lo que nos rodea y, a veces incluso, a nosotros mismos.

Convertimos a niños en modelos de fotografía y en carnaza para perturbados que navegan a sus anchas entre nuestros datos y falsa privacidad, influimos en el incremento de los complejos entre los adolescentes y adultos, posamos y pedimos a nuestros novios que nos saquen fotos y les regañamos si no nos la sacan como queremos. Ponemos morritos ilusorios, metemos barriga, nos cambiamos el pelo (y el cerebro) de lado, posamos, posamos y posamos, filtro aquí, filtro allá…Nos denudamos, nos exhibimos, nos retocamos, que si las mechas, que si el botox, que si la celulitis fuera, que si los ojos verdes, que si la papada… y al final terminamos perdiendo el tiempo y transformándonos únicamente en esclavos mediocres y angustiados.

Lo peor de todo es que nos cargamos de absurdas frustraciones, de deseos irrisorios, de egos inflados; a la vez que nos alejamos cada vez más de nuestra esencia, de nuestra alma, del quienes somos y adónde vamos.

¿Sabéis esa gente que se pasa el día diciendo literalmente lo súper felices que son y cuanto más lo repiten más nos damos cuenta de que no están viviendo la vida que les gustaría vivir ni están en equilibrio consigo mismos? Pues eso son las redes sociales. Hablan mucho, pero dicen bastante poco. Y a mí la verdad es que me gusta más la gente honesta, la que va de frente, la que te dice que lleva unos días echa una mierda y a la semana se levanta y te dice que ha enfrentado su problema y está mucho mejor. La que te coge una videollamada recién levantada con el pelo despeinado y la piel llena de grasa. La que te escucha, la que habla, la que te cuenta y comparte sus miedos con los tuyos. No sé, lo natural, lo que al fin y al cabo somos y sentimos todos debajo de nuestra piel, ¿no?

viernes, 8 de enero de 2021

Mirar de frente

Sentir la chispa, el estímulo que te acerca más a la vida, el aliento de la pasión exhalando lentamente su dulzor... Manos recorriendo caminos impensables y bocas que traspasan límites que nunca fueron marcados. Porque todo es posible entre las paredes de la habitación que abarca una historia inconfesable cargada de sin sentidos ni razón, construida de fuego interior, de palabras sin decir, de silencios agradables, de copas rebosantes, de gritos y suspiros.

Una historia de miradas encontradas que encuentran sin buscar un sinfín de matices. Miradas que se hablan sin decirse nada, miradas de deseo, cargadas de ansiedad, latentes ojos abiertos y brillantes que siempre piden más, que te traspasan el pecho haciéndote sentir atravesada por una flecha lanzada a la espalda.

En la distancia se distingue que todo empezó por un deseo, un capricho sin más, un vacío que llenar. “será mía” y no será por casualidad. El afán de la conquista, de la presa por cazar, el deseo de lo desconocido, el misterio por lo que habrá. Las ganas de recorrerle trazando rutas sin destino final.

Humedecer los fogosos labios deleitándome en las pequeñas y sabrosas comisuras; el olor de lo distinto, la oscuridad de las velas, el sonido transformador que va llevando a los cuerpos a una intensa catarsis. Y entre los susurros, las palabras envolventes y las miradas indescriptibles, lanzadas y preparadas al azar.

Abriendo las piernas al calor, al confort de unos brazos que abarcan tu pecho desnudo. Miradas de frente, palabras cruzadas... Mi egoísmo no sabe donde esconderse, haciéndome confuso y asustadizo ante una situación inmanejable con un final inimaginable.


 

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