sábado, 28 de diciembre de 2013

La Dulce Caída...Cap 5



A menos de ¡¡2 semanas!!(por fin) para la publicación del proyecto Crowdfounding de La Dulce Caída, les voy dejando algún que otro adelanto original de la novelette. 


5
Una mirada.

La noche en la que conocí a Equis, Martina, Leo y yo habíamos estado tomando unas cervezas en un bar y no sé si por efecto de la luna llena o por el alcohol,  los tres emanábamos una  intensa energía festiva. De hecho, Leo me estaba cayendo cada vez mejor, se había convertido en el seguidor de todas mis bromas y viceversa. Hay que joderse con el alcohol…          
 Eran alrededor de las tres cuando nos dispusimos a hacer lo que todo el mundo hace a partir de esa hora: salir de un bar  para meterte en un “club”.
Tras intentar que el asiático que vende cervezas por la calle nos ofreciera un descuento en nuestra compra, sin logro alguno, brindamos por la noche, por la juventud y por nosotros mismos. En ese mismo momento de euforia vital, Leo cogió a Martina de la cintura y la besó con tal sexualidad que puedo decir incluso, que me excité al verles. Me sonrieron, me engancharon cada uno de un brazo y me metieron en un garito llamado Bacanal.
A Martina le gustaba mucho bailar durante horas y horas, no se cansaba. La verdad es que hubiera sido admirable su ritmo y energía si no fuera porque siempre, a escondidas, se iba al baño a empolvarse la nariz. Lo normal era que tardara más de la cuenta en regresar. Solía justificarse diciendo que tenía que cambiarse el tampón. Era una auténtica bobería, la regla suele venir solamente una vez al mes y eso es aún más automático, predecible e infalible si se toma la píldora anticonceptiva, como era su caso. Las justificaciones que intentaba venderme me parecían ridículos engaños. Estoy segura de que se convencía de que no acababa de meterse una raya del tamaño de un lápiz, pues solía definirse ante los demás como “una chica sana que no necesita mierdas para pasárselo de puta madre”. Era incluso capaz de hacerse análisis de sangre y objetar que eran erróneos, que eran imposibles tales resultados, que ella nunca, NUNCA JAMÁS, había probado las drogas.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Un cigarro


El viento chocando contra la ventana me despertó. Me incorporé en la cama con un movimiento brusco producto del miedo y de la intriga ante lo desconocido. Intenté abrir los ojos rápidamente pero permanecían enganchados con las pestañas que aún contenían los sueños pegados en cada pelito negro. Entre tinieblas logré descubrir el encendedor de la luz. Lo pulsé pero parecía haberse estropeado. Algo me produjo un escalofrío dentro del pecho. Desde que Ella se fue, no había terminado de acostumbrarme a compartir mi soledad con cuatro paredes. Aún me daba miedo encontrarme solo en la cama y más aún en la casa que tantos recuerdos albergaba. Encendí una vela con el mechero que guardaba en el pantalón del pijama. Era bastante precavido y un fumador empedernido desde que ella se fue. Conseguí llegar a los plomos y los activé, pero la luz no volvía. En ese momento recordé que olvidé pagar las facturas del mes  y que quizás el banco me había cortado la electricidad. Realmente ni siquiera tenía ese dinero para poder introducirlo en la cuenta bancaria que ya anunciaba varios ceros al principio y al final de la numeración.  Mi vida se movía entre tinieblas en una noche que reclamaba los días de felicidad que ya se perdían entre fotos y memorias que aún colgaban de las paredes de mi casa, de nuestra casa.

Tropecé con algo en el pasillo, de vuelta  a la cama, el lugar donde más horas solía pasar y decidí quedarme sentado en el suelo notando el frío de las baldosas. Me gustaba. Necesitaba sentir algo y sobre todo despertar la mente para mezclar el recuerdo con el olvido para intentar sobrevivir al vacío, a la nada. Porque la vida sin Ella, por mucho que lo intentara y me esforzara, valía absolutamente nada. Se había convertido en la ceniza del cigarro consumiéndose en mi mano, noche tras noche, mientras recordaba la apacible última sonrisa que me dejó cuando se esfumó de mi lado.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Lástima

El deseo puede ser un arma cargada con la envidia si este no es verdadero, si ha aparecido con
la angustia de que si este tiene algo, yo lo quiero también solamente para no sentirme pequeña.
La codicia se reparte con puñaladas de acero lanzadas desde el cielo.
Las mentiras cada vez se hacen más grandes y las caras se llenan de máscaras más originales.
Aquí todo el mundo se destroza entre ellos a base de palabras envenenadas donde la envidia absoluta vuelve a ser la reina de la fiesta de disfraces. Y al final, durante ese baile de mácaras, todos se dan cuenta de que se necesitan los unos a otros para seguir respirando. La misma mierda. Es un ni contigo ni sin ti, la necesidad de amor de la humanidad, la compañía que quieres para seguir caminando y no sentirte solo. Porque, estos disfraces, lo único que ocultan bajo sus puntitos de purpurina es una absoluta y tremenda SOLEDAD. Ese es el hoyo del que salen las críticas, las envidias, la necesidad de ser más que el que es insuperable, las falsas sonrisas y el deseo incumplido. ¡Qué lástima que se quiten los disfraces y sean la esencia que saben que son!

sábado, 16 de noviembre de 2013

¿En qué piensas?

-¿En qué piensas?
-En que estoy cansado de pensar tanto.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Erasmus


La verdad es que mi querida Martina es una chica muy responsable. Me lo demostró los primeros días de convivencia en Roma, la ciudad a la que nos fuimos a estudiar juntas.

Nos concedieron una beca Erasmus en el último curso de la carrera (una de esas subvenciones del Estado que por falta de fondos y por desgracia ya no se conceden). 

Era la primera vez que yo pisaba la ciudad. En pocos días me di cuenta de que había algo de magia en esa ciudad decadente, en el misterio de la historia que aún quedaba vivo y remarcado en las ruinas que asoman en cualquier esquina mostrando la grandiosidad del pasado, que, por desgracia, nada tiene que ver con el momento actual. El sustantivo Roma, leído al revés, forma la palabra “Amor”, que aunque suene algo pedante y romántico es uno de los vocablos más bonitos que existen.

Nada más bajarnos del autobús en la estación del sur estuvimos a punto de darnos la vuelta, volver al aeropuerto y salir volando de allí. Aparecimos en un barrio lleno de gente con malas pintas, de basura, de calles con adoquines levantados, de paredes a las que el paso del  tiempo les había  robado el color y que ahora eran adornadas por posters de conciertos medio caídos y rajados anunciando eventos que databan de dos o más años atrás. En  la calle no había ni un alma; llovía con fuerza y era imposible arrastrar nuestras maletas por esas aceras empedradas. Adicionalmente casi nos atropelló un coche cuando íbamos a cruzar con la luz del semáforo que da preferencia a los peatones. Conducían como locos y ni un conductor de  los que cinco que pasaron respetó las normas viales. ¿Se habían convertido las máquinas en algo más importante y salvaje que los hombres o eran los propios hombres los que se habían transformado en algo peor?

Por fin encontramos el portal de nuestra casa. Era un edificio antiguo, no muy alto, con la fachada pintada de color salmón (en un pasado lejano debió de ser  rosa). Encontramos el telefonillo y timbramos despejando nuestras dudas acerca de su efectivo funcionamiento. Sorprendentemente, una voz italiana  (y, por lo tanto, sexy) respondió. Era Antonio, nuestro nuevo compañero de piso. Bajó a recibirnos y a ayudarnos a cargar las maletas y nada más verle, la ciudad de Roma empezó a gustarnos un poquito más.                                                                                     

Tras acomodarnos en la bohemia buhardilla con techos de vigas de madera chirriantes por el sonido de la carcoma, Antonio nos invitó a dar un paseo por los alrededores del barrio. Tras caminar unos diez minutos y girar una esquina abandonada, el  grandioso Coliseo se alzó ante nuestros ojos y en  ese exacto momento juré amor eterno a Roma, el actual amor de mi vida, y a ese fascinante año de libertad que perdurará en mis recuerdos hasta el día de mi muerte y más allá. Después de aquella experiencia, puedo decir que Martina estará por siempre a mi lado. Nuestra relación de amistad puede comprarse con la de dos hermanas que se aman. Nos apoyamos en todo, nos contamos nuestros secretos más ocultos y también somos capaces de cabrearnos cuando alguna de las dos opina que la otra la esta cagando. Cuando terminó mi relación con Equis, Martina fuera la única persona capaz de decirme cosas crueles a la cara para ayudarme a ver la realidad que yo misma quería ocultar. También solía sacarme de fiesta, cada vez que terminaba de cumplir con su prioridad: Leo. Desde que él apareció, yo la perdí un poquito.              

 

sábado, 19 de octubre de 2013

Roma



(...) Para ser  honesta, nunca  me  habían gustado  los gatos. Yo era más de perros, como era de esperar si revisamos mi vida sentimental. Cuando nuestra relación terminó acabé odiando a Roma tanto o más que a Equis. Había mucho de él en la gatita. Muchas veces observaba  cómo jugaba con sus ovillos de lana y de repente, disimulando, inmóvil, me miraba de reojo con un aire cruel y como diciendo: “te estoy viendo, no te librarás de mí tan fácilmente”.
 Me alegro de haber echado para atrás mi deseo de darla en adopción. Así que sigo conviviendo con Roma, que cada vez me cae mejor. Supongo que esto significa que poco a poco estoy  olvidando la maldad de Equis, que le estoy borrando de mis recuerdos, que estoy eliminando toda la rabia, la ira, basándome en el poder del perdón (esto lo leí en uno de los libros de autoayuda que me compré tras la tragedia, al día siguiente de dar todo por finalizado). Aunque de todas formas, sigo pensando que es un mal nacido y un desgraciado. Y que espero y deseo que le provoquen el mismo sufrimiento que el cabrón me provocó  a  mí, una y otra y otra vez hasta que el corazón se le rompa  de  dolor y se deshaga dentro de su cuerpo. Pero, en serio, estoy dejando la ira a un lado.(...)

sábado, 12 de octubre de 2013

Hacer algo prohibido

Notas como la adrenalina sube desde el estómago hasta tu cerebro en menos de un segundo. Tienes un sentimiento de grandeza digno de reyes y princesas el día de su toma de poder. Te sientes eufórico, una mezcla de alegría y miedo, de suerte y terror entrelazado con cuerdas de riesgo que penden de un fino hilo. Sabes que estás haciendo algo malo, pero a la vez, esa maldad logra que experimentes una sensación difícilmente alcanzable a base de estrategias legales. Estas a punto de conseguir tu objetivo. El corazón late en toda su plenitud. Lo tocas con la mano izquierda para evitar que se te salga del pecho. Respiras y sin divagar más pasas a la acción. En ese pico de crisis, esa delgada línea entre ganar o perder, entre triunfo y fracaso multiplicado estás tú y tus nervios. Y sin pensarlo más consigues tu objetivo y en ese mismo instante te sientes dios durante cinco minutos de verdadera alegría.

sábado, 5 de octubre de 2013

EL VERANO ES PARA LOS PALETOS.

Odio los veranos. Año tras año se escuchan las mismas gilipolleces en las televisiones acerca de las fiestas patronales de los pueblos, de los grandes atascos de la m30 o de cómo utilizar correctamente una crema solar. Siempre lo mismo, el verano fresco y lluvioso de Galicia, la masificación de los festivales musicales, las cogidas de los San Fermines, la procesión marítima de la virgen del Carmen y los comas etílicos en Ibiza o en cualquier sitio de playa alicantino. La gente se vuelve aún más gilipollas cuando llega este periodo del año, el calor hace mella en los cerebros que permanecen en modo off durante tres meses. La jornada de 8 a 13 no compensa, las pérdidas superan a las ganancias en cualquier sector que no sea el servicios; las playas se atiborran de familias salvajes deseosas de hacer un castillo de arena, de arrastrarse por el barro o de posar ante la cámara en plan sirenita. Seres que no dudan en poner su toalla a un centímetro de la tuya (toalla que incluye la bolsa de playa, la colchoneta, las palas, el flotados, la barca hinchable, el hinchados, la nevera portátil y los quince miembros de la familia Martín Suárez). Puedes incluso oler el desodorante de pies del adolescente que tumbado en la toalla mira a su alrededor amargado con el único consuelo de escuchar a los Iron Maiden en su mp3 y cagarse en toda su estirpe por haberle traído allí un verano más. La tranquilidad no existe , de hecho, juraría que los estudios probabilísticos prueban que el número de asesinatos, trifulcas y navajazos varios crece con respecto a meses atrás. Ah, y me olvidaba de las intoxicaciones etílicas. En esta época del año se come más, se bebe más, se trabaja menos, se folla más y también se jode más a las personas que como yo, odiamos a las personas. ¡Son ustedes estúpidos con su obsesión estival!

El invierno está genial: las calles despobladas, la nieve cubriendo todo el mobiliario urbano, el escenario de nuestros días en color blanco y el motor de los coches estropeados que congelados no pueden ni arrancar; la gente permanece en sus casa, en familia, tapados con mantas calentándose sopas o haciendo croquetas con la abuela en bata de algodón. El ánimo está más tranquilo, suavizado, se consume menos, los rostros son fríos y tranquilos, en paz. Se disfruta la cama con más placer, cuerpo con cuerpo bajo el calor del nórdico y del pijama de felpa. Los besos y los abrazos son más calidos y cariñosos, el amor se hace de verdad.  El verano es para los paletos.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Presencia



Nunca faltas a las citas anuales más importantes. Llevas una década haciéndolo y supongo que continuarás durante al menos otra más. Puntual acudes a tu cita despertando sentimientos escondidos, ocultos bajo el abrigo invernal. Mantienes el juego de la presencia infinita, no puedo verte ni tocarte pero sí que puedo pensarte (sé que con eso puedes llegar a conformarte, aunque sea falsamente). Un señal, solamente una mínima señal de consciencia para recordar tu voz y el tacto áspero de tus serias manos abarcando cada detalle de mi cuerpo.
Sueles aparecer cuando menos me lo espero o cuando creía no esperarlo, aunque realmente el deseo gritara a la llamada de auxilio que late en el fondo de mi ser. Pero nunca vienes a sacarme de aquí. Eres capaz de revolverme el estómago con tan solo una palabra escrita, incapaz de hacerme olvidar o de comprender el paso de los años mientras todo sigue exactamente igual.
Te asomas en mis cumpleaños, cada fin de año, en mi aniversario marital, en eventos musicales, en fiestas nocturnas sin final, eres capaz de aparecer en noches de miércoles si el jueves se marca en el calendario con un círculo de abstinencia laboral. Las cenas más románticas son rotas por un timbre seco y alarmante, en las noches me desvelas asomándote por un lado de mi almohada con una luz que ciega mis ojos, capaces de enfocar tu nombre y permanecer leyéndolo en voz baja durante más de diez segundos. Causas espasmos de shocks que seguramente podrás sentir desde la otra punta del planeta. Estuviste en mil viajes, en actos públicos y familiares y en noches desenfrenadas con hombres que te superaban en la cama. Fuiste el protagonista en discusiones merecidas y el traidor en mensajes no respondidos. Y siempre me levantaba, miraba el teléfono y ahí te encontraba, pensando en mi cuerpo en cualquier momento nocturno, sobrio de alcohol y de deseo, lleno de recuerdos de juventud y deseoso por volver a probar el antídoto a la vejez, el beso de la traición que se maquilla de amor, o que quizás siempre estuvo pintado de un color sonrojado, lindo, parecido a todo lo que conlleva la palabra amor en el recuerdo del olvido. Por la mañana nos tomamos un café imaginario y hablamos de todo.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Generaciones


Las generaciones avanzan y ocupan tu lugar al mismo tiempo que tú te vas instalando en las almas de los que van por delante de ti. Fuiste la pequeña de la familia en algún momento de tu vida (todos pasamos por ello) y si la dicha es buena llegarás a ser  la matrona. Eres tu bisabuela, tu abuelo, tu padre y tu madre. A la vez, tu hijo y el suyo. Fuiste la sobrina y ahora eres la tía, la hija y la madre. Tus ojos tienen la mirada de los ojos de la madre de tu padre la cual aún recuerda como miraban con ternura aquellos que la protegieron durante su niñez y que tú nunca llegaste a conocer. La curvatura de tus labios lleva el apellido que sigue a tu nombre y al de cuatro generaciones que envejecen en frente de ti. El color de tu pelo lleva existiendo dos siglos y la amplia sonrisa de tu abuelo la sostiene entre muecas el hijo que tienes entre tus brazos. Al fin y al cabo, uno es tan solo la mezcla del todo.Es un reto ver crecer y morir, contemplar maravillado o con los ojos  húmedos la evolución y el cambio, la juventud y la vejez, la muerte y la vida en sí mismas, en toda su esencia natural.

martes, 30 de julio de 2013

Sin prisa

La Dulce Caída está en proceso de creación. Poco a poco iré avanzando para tenerlo finiquitado de cara al fin del verano. Dentro de unos días, cuando la calma lo permita, seguiré dando a concocer a los personajes del libro que están deseosos de salir a la luz.
Ya se sabe, las cosas de palacio, van despacio.

domingo, 7 de julio de 2013

MARTINA



Es la mejor amiga de Angie desde la universidad. Estuvieron viviendo juntas en Roma, disfrutando de una beca Erasmus. Es bastante sexy y guapa, la típica chica que les suele gustar a todos los hombres, pero tiene novio desde hace tres años y ama la fidelidad por encima de todo. Está completamente enamorada. Es una chica valiente, segura de sí misma (en apariencia porque luego es frágil como el cristal). Se deja manipular bastante por su chico, Leo.  Trabaja en una boutique de moda cara y vive muy agusto con lo que gana, con tan sólo mostrar su carita bonita y sus buenos modales. Le encanta la música y bailar. Fuma muchos porros y de vez en cuando se empolva la nariz con sustancias químicas, cosa que Angie odia a más no poder.

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