miércoles, 6 de marzo de 2013

Érase una vez...




“Érase una vez” es la manera en la que suelen comenzar los cuentos que leían nuestras abuelas a nuestras madres, estas a nosotras y los que ahora interpretamos a nuestros hijos y sobrinos. Así que esta historia la comenzaré a la manera antigua, estereotipada, de comenzar todos los cuentos, esas historias para los más pequeños que tienen un punto de ficción y uno más grande de enseñanza o moraleja. Se trata de leyendas inventadas por los escritores y trovadores de su momento, que han ido transportándose de boca en boca  a lo largo de los siglos. Aunque, en mi opinión, muchas de estas historias son también metáforas de una realidad que no nos queda muy lejana a la del hoy en día.
Así pues, “érase una vez una niña que vivía en un país sumido en una fuerte crisis económica, sin apenas recursos básicos para sus habitantes y con cierta falta de humildad en sus habitantes; una niña perdida en  la desesperanza  surgida en su ser por el trato inmoral de los dirigentes que controlan el gobierno de las tierras sin dueño, ahora falsamente apropiadas (ya se sabe, todo se pega  y suelen ser los hábitos malos aquellos que el ser humano tiende a copiar más fácilmente). La niña, al menos, tenía una pequeña casa donde dormir y un huerto para comer. Había crecido sola, sus padres murieron cuando cumplió quince años y al cumplir los dieciocho, sola también  tuvo hacerse cargo de labores que nunca había desempeñado. Aprendió sin maestro, cosió por pura intuición y cocinó basándose en el ensayo y error. Tomó lecciones de la gente simplemente saliendo a la calle y observando. Las relaciones humanas en los libros venían muy bien explicadas y detalladas y los pocos amigos que tenían eran familiares cercanos y lejanos y algún que otro cliente que le compraba ilegalmente los tomates que también aprendió a cultivar en su pequeño huerto. Ahora se encontraba en una difícil situación: o encontraba un empleo para poder hacer frente a sus gastos obligatorios y vitales (comida, casa y agua); los cuales habían doblado su precio por la inflación, o lo perdería todo, absolutamente todo.
Una mañana tras otra,  la niña salía a buscar trabajo por las calles. Se presentó ante multitud de establecimientos, de almacenes, de bares y restaurantes, pero en ninguno la querían, pues su pasado laboral estaba exento de experiencia y menos aún de formación. Se sentía bastante triste y nerviosa, no sabía que podía hacer, pero en ningún momento se rindió y siguió adelante en su búsqueda.
La tarde de aquel día, acudió a una tienda de perfumes de elaboración propia. Una señora salió de detrás de las cortinas de la trastienda a recibirla, con unos guantes blancos de tela en las manos, las gafas medio caídas y una fragancia de rosas ocupando toda la atmósfera. Le preguntó, con aire amable y cordial, qué deseaba y la niña le dijo que estaba desesperada buscando trabajo. Era una señora de mediana edad, con el pelo semi oscuro por las canas y unos ojos claros que detallaban la tierna mirada de las personas buenas de espíritu.  La dueña le cuestionó acerca de los trabajos que había hecho en el pasado y Eva, nuestra pequeña, se echó a llorar desconsolada. Le contó toda su situación en orden cronológico como excusa ante su inexperiencia y tras ello pidió perdón por haberla molestado con sus lamentos y desgracias y abrió la puerta para irse, sintiendo que no solo estaba perdiendo su tiempo, sino también el de los demás y eso no era justo. En ese momento, la dama se subió las gafas, dudó un par de segundos y la mando volver a entrar y cerrar la puerta con llave.
Eva siguió sus instrucciones y ambas traspasaron la cortina de la trastienda. Entraron en una habitación semi grande, con una mesa de madera que ocupaba ya la mitad del habitáculo. Encima de esta, unas diez estanterías pequeñas plagadas de cajoncitos y estos a su vez de botecitos  de cristal cuyo interior lo rebosaban distintos tipos de plantas, alcoholes y fragancias que Eva no podía distinguir ya que nunca había aprendido a leer.
Este es mi taller, mi lugar de trabajo, donde preparo todos los perfumes que vendo tras la cortina a gente adinerada que puede permitirse los más dulces deleites aromáticos.  Quiero hacerte una prueba, te voy a enseñar unas hierbas, las mirarás, las olerás y me dirás cuales son exactamente, solamente dejándote llevar por el sentido del olfato y con la ayuda de la vista después  ­­– dijo la señora, con aire serio.
Eva acertó el nombre de más de la mitad de las plantas y cuando finalizó el test, la dueña le dio la gran noticia:
Quiero que trabajes conmigo, me estoy haciendo mayor y necesito una ayuda en el mostrador. A la vez, cada día, después de las cinco, tu hora de fin de jornada, te quedarás un rato más para aprender a transformar las rosas en colonia, las semillas de melocotón en un dulce para los cuellos más sutiles y la esencia de eneldo en un anti mosquitos natural ­­ – pronunció su nueva jefa.
Eva rebosaba felicidad, estaba emocionada ¡todos sus problemas se habían solucionado gracias a Estrella! ¡Y de la manera más rápida y fácil posible! Además le encantaba ese trabajo y no era nada duro o difícil para ella! ¡Todo era perfecto! Pero ya se sabe que la perfección no existe y los problemas, tarde o temprano, acaban llegando...
Al día siguiente Eva apareció con una pulcra puntualidad en la perfumería. La puerta estaba cerrada y dio unos sutiles golpecitos en el cristal. No había nadie. Volvió a llamar. Nada. Empezó a sentirse incómoda. Toda clase de pensamientos se pasaron por su cabeza. QuizásEstrella estaba en la trastienda concentrada en sus colonias y no escuchaba la puerta, ella misma dijo que se estaba haciendo mayor;  se había olvidado de la cita; estaba en el baño haciendo sus necesidades o cualquier excusa que justificara esa ausencia. Golpeó la puerta, una y otra vez, cada vez más fuerte. En el último momento antes de darse por vencida escuchó una voz que venía de dentro, "¡Ya voy! ¡Voy! ¡No estoy sorda!". Y una persona menuda, mayor y con cara de mal humor abrió e hizo pasar a Eva.
–Así que tú eres la nueva ¿verdad? –pronunció la vieja con poca cortesía en su tono. Estrella no va a poder venir así que he venido a sustituirla. Soy María, la dueña de la tienda, la supervisora de Estrella. Ven, te diré lo que tienes que hacer.
Eva se sintió desconcertada y siguió a María hasta detrás del mostrador, lugar que le presentó como “su sitio de trabajo”.
Cogió un block de notas, otro en el que aparecía todo el stock de la tienda y uno más con largas listas de componentes necesarios para la elaboración de perfumes.  Todos ellos estaban marcados con cifras de precios y detrás de cada hoja numerosas cuentas, sumas y restas, divisiones y ecuaciones que Eva ni siquiera distinguía.
Le dijo que su deber era encargarse de las cuentas matemáticas, de los albaranes y de marcar correctamente los precios de sus productos.
Eva había ido a la escuela hasta los once años y habían pasado demasiados años y demasiados sufrimientos y deberes en su vida como para ocuparse de recordar la tabla de multiplicar o el significado de las raíces cuadradas.
En este momento se sentía asustada, pero se juró que nada del mundo la haría perder este trabajo, este proyecto de futuro necesario para subsistir en un presente lleno de deudas y de hambre.
Así que se sentó tras el mostrador y comenzó a revisar las cuentas. Aún era temprano y la tienda no abriría sus puertas hasta las diez, además los clientes que venían podían contarse con los dedos de una mano y a veces incluso con un solo dedo; por ello, tendría tiempo para ponerse al día e intentar fallar lo menos posible.
Se pasó toda la mañana sumando, restando y dividiendo, tratando de aprender, de recordar algo que nunca había necesitado, hasta este crucial momento.
Al final del día, María revisó la cuenta y descubrió que Estrella había realizado varios errores importantes en los resultados totales. Se había equivocado en cosas que María consideraba básicas e imposibles de errar, por cualquier persona con un poco de cultura.
Al día siguiente, cuando Estrella llegó a la tienda, el primer saludo del día que recibió fue una regañina por parte de la dueña, que le dijo que le daba una segunda oportunidad, solamente porque Estrella se lo había pedido y ella la apreciaba bastante.
Esa misma tarde, tras cerrar la tienda, volvieron a hacer las cuentas y de nuevo, los resultados, comprobados y requete comprobados eran erróneos. Estrella estaba presente y comprobó la dureza de María hacia la nueva empleada. Quería echarla, no quería perder su dinero pagando a una persona que no sabía hacer su trabajo.
–Siento mucho haberles causado molestias. He mentido y no les he contado que no sé leer y casi no recuerdo como hacer divisiones - dijo Estrella arrepentida.
– Ya está, ¡no hay más que hablar! ¡No hay más que hablar, la chica no está cualificada para el trabajo, buscaremos a otra! –. Rechistó María.
– Por favor, dale una oportunidad más a la pobre chica, si no se quedará en la calle y se morirá de hambre. La última, de verdad, dame dos días para enseñarla, luego pruébala de nuevo y ya verás. Aprenderá enseguida, además yo me quedaré la primera semana trabajando con ella para ayudarla.
– ¿Sin cobrar?
–Sin cobrar.
Así que Estrella se puso manos a la obra con Eva y en siete días la enseñó a multiplicar, dividir y hacer raíces cuadradas. Durante esos días no pararon casi ni para comer. Eva se sentía arropada por una persona que casi ni la conocía y que la estaba ayudando sabiendo que esta no le daría nada a cambio, es decir, de una manera altruista. Era algo que había admirado mucho en ciertas personas que la rodeaban, pero estas, como los clientes de la boutique del perfume  también se podían contar con los dedos de las manos.
Pasó la prueba a la perfección sin equivocarse ni una milésima así que consiguió el trabajo que tanto había buscado.
Más tarde formaría incluso su propio negocio y formaría una familia a la que no le faltaban ni comidas ni vestidos ni juguetes para los críos. Era completamente feliz.
Antes de todo esto, poco después de que María la diera la buena noticia del contrato, la niña le preguntó a Estrella el por qué de su amabilidad y de su dedicación a ella sin apenas conocerla. Y esta le dijo que simplemente trataba a las personas como le gustaría que le trataran a ella y que el verdadero significado de la felicidad humana se conseguía a través de ese camino. Y era cierto, Estrella tenía una mirada de paz y de humildad en su rostro, transparente y sincero, un rostro de humanidad.

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