“Érase una vez”
es la manera en la que suelen comenzar los cuentos que leían nuestras abuelas a
nuestras madres, estas a nosotras y los que ahora interpretamos a nuestros
hijos y sobrinos. Así que esta historia la comenzaré a la manera antigua,
estereotipada, de comenzar todos los cuentos, esas historias para los más
pequeños que tienen un punto de ficción y uno más grande de enseñanza o
moraleja. Se trata de leyendas inventadas por los escritores y trovadores de su
momento, que han ido transportándose de boca en boca a lo largo de los siglos. Aunque, en mi
opinión, muchas de estas historias son también metáforas de una realidad que no
nos queda muy lejana a la del hoy en día.
Así pues, “érase
una vez una niña que vivía en un país sumido en una fuerte crisis económica,
sin apenas recursos básicos para sus habitantes y con cierta falta de humildad
en sus habitantes; una niña perdida en
la desesperanza surgida en su ser
por el trato inmoral de los dirigentes que controlan el gobierno de las tierras
sin dueño, ahora falsamente apropiadas (ya se sabe, todo se pega y suelen ser los hábitos malos aquellos que
el ser humano tiende a copiar más fácilmente). La niña, al menos, tenía una
pequeña casa donde dormir y un huerto para comer. Había crecido sola, sus
padres murieron cuando cumplió quince años y al cumplir los dieciocho, sola
también tuvo hacerse cargo de labores
que nunca había desempeñado. Aprendió sin maestro, cosió por pura intuición y
cocinó basándose en el ensayo y error. Tomó lecciones de la gente simplemente
saliendo a la calle y observando. Las relaciones humanas en los libros venían
muy bien explicadas y detalladas y los pocos amigos que tenían eran familiares
cercanos y lejanos y algún que otro cliente que le compraba ilegalmente los
tomates que también aprendió a cultivar en su pequeño huerto. Ahora se
encontraba en una difícil situación: o encontraba un empleo para poder hacer
frente a sus gastos obligatorios y vitales (comida, casa y agua); los cuales
habían doblado su precio por la inflación, o lo perdería todo, absolutamente
todo.
Una mañana tras
otra, la niña salía a buscar trabajo por
las calles. Se presentó ante multitud de establecimientos, de almacenes, de
bares y restaurantes, pero en ninguno la querían, pues su pasado laboral estaba
exento de experiencia y menos aún de formación. Se sentía bastante triste y
nerviosa, no sabía que podía hacer, pero en ningún momento se rindió y siguió
adelante en su búsqueda.
La tarde de
aquel día, acudió a una tienda de perfumes de elaboración propia. Una señora
salió de detrás de las cortinas de la trastienda a recibirla, con unos guantes
blancos de tela en las manos, las gafas medio caídas y una fragancia de rosas
ocupando toda la atmósfera. Le preguntó, con aire amable y cordial, qué deseaba
y la niña le dijo que estaba desesperada buscando trabajo. Era una señora de
mediana edad, con el pelo semi oscuro por las canas y unos ojos claros que
detallaban la tierna mirada de las personas buenas de espíritu. La dueña le cuestionó acerca de los trabajos
que había hecho en el pasado y Eva, nuestra pequeña, se echó a llorar
desconsolada. Le contó toda su situación en orden cronológico como excusa ante
su inexperiencia y tras ello pidió perdón por haberla molestado con sus
lamentos y desgracias y abrió la puerta para irse, sintiendo que no solo estaba
perdiendo su tiempo, sino también el de los demás y eso no era justo. En ese
momento, la dama se subió las gafas, dudó un par de segundos y la mando volver
a entrar y cerrar la puerta con llave.
Eva siguió sus
instrucciones y ambas traspasaron la cortina de la trastienda. Entraron en una
habitación semi grande, con una mesa de madera que ocupaba ya la mitad del habitáculo. Encima de esta, unas diez estanterías pequeñas plagadas de cajoncitos y estos a
su vez de botecitos de cristal cuyo
interior lo rebosaban distintos tipos de plantas, alcoholes y fragancias que
Eva no podía distinguir ya que nunca había aprendido a leer.
–Este
es mi taller, mi lugar de trabajo, donde preparo todos los perfumes que vendo
tras la cortina a gente adinerada que puede permitirse los más dulces deleites
aromáticos. Quiero hacerte una prueba,
te voy a enseñar unas hierbas, las mirarás, las olerás y me dirás cuales son
exactamente, solamente dejándote llevar por el sentido del olfato y con la
ayuda de la vista después – dijo la
señora, con aire serio.
Eva acertó el
nombre de más de la mitad de las plantas y cuando finalizó el test, la dueña le
dio la gran noticia:
– Quiero
que trabajes conmigo, me estoy haciendo mayor y necesito una ayuda en el
mostrador. A la vez, cada día, después de las cinco, tu hora de fin de jornada,
te quedarás un rato más para aprender a transformar las rosas en colonia, las
semillas de melocotón en un dulce para los cuellos más sutiles y la esencia de
eneldo en un anti mosquitos natural – pronunció su nueva jefa.
Eva rebosaba
felicidad, estaba emocionada ¡todos sus problemas se habían solucionado gracias
a Estrella! ¡Y de la manera más rápida y fácil posible! Además le encantaba ese
trabajo y no era nada duro o difícil para ella! ¡Todo era perfecto! Pero ya se
sabe que la perfección no existe y los problemas, tarde o temprano, acaban
llegando...
Al día siguiente
Eva apareció con una pulcra puntualidad en la perfumería. La puerta estaba
cerrada y dio unos sutiles golpecitos en el cristal. No había nadie. Volvió a
llamar. Nada. Empezó a sentirse incómoda. Toda clase de pensamientos se pasaron
por su cabeza. QuizásEstrella estaba en la trastienda concentrada en sus colonias y
no escuchaba la puerta, ella misma dijo que se estaba haciendo mayor; se había olvidado de la cita; estaba en el
baño haciendo sus necesidades o cualquier excusa que justificara esa ausencia.
Golpeó la puerta, una y otra vez, cada vez más fuerte. En el último momento
antes de darse por vencida escuchó una voz que venía de dentro, "¡Ya
voy! ¡Voy! ¡No estoy sorda!". Y una persona menuda, mayor y con cara de
mal humor abrió e hizo pasar a Eva.
–Así que tú eres
la nueva ¿verdad? –pronunció la vieja con poca cortesía en su tono. Estrella no
va a poder venir así que he venido a sustituirla. Soy María, la dueña de la
tienda, la supervisora de Estrella. Ven, te diré lo que tienes que hacer.
Eva se sintió
desconcertada y siguió a María hasta detrás del mostrador, lugar que le presentó
como “su sitio de trabajo”.
Cogió un block
de notas, otro en el que aparecía todo el stock de la tienda y uno más con
largas listas de componentes necesarios para la elaboración de perfumes. Todos ellos estaban marcados con cifras de
precios y detrás de cada hoja numerosas cuentas, sumas y restas, divisiones y
ecuaciones que Eva ni siquiera distinguía.
Le dijo que su
deber era encargarse de las cuentas matemáticas, de los albaranes y de marcar
correctamente los precios de sus productos.
Eva había ido a
la escuela hasta los once años y habían pasado demasiados años y demasiados
sufrimientos y deberes en su vida como para ocuparse de recordar la tabla de
multiplicar o el significado de las raíces cuadradas.
En este momento
se sentía asustada, pero se juró que nada del mundo la haría perder este
trabajo, este proyecto de futuro necesario para subsistir en un presente lleno
de deudas y de hambre.
Así que se sentó
tras el mostrador y comenzó a revisar las cuentas. Aún era temprano y la tienda
no abriría sus puertas hasta las diez, además los clientes que venían podían contarse con los dedos de una mano y a veces incluso con un solo
dedo; por ello, tendría tiempo para ponerse al día e intentar fallar lo
menos posible.
Se pasó toda la
mañana sumando, restando y dividiendo, tratando de aprender, de recordar algo
que nunca había necesitado, hasta este crucial momento.
Al final del
día, María revisó la cuenta y descubrió que Estrella había realizado varios
errores importantes en los resultados totales. Se había equivocado en cosas que
María consideraba básicas e imposibles de errar, por cualquier persona con un
poco de cultura.
Al día
siguiente, cuando Estrella llegó a la tienda, el primer saludo del día que
recibió fue una regañina por parte de la dueña, que le dijo que le daba una
segunda oportunidad, solamente porque Estrella se lo había pedido y ella la
apreciaba bastante.
Esa misma tarde,
tras cerrar la tienda, volvieron a hacer las cuentas y de nuevo, los
resultados, comprobados y requete comprobados eran erróneos. Estrella estaba
presente y comprobó la dureza de María hacia la nueva empleada. Quería echarla,
no quería perder su dinero pagando a una persona que no sabía hacer su trabajo.
–Siento mucho
haberles causado molestias. He mentido y no les he contado que no sé leer y
casi no recuerdo como hacer divisiones - dijo Estrella arrepentida.
– Ya está, ¡no
hay más que hablar! ¡No hay más que hablar, la chica no está cualificada para
el trabajo, buscaremos a otra! –. Rechistó María.
– Por favor,
dale una oportunidad más a la pobre chica, si no se quedará en la calle y se
morirá de hambre. La última, de verdad, dame dos días para enseñarla, luego
pruébala de nuevo y ya verás. Aprenderá enseguida, además yo me quedaré la
primera semana trabajando con ella para ayudarla.
– ¿Sin cobrar?
–Sin cobrar.
Así que Estrella
se puso manos a la obra con Eva y en siete días la enseñó a multiplicar,
dividir y hacer raíces cuadradas. Durante esos días no pararon casi ni para
comer. Eva se sentía arropada por una persona que casi ni la conocía y que la
estaba ayudando sabiendo que esta no le daría nada a cambio, es decir, de una
manera altruista. Era algo que había admirado mucho en ciertas personas que
la rodeaban, pero estas, como los clientes de la boutique del perfume también se podían contar con los dedos de las
manos.
Pasó la
prueba a la perfección sin equivocarse ni una milésima así que consiguió el
trabajo que tanto había buscado.
Más tarde
formaría incluso su propio negocio y formaría una familia a la que no le
faltaban ni comidas ni vestidos ni juguetes para los críos. Era completamente
feliz.
Antes de todo
esto, poco después de que María la diera la buena noticia del contrato, la niña
le preguntó a Estrella el por qué de su amabilidad y de su dedicación a ella
sin apenas conocerla. Y esta le dijo que simplemente trataba a las personas
como le gustaría que le trataran a ella y que el verdadero significado de la
felicidad humana se conseguía a través de ese camino. Y era cierto, Estrella
tenía una mirada de paz y de humildad en su rostro, transparente y sincero, un
rostro de humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario