Entro en el barco y me situó en primera
fila. Creo que necesito algo de viento en mi cara. El último porro antes de
salir de casa me ha dejado un poco atontada. La carga de mis dos maletas y el
ordenador a través de toda la calle principal han echo que mi respiración se
acentúa y sea cada vez más fuerte. Me está dando taquicardia. Me agobio. No
quiero que la brisa me agobie, haga volar mis cabellos y me deje los ojos
secos. Las lentillas acaban resultando cartones. Así que me levanto y colocó al
final del todo, al lado de una pareja que parece encantada con la idea de irse
juntos a vivir fuera de la isla en la que han estado siempre. Rutina, ya se
sabe. Aunque muchas veces el aire no sirve más que para remover brisas.
Yo también me voy, o mejor dicho, vuelvo.Bajo del barco y ya estoy en tierra firme. Recojo mi equipaje y me dirijo rápidamente hacia el aeropuerto. Voy a recogerle, él también viene.
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Tras media hora detrás de la barandilla, la puerta de salida se abrió por primera
vez. Estaba en la sala 11, el vuelo Ib 54298 había recogido ya sus maletas y se
dirigían al exterior tras 12 horas de aeropuerto-avión. Me sentía nerviosa. No
podía analizar mis sentimientos. Se trataba de una mezcla de alegría y miedo ante la intriga
del cambio, de un cambio que ambos provocamos en nuestras vidas, él y yo.
Lo había dejado todo: su familia, su
trabajo, su país... para venirse conmigo al mío e introducirse en una vida nueva
de mi mano. Todo un atrevimiento si tenemos en cuenta que el amor es loco, como
un acto kamikaze imparable.
Deseaba besarle, dormir y despertarme con
él todos los días y por fin lo iba a tener. Las dudas cuestionaban mi cabeza
tras la barrera metálica de la puerta metálica. La gente empezaba a salir y se
oían gritos y abrazos y también lágrimas, pero de alegría, al menos en este
caso, en este vuelo, todo era felicidad.
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