No es lo mismo vida feliz que vida plena.
No es lo mismo ser turista que viajero
Aunque parezca lo contrario no es lo mismo una rata del dinero que el dinero de una rata.
No es lo mismo envidiar que desear.
No es lo mismo disfrutar que vivir.
No es lo mismo divertirse bebiendo que beber para divertirse ni es lo mismo contemplar el fracaso como una oportunidad a apartar las oportunidades para no fracasar.
No es lo mismo tener una relación social profunda a profundizar en todas las relaciones sociales.
No es lo mismo saborear las pequeñas alegrías y logros diarios que masticar una vacía felicidad.
No me engañais, es lo mismo decir es lo mismo que lo mismo es.
lunes, 24 de marzo de 2014
No es lo mismo
jueves, 20 de marzo de 2014
Fragmento de "La Dulce Caída"
Hasta hoy me he acostado con una generosa cantidad de
chicos. Si no me equivoco: Luis, Juan, Álvaro, Lauro, Paul, Mateo, Pietro,
Carlos…. hacen un total de treinta y dos. Sin embargo, Martina, podía contarlos
con los dedos de una mano.
A la vuelta del Erasmus, se
enamoró perdidamente de Leo, su pareja actual. Su relación se basa en una
especie de balanza en la que el peso del lado derecho se llama “amor” y el del
lado izquierdo se llama “desconfianza”. Por la mañana pueden estar comiéndose a
besos y horas más tarde cada uno está metido en una habitación con cara de
cabreo. No hay medida para ellos. O todo o nada. O nada o todo.
Al principio de irse a
vivir juntos, nuestra relación de amigas quedó relegada a un segundo plano. La mayor parte de la culpa era de Leo, que aprovechaba
cualquier instante para atacar nuestra intimidad y echar por tierra todos
nuestros solitarios planes. Martina era incapaz de negar cualquier proposición
de su chico, quería disfrutarle las 24 horas del día, como suele pasar en la
llamada “etapa del atolondramiento mental”.
Intenté que esa situación
no me afectara repitiéndome mil veces que el amor es maravilloso (mientras
dura), que era normal preferir quedar con alguien que te provoca orgasmos
múltiples de diez segundos a estar con tu mejor amiga. Ya se les pasaría la
tontería…Y así fue, cuatro años después era Martina la que me rogaba que
saliéramos juntas, mano a mano, como en los “viejos tiempos”, que ya parecían ciertamente
lejanos.
domingo, 23 de febrero de 2014
Salto en el tiempo

Volver atrás, revivir el sonido del jaleo de coches, de
gente, de risas. Meterte en un antro, emborracharte, gritar, fumar. Confusión,
tortura sentimentalista, 20 años, avanzar y retroceder
El poder de cerrar los ojos y visualizar su rostro, oír
la voz ronca y carrasposa. La música entrando por tu boca abierta que pide a
gritos otra complementaria. Inhala el olor del rocío de la madrugada y levantarse un día después respirando café
molido. Las noches que se convierten en mañanas, la ciudad a tus pies. La
gente, el caos, los mensajes. Girar y saltar, hacer el ridículo y llamar la
atención, no te preocupes de nada, disfruta este momento. Y se fue y aquí está
de nuevo en mi vello erizado, en la carne tenebrosa del recuerdo, no fue un
amor, no fue una persona, fue una etapa. Una de las mejores.
Madrid, su gente, los autobuses, despertarte en otro
lugar, las luces de neón, los antros con litros de absenta desfigurando tus
pensamientos, esperar. Los impulsos, la carne, la piel, él.
domingo, 9 de febrero de 2014
Fragmento perteneciente a La Dulce Caída
Juan no era tan tonto
como yo pensaba. De hecho, era un tío estupendo y me encantaba. Fueron unos
meses felices en los que aprendí a apreciar el sentido de una caricia y a
destornillarme de risa cada vez que me componía canciones y me las cantaba en privado con absoluta motivación. Fueron
también días de mucho vino y de abundante sexo, de fiestas que siempre terminaban
con una sonrisa y un suspiro de placer y de resacas que, al abrigo de sus
brazos tatuados, apenas dolían. Fue un
grandioso verano que, tras el reencuentro en una etapa pasajera,
se destruyó por completo en mi memoria.
Llevábamos cinco meses sin vernos. Me
subí al coche e hice un viaje en carretera de 800 km hasta el pueblo que
estaban rehabilitando. Me moría de ganas de volver a sentirle. Desde que él se
había ido, pocos Adonis habían pasado por mi cama y ninguno había sido capaz de
hacerme gritar como había logrado él.
Al llegar le telefoneé
varias veces sin obtener respuesta. Me quedé dentro del coche, inquieta,
esperando a que alguien saliera de esa gran casa medio destruida que habitaba en
medio de la nada. Esperaba que ese alguien fuera Juan.
Cuando estaba empezando a
entrar en la rueda de la desesperación vi salir de la puerta de la casa a uno
de los chicos que también iba a clase conmigo, el más tímido el día de la paella:
Javi. Se me iluminó la cara y noté que también él sintió una leve alegría al
verme. Salí del coche y le recibí con un abrazo. Le pregunté por “el guaperas”
y me dijo que estaba ensayando con el
grupo y que luego tenía que pasarse a hacer unas cosas en la casa de una amiga.
Le había dejado a él encargado de ocuparse de mí sí me veía aparecer.
–Ven, entra y deja tus
cosas, voy mientras a comprar tabaco y a dar un paseo al perro –dijo Javi con
un tono seco. Por el brillo de sus ojos, creo que estaba bastante fumado.
Entré en la casa y me
imaginé cual sería la habitación de Juan,
lo adiviné a la primera, tenía una foto de Buda en la puerta y otra de una
actriz porno muy famosa justamente debajo. Entré y me senté en la cama, saqué
un par de cosas de mi maleta y cotilleé cada milímetro de la habitación,
incluyendo los cajones de la mesilla. Era una mala manía que no podía evitar
cada vez que estaba con un chico para asegurarme de que no me acostaba con
ningún psicópata.
http://www.verkami.com/projects/7292-la-dulce-caida-ayuda-para-la-edicion-impresa
sábado, 1 de febrero de 2014
Un sms
Al salir del bar volví a
sentir la incomodidad de aquella cortina de luz matutina. Por el camino a casa,
me obsesioné con la idea de que me estaba volviendo una persona muy negativa.
No sabía a partir de qué momento mi mente había comenzado a ennegrecerse, supongo
que el conjunto de las experiencias vividas fueron lo que cambiaron mi humor. Ahora
parezco la eterna mujer amargada, que incluso alcanzando picos de felicidad
consigo hacerla desaparecer en pocos minutos. Me gustaría ser una persona feliz,
de las que se levantan y son felices, desayunan y son felices, están en el
trabajo y son felices, se ven gordas y son felices, tienen dolor de estómago y
son felices…Claramente, en ese mismo momento y con todo lo que había tomado, yo
no parecía una persona de esas.
—“Vaya desgraciada” – pensé victimizando un poco. Acto seguido me levanté de la cama aburrida de mis recuerdos y me tomé un Lexatin. Quería esconder esos pesares artificiales con halos de nihilismo y dormí las siguientes catorce horas hasta que un mensaje del teléfono móvil me desveló. Abrí los ojos de golpe e intenté incorporarme, mis manos temblaban y me sentía atolondrada. No sabía ni qué hora ni qué día era. La pastilla me había trastocado. Rápidamente enfoqué las pupilas y leí el nombre del remitente: EQUIS.
martes, 28 de enero de 2014
Capítulo 3: Gente normal
(...) Con el sueldo de “becaria-precaria”
no me llegaba para vivir en un país en el que cada mes subían los impuestos de
los productos básicos y bajaban el IVA de los de lujo, un lugar en el que el
transporte era cada vez más caro y ofrecía menos servicios; el alquiler de
las casas aumentaba con descaro y la factura de la luz se convertía en un lujo que
muy pocos podían pagar a final de mes.
Tuve suerte de encontrar
otro empleo para los fines de semana en un centro cultural. Se trataba de algo
sencillo, nada cansado ni difícil de hacer pues ni siquiera requería un nivel de
concentración superior al de mirar los escaparates de las tiendas. Era
“auxiliar de sala”, una especie de vigilante, de punto de información y de
ayuda para hacer distinguir a los clientes entre la puerta de la derecha, que
es el baño, y la de la izquierda que lleva a la sala (no subestimemos la
facilidad del puesto, pues muchas veces tenía que lidiar con personas a las que
les decías derecha y se iban a la izquierda sin ser disléxicos siquiera). Había
gente que te hacía tres veces la misma y absurda pregunta e incluso personas
perturbadas mentalmente que salían, a voz en grito, con el propósito de poner
una hoja de reclamaciones alegando que el calor de ahí dentro era excesivo
(mientras más de la mitad del público ni siquiera se había quitado el abrigo). Estoy
segura de que si toda esa rabia que observaba día tras día la hubieran guardado
para protestar por causas sociales, ya habríamos ganado muchas luchas.
Pero peor que los
espectadores posiblemente lo eran las compañeras de trabajo. El grupo estaba
compuesto por Carmen, Lola y Blanca. A pesar de la diferencia de edad, mantenía un
trato cordial con ellas basado en
conversaciones acerca de sus vidas, de lo que hacían y lo que dejaban de hacer
con su pedicura, el coche que acababan de comprar o la hipoteca que les quedaba
por pagar. Eran absolutamente banales: Información innecesaria carente de interés.
Desde el principio Blanca
me pareció que era algo distinta, tuve la sensación de que encajaría bien con
ella, quizás por ser la más joven entre ellas, pero al cabo de las semanas me
fui dando cuenta de que era la más perturbada, llegando a sobrepasar en exceso
los límites de cordura razonable.
Entrábamos a trabajar a las cinco de la tarde
y solíamos salir a las nueve. Era un horario que al principio me encantaba,
pues odiaba madrugar y con hacerlo el resto de la semana ya tenía suficiente.
Sin embargo, con el paso de los meses, comenzó a molestarme. No me apetecía cortarme
a la hora de salir las noches anteriores, pues lo de levantarse a las 16 P.M
era bastante duro si tenemos en cuenta que me acostaba a las dos de la tarde.
Era una “jodienda” tener que pasar mi tiempo libre y mi resaca monumental
aguantando a los humanos que vagaban por el centro. Hubiera preferido trabajar
en un zoo.
La tarde en la que me di cuenta de que Blanca
tenía un grave problema, llegué algo temprano, (...)
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