…Y él salió del agua. Tumbada en la ardiente
arena blanca, a pocos metros de la orilla observaba al detalle como las pequeñas
gotas se envolvían por todo su
cuerpo y se desplazaban hacia los bajos con una sensual sutileza y
cosquilleante lentitud. Los montículos de agua estaban deseosos de resbalarse y recorrer todas las partes
de su cuerpo. Desde mi toalla sentí un sol aún más abrasador…
Él se dirigió hacia mí con una mirada húmeda y
chispeante. Yo me tumbé boca arriba e hice como si no le hubiera visto.
En pocos segundos mi cuerpo sintió un fogoso
placer. Se tumbó sobre mí con su cuerpo helado creando una reacción de 0 grados
en ambos torsos. Una temperatura perfecta, placentera para mí, ya que mi talle
desprendía llamas y caliente para él que temblaba por las frías aguas
atlánticas. Fueron unos minutos demasiado agradables…
Al momento vacilamos con la arena y nos
pusimos en pie dirección al bar que estaba a pie de playa. Desde allí
disfrutamos de una maravillosa puesta de sol que creó una temperatura perfecta
en el ambiente, como una reacción entre dos pieles que se aman, que se corresponden, que se reparten mutuamente, que se abrigan
ante los problemas y se calientan con tan sólo un roce de pieles.
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