viernes, 22 de marzo de 2013

Boceto 02 Angie, LA DULCE CAÍDA.


Estoy preparando mi primer libro, una novelette juvenil y hoy, celebrando las 1200 visitas al blog, vamos a empezar con las presentaciones generales. Antes de nada, decirles que la ilustradora Carmen Pérez será la persona que transforme las palabras en imágenes, la que ponga una cara concreta a los personajes que nos van a acompañar en esta historia. Y yo, Alba G la creadora de los personajes y de las aventuras y desventuras que ocurren en una historia, que estoy segura de que les gustará mucho .

Más información en : http://www.deshabita.com/blog/post.php?s=2013-03-22-la-dulce-cada-primeros-bocetos


Tengo el honor de presentarles uno de los bocetos de Angie, la protagonista de LA DULCE CAÍDA.


“Me llamo Angie. Mi padre me puso ese nombre por la canción de los Rolling Stone. Eso suelo contar, aunque es mentira. Me llamo Ángeles y lo odio. Mi padre comenzó a llamarme Angie por Angelina Jolie, ya que mis pechos empezaron a crecer demasiado pronto. Soy una joven cualquiera que vive en un barrio cualquiera de un país cualquiera sumido en una crisis económica, social y moral. Tengo un trabajo precario, una casa cara y pequeña, un gato al que odio y una amiga llamada Martina que me ayuda a aliviar mis penas saliendo a algún que otro bar hasta altas horas del día siguiente.
Me he enamorado de Equis, un chico que ha aparecido en mi vida como “el salvador” y que realmente está empezando a convertirse en el destructor, el que me llevará a caer al vacío sin paracaídas en la espalda”.

Y desde entonces...



...Y desde entonces, como opción antipérdida de recuerdos con sabor a sugus de frambuesa,decidí dejarme crecer el pelo. Juré que desde aquel día hasta que volviera a tocarle no iba a cortar jamás aquellas partes de mi cabellera que sus manos tocaron mil y una veces. Así, ellos me ayudarían a recordar y volver a sentir sus amables caricias, cargadas de falsa esperanza...Decidí recordar y hacerlo siempre con buena cara.


domingo, 10 de marzo de 2013

Morning Sun

La gente de mi generación se está convirtiendo en langostas, animales sin cerebro que luchan por su supervivencia en un océano de seres fantásticos pero sin capacidad de amar. Puede que sea mejor no saber amar. Yo me considero un poco langosta. Nunca se me han dado bien las relaciones personales. Creo que me quiero demasiado a mi misma.

Todo empezó el día que perdí la virginidad, me di cuenta de que el género masculino era un grupo de capullos sucios sin ningún tipo de sensibilidad. Yo estaba enamorada de Javi. Fue el día más emocionante de mi vida y también uno de los más decepcionantes.
Me llamó “Carla” cuando estábamos en pleno clímax sexual. Nos estábamos mirando fijamente a los ojos, yo pensé que iba a estallar de júbilo, alegría y placer, estaba a punto de alcanzar mi primer orgasmo con el chico que más me gustaba del mundo y me grita con su mano fuertemente apoyada en mi trasero: “oh Si Carla si, eres estupenda guapa!”
Mi nombre es Alba. También tiene dos “as” pero mi sustantivo significa amanecer y Carla significa zorra ex novia.

Algunas noches desde la ventana de mi habitación escucho los gritos agonizantes de las gaviotas. La verdad es que no tiene mucho sentido cuando vives en Madrid. No se, puede que mi cabeza esté enferma o que eche de menos Galicia, el lugar donde crecí.
Llegué a esta ciudad hace cinco años. Decidí instalarme en un sitio en el que pudiera sentirme un fantasma andando por las calles principales de la ciudad. No quería que nadie me hablara , ni me mirara, ni que siquiera sintieran mi olor o mi presencia. Quería ser yo sola y llenarme únicamente de mí. La verdad es que podría haberme ido a un monasterio budista. Hubiera sido una opción más segura de aislamiento.

Alquilé un ático en un barrio obrero de la ciudad. En quinientos metros a la redonda podía encontrar todo aquello que necesitaba para mi supervivencia en la gran ciudad: un estanco, una frutería, una licorería, un bar, de los denominados “de viejos” y un camello al que llamaba por teléfono y en cinco minutos me dejaba media piedra de hachís en el buzón. Era maravilloso. Ni siquiera tenía que verle la cara.

Los primeros días fueron simplemente sublimes. Pasaba horas encerrada en la cálida habitación de mi apartamento leyendo, pensando, cantando y escribiendo. Paulatinamente iba alcanzando un colocón perfecto con los cigarritos y el whisky. Me sentía despierta en un mundo de ensoñación. Una habitación alumbrada por la luz leve de una vela y la ceniza ardiente de la punta del porro. Rodeada de grandes escritores que me hacían el amor cada noche con sus palabras: Rimbaud, Baudelaire, Whitman… y yo. Un cuarteto perfecto.

Me sentía cómoda, no se si feliz, tampoco se cuanto duraría ese bienestar inventado pues  no soy una persona que se me pueda calificar de constante. Me engancho fácilmente a las cosas pero también me desengancho a la primera de cambio. Me quité del gimnasio, de las clases de yoga, del curso de cocina... Me canso rápidamente, todo termina por aburrirme. Hay algo de lo que si que me cuesta quitarme: los hombres. Desengancharse de ellos supone para mi una tarea más bien ardua. Y siempre acabo por salir huyendo del contexto que nos rodeó para intentar olvidar o al menos no sentir cercana su existencia.

Puede que sea porque soy muy intensa y vivo el enamoramiento inicial como una etapa única de esplendor y alegría…  puede que todo lo que estoy diciendo sea realmente absurdo.
Sin embargo, contradictoriamente, ciertas veces he sentido ataraxia ante algunos hechos numerables y me daba rabia sentir dicha indiferencia, era 1 mezcla rara entre gravedad del asunto y contradicción antisentimental...pero realmente, a la vez que escribo estas incongruencias, veo q soy todo lo contrario a este concepto. No podría llevar 1 vida basada en la ataraxia, soy demasiado pasional...aunque seguramente sería bueno para evitar ciertos sufrimientos absurdos como el que me ha provocado cambiarme de ciudad ocho veces en cinco años.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Érase una vez...




“Érase una vez” es la manera en la que suelen comenzar los cuentos que leían nuestras abuelas a nuestras madres, estas a nosotras y los que ahora interpretamos a nuestros hijos y sobrinos. Así que esta historia la comenzaré a la manera antigua, estereotipada, de comenzar todos los cuentos, esas historias para los más pequeños que tienen un punto de ficción y uno más grande de enseñanza o moraleja. Se trata de leyendas inventadas por los escritores y trovadores de su momento, que han ido transportándose de boca en boca  a lo largo de los siglos. Aunque, en mi opinión, muchas de estas historias son también metáforas de una realidad que no nos queda muy lejana a la del hoy en día.
Así pues, “érase una vez una niña que vivía en un país sumido en una fuerte crisis económica, sin apenas recursos básicos para sus habitantes y con cierta falta de humildad en sus habitantes; una niña perdida en  la desesperanza  surgida en su ser por el trato inmoral de los dirigentes que controlan el gobierno de las tierras sin dueño, ahora falsamente apropiadas (ya se sabe, todo se pega  y suelen ser los hábitos malos aquellos que el ser humano tiende a copiar más fácilmente). La niña, al menos, tenía una pequeña casa donde dormir y un huerto para comer. Había crecido sola, sus padres murieron cuando cumplió quince años y al cumplir los dieciocho, sola también  tuvo hacerse cargo de labores que nunca había desempeñado. Aprendió sin maestro, cosió por pura intuición y cocinó basándose en el ensayo y error. Tomó lecciones de la gente simplemente saliendo a la calle y observando. Las relaciones humanas en los libros venían muy bien explicadas y detalladas y los pocos amigos que tenían eran familiares cercanos y lejanos y algún que otro cliente que le compraba ilegalmente los tomates que también aprendió a cultivar en su pequeño huerto. Ahora se encontraba en una difícil situación: o encontraba un empleo para poder hacer frente a sus gastos obligatorios y vitales (comida, casa y agua); los cuales habían doblado su precio por la inflación, o lo perdería todo, absolutamente todo.
Una mañana tras otra,  la niña salía a buscar trabajo por las calles. Se presentó ante multitud de establecimientos, de almacenes, de bares y restaurantes, pero en ninguno la querían, pues su pasado laboral estaba exento de experiencia y menos aún de formación. Se sentía bastante triste y nerviosa, no sabía que podía hacer, pero en ningún momento se rindió y siguió adelante en su búsqueda.
La tarde de aquel día, acudió a una tienda de perfumes de elaboración propia. Una señora salió de detrás de las cortinas de la trastienda a recibirla, con unos guantes blancos de tela en las manos, las gafas medio caídas y una fragancia de rosas ocupando toda la atmósfera. Le preguntó, con aire amable y cordial, qué deseaba y la niña le dijo que estaba desesperada buscando trabajo. Era una señora de mediana edad, con el pelo semi oscuro por las canas y unos ojos claros que detallaban la tierna mirada de las personas buenas de espíritu.  La dueña le cuestionó acerca de los trabajos que había hecho en el pasado y Eva, nuestra pequeña, se echó a llorar desconsolada. Le contó toda su situación en orden cronológico como excusa ante su inexperiencia y tras ello pidió perdón por haberla molestado con sus lamentos y desgracias y abrió la puerta para irse, sintiendo que no solo estaba perdiendo su tiempo, sino también el de los demás y eso no era justo. En ese momento, la dama se subió las gafas, dudó un par de segundos y la mando volver a entrar y cerrar la puerta con llave.
Eva siguió sus instrucciones y ambas traspasaron la cortina de la trastienda. Entraron en una habitación semi grande, con una mesa de madera que ocupaba ya la mitad del habitáculo. Encima de esta, unas diez estanterías pequeñas plagadas de cajoncitos y estos a su vez de botecitos  de cristal cuyo interior lo rebosaban distintos tipos de plantas, alcoholes y fragancias que Eva no podía distinguir ya que nunca había aprendido a leer.
Este es mi taller, mi lugar de trabajo, donde preparo todos los perfumes que vendo tras la cortina a gente adinerada que puede permitirse los más dulces deleites aromáticos.  Quiero hacerte una prueba, te voy a enseñar unas hierbas, las mirarás, las olerás y me dirás cuales son exactamente, solamente dejándote llevar por el sentido del olfato y con la ayuda de la vista después  ­­– dijo la señora, con aire serio.
Eva acertó el nombre de más de la mitad de las plantas y cuando finalizó el test, la dueña le dio la gran noticia:
Quiero que trabajes conmigo, me estoy haciendo mayor y necesito una ayuda en el mostrador. A la vez, cada día, después de las cinco, tu hora de fin de jornada, te quedarás un rato más para aprender a transformar las rosas en colonia, las semillas de melocotón en un dulce para los cuellos más sutiles y la esencia de eneldo en un anti mosquitos natural ­­ – pronunció su nueva jefa.
Eva rebosaba felicidad, estaba emocionada ¡todos sus problemas se habían solucionado gracias a Estrella! ¡Y de la manera más rápida y fácil posible! Además le encantaba ese trabajo y no era nada duro o difícil para ella! ¡Todo era perfecto! Pero ya se sabe que la perfección no existe y los problemas, tarde o temprano, acaban llegando...
Al día siguiente Eva apareció con una pulcra puntualidad en la perfumería. La puerta estaba cerrada y dio unos sutiles golpecitos en el cristal. No había nadie. Volvió a llamar. Nada. Empezó a sentirse incómoda. Toda clase de pensamientos se pasaron por su cabeza. QuizásEstrella estaba en la trastienda concentrada en sus colonias y no escuchaba la puerta, ella misma dijo que se estaba haciendo mayor;  se había olvidado de la cita; estaba en el baño haciendo sus necesidades o cualquier excusa que justificara esa ausencia. Golpeó la puerta, una y otra vez, cada vez más fuerte. En el último momento antes de darse por vencida escuchó una voz que venía de dentro, "¡Ya voy! ¡Voy! ¡No estoy sorda!". Y una persona menuda, mayor y con cara de mal humor abrió e hizo pasar a Eva.
–Así que tú eres la nueva ¿verdad? –pronunció la vieja con poca cortesía en su tono. Estrella no va a poder venir así que he venido a sustituirla. Soy María, la dueña de la tienda, la supervisora de Estrella. Ven, te diré lo que tienes que hacer.
Eva se sintió desconcertada y siguió a María hasta detrás del mostrador, lugar que le presentó como “su sitio de trabajo”.
Cogió un block de notas, otro en el que aparecía todo el stock de la tienda y uno más con largas listas de componentes necesarios para la elaboración de perfumes.  Todos ellos estaban marcados con cifras de precios y detrás de cada hoja numerosas cuentas, sumas y restas, divisiones y ecuaciones que Eva ni siquiera distinguía.
Le dijo que su deber era encargarse de las cuentas matemáticas, de los albaranes y de marcar correctamente los precios de sus productos.
Eva había ido a la escuela hasta los once años y habían pasado demasiados años y demasiados sufrimientos y deberes en su vida como para ocuparse de recordar la tabla de multiplicar o el significado de las raíces cuadradas.
En este momento se sentía asustada, pero se juró que nada del mundo la haría perder este trabajo, este proyecto de futuro necesario para subsistir en un presente lleno de deudas y de hambre.
Así que se sentó tras el mostrador y comenzó a revisar las cuentas. Aún era temprano y la tienda no abriría sus puertas hasta las diez, además los clientes que venían podían contarse con los dedos de una mano y a veces incluso con un solo dedo; por ello, tendría tiempo para ponerse al día e intentar fallar lo menos posible.
Se pasó toda la mañana sumando, restando y dividiendo, tratando de aprender, de recordar algo que nunca había necesitado, hasta este crucial momento.
Al final del día, María revisó la cuenta y descubrió que Estrella había realizado varios errores importantes en los resultados totales. Se había equivocado en cosas que María consideraba básicas e imposibles de errar, por cualquier persona con un poco de cultura.
Al día siguiente, cuando Estrella llegó a la tienda, el primer saludo del día que recibió fue una regañina por parte de la dueña, que le dijo que le daba una segunda oportunidad, solamente porque Estrella se lo había pedido y ella la apreciaba bastante.
Esa misma tarde, tras cerrar la tienda, volvieron a hacer las cuentas y de nuevo, los resultados, comprobados y requete comprobados eran erróneos. Estrella estaba presente y comprobó la dureza de María hacia la nueva empleada. Quería echarla, no quería perder su dinero pagando a una persona que no sabía hacer su trabajo.
–Siento mucho haberles causado molestias. He mentido y no les he contado que no sé leer y casi no recuerdo como hacer divisiones - dijo Estrella arrepentida.
– Ya está, ¡no hay más que hablar! ¡No hay más que hablar, la chica no está cualificada para el trabajo, buscaremos a otra! –. Rechistó María.
– Por favor, dale una oportunidad más a la pobre chica, si no se quedará en la calle y se morirá de hambre. La última, de verdad, dame dos días para enseñarla, luego pruébala de nuevo y ya verás. Aprenderá enseguida, además yo me quedaré la primera semana trabajando con ella para ayudarla.
– ¿Sin cobrar?
–Sin cobrar.
Así que Estrella se puso manos a la obra con Eva y en siete días la enseñó a multiplicar, dividir y hacer raíces cuadradas. Durante esos días no pararon casi ni para comer. Eva se sentía arropada por una persona que casi ni la conocía y que la estaba ayudando sabiendo que esta no le daría nada a cambio, es decir, de una manera altruista. Era algo que había admirado mucho en ciertas personas que la rodeaban, pero estas, como los clientes de la boutique del perfume  también se podían contar con los dedos de las manos.
Pasó la prueba a la perfección sin equivocarse ni una milésima así que consiguió el trabajo que tanto había buscado.
Más tarde formaría incluso su propio negocio y formaría una familia a la que no le faltaban ni comidas ni vestidos ni juguetes para los críos. Era completamente feliz.
Antes de todo esto, poco después de que María la diera la buena noticia del contrato, la niña le preguntó a Estrella el por qué de su amabilidad y de su dedicación a ella sin apenas conocerla. Y esta le dijo que simplemente trataba a las personas como le gustaría que le trataran a ella y que el verdadero significado de la felicidad humana se conseguía a través de ese camino. Y era cierto, Estrella tenía una mirada de paz y de humildad en su rostro, transparente y sincero, un rostro de humanidad.

sábado, 16 de febrero de 2013

Él y ella



A él le gusta mantener el orden, que todo esté dispuesto de una manera impecable; limpieza en profundidad de la habitación cada dos días, la ropa ordenada por colores y textiles, los papeles archivados por orden cronológico y las tarjetas de visita por orden alfabético.
Le gusta dormir con un vaso al lado de la cama, en la mesilla de noche y un pañuelo debajo de la almohada, por si el frío del invierno le ataca con alguna molesta mucosidad en medio de la noche.  La puerta, siempre a medio abrir, con la luz del pasillo encendida y la persiana subida (para evitar que cualquier caco cometa un acto vandálico). Al lado del vaso de agua también un bote de jarabe para la tos, unos caramelitos mentolados y una linterna de mano, por si se va la luz. Se arregla las uñas una vez cada cinco días. Se las corta, se las lima y se echa zumo de limón para mantenerlas más fuertes. No soporta el olor de la carne frita, por lo que, desde hace un par de años se alimenta a base de verduras, frutas y lácteos. Sale a hacer jogging mañana sí, mañana no; nada más levantarse, sin desayunar se calza sus zapatillas de marca y se recorre cinco kilómetros y medio,  después una ducha y un desayuno rico en calorías. A media mañana una fruta y por la noche una cena ligera.
No le gusta hacer el amor las noches antes de tener una reunión importante o de presentar un proyecto. Prefiere guardar sus energías para cosas más importantes.
Ella sin embargo, duerme sin almohada, sin pijama y tiene al lado de la cama, en el suelo, una botella de plástico de hace más de un mes, llena de agua del grifo. Hace semanas que no cambia las sábanas. Duerme con la puerta cerrada y el ordenador encendido, le gusta cerrar los ojos y escuchar cualquier cosa, aunque sea una película japonesa en versión original. A veces, se olvida de cerrar la puerta de su casa con llave, no tiene miedo a los ladrones, que entren, total, no tiene nada de valor demostrable.
La mesilla de noche la adornan un cenicero lleno de colillas, un mechero y papel de liar. A veces se duerme con el cigarro en la mano. Una vez casi quema su cama y la casa entera. Ahora se ha comprado unos cigarrillos de esos que se apagan automáticamente al minuto. Muchas veces se masturba antes de dormir, le ayuda a liberar tensiones inoportunas y la falta de pareja  desde hace años le hace practicarlo bastante a menudo. No tiene pudor ni vergüenza alguna en reconocerlo.
Se suele levantar pasado el mediodía, pues trabaja hasta altas horas de la noche. Su desayuno es un cigarro y un gran vaso de agua. A veces practica algo de yoga, otras se va al parque a fumarse un canuto en soledad, mirando como las madres juegan con sus hijos, sonríen y se colman de amor. Ella inhala el humo y envidia la felicidad de los demás.
Un día, en ese parque él y ella se encontrarán de manera fortuita y comenzaran un viaje sin soledad, plagado de manías y de turbulencias, que les hará a los dos alcanzar el equilibrio cuya búsqueda ambos ignoraban.
Ahora en la mesilla de noche hay una caja de preservativos y una botella de agua de vidrio. Ambos duermen desnudos y salen a correr juntos todas las mañanas.

sábado, 2 de febrero de 2013

Pues así.


Soy Alba, una chica, o mejor dicho, una mujer de 26 años. No se lo que quiero, pero sí que se lo que no quiero. En los tiempos que nos rodean con su halo de frustración, conseguir saber algo es un gran logro.
 No quiero pasarme la vida en un trabajo de mierda, con una hipoteca, un coche, un televisor y los fines de semana en centros comerciales. No quiero que se aprovechen de mi ni perder el tiempo rodeada de gente que tras cruzar la esquina habla acerca de tu persona hasta que notas que te estallan los oídos. No quiero vivir siempre en el mismo sitio ni comer siempre lo mismo. No quiero terminar vendiendo mi cuerpo en cualquier esquina, o en cualquier despacho de alguna productora audiovisual por conseguir el pan de cada día. Y mira, diciendo esto acaba de pasarse por mi corazón algo que si quiero, que se me respete, a mi persona y sobre todo a mi trabajo, que se me valore por lo que soy y he conseguido en estos años y sobre todo que pueda sacar todo lo que llevo dentro, que me dejen expresarme creativa y sentimentalmente, que mis ideas puedan fluir por el aire y materializarse y cobrar vida y celebrarlo con champán (que no me gusta , pero siempre queda chic en una celebración).
Muchas veces lo que quieres es tan obvio que te olvidas de ello.  Otras tantas lo que tienes es lo que en un tiempo quisiste y ya no aprecias ni solemnizas. Así somos los seres humanos, tontos, en general, idiotas en particular.

Me gusta mucho comer, me llevo bien con mi cuerpo y no me engorda ni con cuatro kilos de tortitas con nata y chocolate. Cocinar es un placer manual que conecta con el orgasmo cerebral en el momento en el que tu creación roza el paladar y ese sabor específico en el que tú has tenido bastante que ver se diluye a través de tus papilas gustativas, tus dientes sienten el tacto y la lengua saborea con gusto demostrándolo y agradeciéndolo con un eructo final.
Soy una persona cambiante, no tengo paciencia para las cosas largas, pero me he propuesto ganarla escribiendo un libro que todavía no he comenzado más que en mis deseos internos. También tengo la intención de correr una maratón a final de año, así que en este caso, más que paciencia lo que tengo que ganar es voluntad (y mucha) para salir a correr todos lo días en pleno invierno madrileño a -1 grado de temperatura (podría ser peor, siempre todo podría ser mucho peor).

A veces pienso en la muerte y en la desaparición, entonces me aterro, paralizo y bloqueo completamente mi cerebro. Me siento perdida y asustada, aunque la teoría budista de la reencarnación me ayuda a sobrellevar estos sustos repentinos con los que me azota la vida. Pero..¿es natural no? Tengo que aceptar que la muerte sin vida no es muerte y al contrario. Y que todo sirve para algo. Ese es mi lema: si algo pasa ha sido porque tiene que pasar. Es una especie de justificación cósmica ante las hecatombes del día a día.

Por lo general suelo ser alegre y social, aunque en el fondo me apasiona la soledad. Me gusta pensar, me gusta tener momentos para mi solita, para aterrarme con malos pensamientos o babear con ensoñaciones caribeñas y soleadas.

¿Y qué más decir de mi? Puedo finalizar diciendo que soy muy circular, muy cambiante, ahora arriba, ahora abajo, ahora vuelvo, ahora me alejo. Pero supongo que todos los seres humanos tenemos un poquito de esto, pues los ciclos de la vida son circulares y nosotros estamos metidos en ello cual hámsters en una de esas ruedas introducidas en una jaula, que no para de girar y girar. Yo solamente espero no vomitar más.

domingo, 13 de enero de 2013

¿Qué pasaría si todos los habitantes humanos de la Tierra saltaran a la vez?


Anoche tuve un sueño bastante inquieto, no tanto en el acto que se produce al dormir como en el sustantivo que lo atestigua. Me desperté asustada de un golpe, mis ojos se abrieron y la oscuridad les asoló. En ese mismo instante noté que estaba sudada y la primera reacción que tuve tras sentir la brillante realidad de la nocturnidad en una habitación, me volví de espaldas buscando el calor de la trasera de mi amor y empecé a recordar.

En el sueño yo estaba en mi casa de veraneo, con una amiga a la cual no reconozco como tal, ni siquiera le pongo cara, pero siento que era amiga. Sí, lo noto, era una buena colega. Es algo que no se puede explicar con palabras, así que no voy a intentar compararlo con nada más, pues serían letras echadas al aire.
En el sueño, la luz era tenue, de interior noche y mi amiga y yo nos disponíamos a irnos a la cama, (repito, mi amiga, no me gusta acostarme con amigas, ni siquiera en sueños). En ese momento, en un punto en el techo apareció una especie de verruga colgante.
Era T, una chica por la que sentía mucho, ¿cómo decirlo? Repugnancia y algo un poco más suave que el odio. Era ella, pero no la veía, pues jugaba el papel de un espíritu malvado que venía a joderme la noche y a no dejarme dormir representado como una verruga estalactita pegajosa pegada al techo. Sí, se que suena raro, pero los sueños son así, y si no, solo hay que ver algún cuadro o entrevista al maestro de los sueños, Dalí. Al momento comenzaban a aparecer más verrugas y mi amiga se sentía preocupada. Los cajones de la mesa se abrían y se cerraban, las cosas se movían violentamente y pasaban cosas del tipo “película de terror para adolescentes asustadizos”. Harta ya de tanto mamoneo, cogí a mi amiga y fuimos a ver qué eran esos ruidos tan extraños que provenían de la cocina…"¿qué estará haciendo ahora T?"- Me preguntaba yo silenciosamente con auténtico interés. Abrimos la puerta de la cocina y en la lumbre había una bandeja de patatas fritas asándose en el aceite ardiente y al lado una docena de huevo aún cerrados. Mi amiga dijo: Bueno hija, si al menos nos hace la cena pues genial ¿no? No había resignación posible. Yo asumí con la cabeza. Ahora no paro e intentar buscar un significado subconsciente a lo de los huevos y las patatas….

Volví a la habitación y T empezaba a comportarse ya como en una peli de terror de las buenas, para adultos, las no recomendadas bajo ninguna circunstancia para menores de dieciocho años. Empecé a sentir miedo y desesperación y le preguntaba por qué me estaba haciendo esto y ella no tenía respuesta, solo sonreía como queriendo decir: soy mala y solo lo hago por joder, porque me da la gana. Y ahí, con el miedo metido entre los huesos y el sudor me desperté sobresaltada, y con perdón, acojonada y preguntándome : ¿qué pasaría si todos los seres humanos de la Tierra saltaran en el mismo momento, a la misma hora?


lunes, 7 de enero de 2013

Los grupos



Las ovejas suelen ir en grupo, pocas veces verás una alejada del resto, en general, la mayoría de animales suelen llevar este estilo de vida común. Los animales son como las personas pero sin razón, esto quiere decir que se mueven más a través de sus instintos que de su cerebro.
A mi no termina de convencerme el tema de los grupos… Muchas veces me parece que son el foco descentralizador de la personalidad, la pérdida de caracteres propios y el fin de la individualidad, entre otros.

Fíjense, estamos rodeados de grupos: los que tienen la misma idea política, los que siguen fervientemente al mismo equipo de fútbol, los que defienden unas ideas, los fans de un grupo de música que se reúnen cada vez que el cantante de turno actúa, los boys scout, el coro de la iglesia, y para no irnos tan lejos, los grupos de amigos, bastante diferentes al significado de familia, que a eso ya no le considero grupo, si no, colectivo con la misma sangre que se une para el beneficio altruista y común, algo así como una ONG, la cual también dejaría excluida en este texto.

Supongo que ustedes me entienden cuando digo “grupos”. Hablo de esas personas que se reúnen con un fin en común, hablo de aquellos que vociferan por la defensa de algún derecho redimido, los que quedan para pegar a inmigrantes o los que se ven todos los domingos para tomar un vermú en el bar más caro de la ciudad.
Es difícil entrar en un grupo, para ello necesitarás la aceptación de todos sus miembros y deberás de ser como cada uno de ellos, es decir, una pequeña miniatura, una pieza copiada de un puzzle que construye el todo. Al principio solamente deberás encajar positivamente en su lugar y ser aceptado, caerles bien, demostrar que eres como ellos. Luego, con el paso del tiempo tendrás que pensar y actuar exactamente como ellos hacen, si no, serás criticado, vilipendiado y despreciado y deberás huir sin mirar atrás borrando cada rastro y cada paso en falso dado en el conjunto.

Dicen que la unión hace la fuerza, que uno solo no se puede, pero que entre todos podemos lograr muchos avances en todos los campos de la vida. Y estoy de acuerdo, pero siempre me ha gustado la frase: “dos son compañía tres son multitud” y a mi las multitudes, las masas, nunca me han gustado. Me recuerdan a las ovejas corriendo por el prado en la misma dirección siguiendo los gritos de un solo pastor, del líder, del dominante y opresor, del tirano metafórico que se encuentra en todos estos grupos dañinos.
Por eso opino que hay que saber controlar el nivel de integración en un grupo, conocer su poder y participar en ellos siempre con la justa medida, sin olvidarse de ser nosotros mismos, sin cesar en nuestras diferencias y conquistando y mostrando lo que nos hace únicos y especiales a cada uno de nosotros, seres particulares y habitantes a su vez, de una sociedad común.

Breve y conciso

 
El amor es el sentimiento de paz y seguridad que se te mete hasta las entrañas y conquista tus neuronas.
El amor es la alegría del alma, la felicidad de una sonrisa verdadera, un viaje a un lugar que por mucho que conozcas siempre te resulta nuevo, excitante y desconocido.
El amor es lo que hace que te levantes cada mañana, la fuerza que te empuja y a la vez te separa del destino final.
El amor verdadero es cuando con tan solo dos palabras de una boca deseada, consigues tocar el cielo, cuando tu propia sonrisa reflejada en el espejo inunda tu corazón y enmarca el deseo de una mirada reflejada en los ojos de otro ser.

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