lunes, 3 de mayo de 2021

El vidente

No había pegado ojo. Las fuertes tormentas no pararon durante toda la noche y ahora sentía una especie de resaca torrencial. Salí de la cama sin ganas. El calentador se tomó el día libre y, para despertarme, tuve que ducharme con un chorrito de agua gélida. De camino al trabajo se me paró el coche en mitad de la autopista. Cojonudo, ¿algo más? El día, como esperado, siguió siendo una mierda. Estaba deseando que terminara y volver a la cama, pero antes me acerqué a hacer unas compras. Cuando estaba llegando a la puerta del super, se me acerco un chico muy alto, delgado y con mirada de pocos amigos con algo en las manos haciendo afán de entrega. Una tarjeta publicitaria. Menos mal. Pensé que quería venderme alguna droga o peor aún, que llevaba una navaja para clavármela y robarme lo poco que llevaba. Muchos pensarán que son prejuicios, pero últimamente no me iba muy bien en general, con lo que ante cualquier hecho particular dudaba y mi mente siempre acababa llevándome al lado oscuro.

En la tarjeta ponía: “PROFESOR KUNTA, GRAN VIDENTE. Adelántate al futuro y déjame guiarte a las decisiones adecuadas. Despréndete del pasado de tus ancestros y encuéntrate a ti mismo. Resultados garantizados al 100%”. Me lo guardé en el bolsillo. En mi defensa, debo decir que en ningún momento y bajo ningún concepto, se me pasó por la cabeza utilizar estos “servicios” de dudosa índole, pero sí que me tomé esta entrega como una señal.

Durante esa noche, sumido en una nube de humo de peleas entre mis pensamientos y mi alma y de intentar poner orden a todo el embrollo que se paseaba por mi cabeza, abordé el tema de la herencia familiar. “Despréndete de tus ancestros y encuéntrate a ti misma” - volví a leer en la tarjeta.

A base de revolver ideas, experiencias y sentimientos me di cuenta de que muchas veces las personas, dentro de nuestra nube mental heredada y de nuestro contexto social y experiencial, tendemos a seguir el ejemplo de nuestros ascendientes, padres y abuelos. “Admiro a mi padre, quiero ser como él.”, “mi familia es grande, yo también quiero una familia grande”, “mi madre fue madre joven, yo también quiero serlo”, “mis padres quieren que la estirpe familiar continúe, así que así lo haremos”, “a mi hijo le voy a poner el nombre de su padre y del padre de su padre y del padre del padre de su padre porque es tradición familiar” …

 Y de repente, me di cuenta de que todo en la vida, en tu vida, gira alrededor de una pregunta muy sencilla que muchas veces olvidamos formular. Entonces pregunté: ¿y tú? ¿Qué es lo que verdaderamente quieres tú como persona individual? Entonces ocurrió algo mágico, me liberé, de todo lo que me rodeaba, de la herencia de los traumas vividos por mis antepasados, de un pasado que ni conozco pero que subconscientemente está ahí, de todo lo que tenía metido en la cabeza a base de pico y pala, y ocurrió un milagro: fui yo mismo, sané y aprendí a elegir. Cogí la tarjeta del profesor Kunta y la tiré a la basura. Los videntes no existen, son los padres.

miércoles, 10 de marzo de 2021

Ell@s

Hoy va por l@s que dicen “yo puedo” y pueden, por l@s que de vez en cuando caen por sentirse súper héroes sin poderes pero vuelven a levantarse más potentes todavía, pues ese es el verdadero poder.

A tod@s los que consiguieron independizarse a los veinte, no fue suerte, fue mucho esfuerzo; a l@s que tienen como objetivo conocer más, ser más sabi@s, más profesionales, más human@s con el fin de poder ayudar a cuantos más, mejor, en cualquier ámbito grupal.

A tod@s las que intentan autosuperarse día tras día, a l@s que pueden con un examen de Finanzas II en ingles siendo de letras puras, a l@s que crían sol@s y a l@s que han sido criad@s sol@s, a l@s creativ@s ante las crisis, a l@s que mantienen el buen humor y te sacan una sonrisa, a l@s que aprendieron a decir no, a l@s que les encanta decir sí y probar, descubrir...

A l@s que no desperdician energía con “estoy muy gord@ o estoy demasiado delgad@”(¿cuánto es demasiado?).

A l@s que se dedican a hacer cosas que aportan, a l@s que te vienen a pedir consejo y a l@s que los dan. A l@s que tienen “un buen par”, a l@s que mantienen la calma, la coherencia, la inteligencia emocional, a l@s que de vez en cuando la pierden por completo (¡y qué más da!), a l@s que dan todo o nada, a l@s que se buscan y no acaban de encontrarse (paciencia), a l@s que empiezan y acaban, y al final y siempre, a l@s que aman, a sí mism@s y a los demás.

jueves, 18 de febrero de 2021

Nacimiento prematuro

Todo se torció incluso antes de haber nacido. Soy prematura, me adelanté un mes. Mi nacimiento estaba planificado el 6 de enero, cual regalo de Reyes Magos, pero me apresuré y mi madre parió el día de la Constitución Española. De una u otra manera, ambos eran festivos, pensados para descansar, no para sufrir una cesárea, pero el cordón umbilical estaba enredado en mi garganta y no había otra manera de sacarme de ahí. Creo que ese nudo fue el desencadenante de todo. Me ahogaba, quería salir y luché ferozmente agarrándome a la vida para conseguir escapar lo más rápido posible. Ahora me arrepiento de haber tenido tanta prisa. Como en la famosa escena de una película de autor en la que un plano cenital muestra a la protagonista flotando en una piscina en postura fetal y se siente el silencio, la nada, el principio de todo, el deseo de volver al origen, a mecerse en un océano de aguas calientes y tranquilas. Ay la paz ultrauterina… quien volviera a ella aunque solo fuera unos instantes.

 Mi fama de peleona me precede y mi primer trauma infantil también. Hasta los 25 me ponía siempre mala con anginas, mínimo una vez al mes. Estaba claro que el nudo en la garganta me aprisionó tanto que me hizo, incluso, ser incapaz de expresar mis sentimientos con facilidad, una especie de mutismo emocional, quedándose estos atrancados e infectando mi cuerpo en forma de placas de pus y con dos anginas que solían parecer el par de huevos que me faltaban a la hora de comunicarme, especialmente con los tíos. Alexitimia.

Dicen que la última etapa del embarazo sólo se ocupa de acumular grasa debajo de la delicada piel del bebé, lo que le ayudará a regular mejor su temperatura corporal cuando nazca. Siempre tengo frio, y las manos y los pies a veces parecen escarcha. Además me faltaron 4 cm de altura, unos pechos más grandes, las piernas más largas y un estómago más fuerte. Al sacarme me metieron directamente en una incubadora. Me perdí el primer abrazo de la madre, el calor de la carne y me sentí sola sin su olor. Segundo trauma superado, el sentimiento de abandono y soledad. Pero me ha encantado ser la pequeña de la clase, la que se juntaba con los mayores, la que terminó la uni antes de los 22 y la que se buscó la vida desde que nació.

Algunos investigadores consideran que la prematuridad es una enfermedad crónica. Sin embargo, los afectados no siempre estiman que algunas de estas limitaciones funcionales sean un problema, lo que refleja una enorme capacidad de resiliencia y adaptación. De hecho, la prematuridad también puede tener otras consecuencias sorprendentes. Por ejemplo, los adultos que nacen prematuramente suelen tener una personalidad diferente. Diferente, que no anormal. Eso que me llevo.

 

 

miércoles, 10 de febrero de 2021

Psicosomatismo

Había pasado una mala noche. Se levantó de la cama con una sensación de mareo. Al llegar al baño y sentarse notó que todo le daba vueltas. Se puso las gafas, forzó los ojos para enfocar y se percató de que estaba sufriendo un episodio de vértigo. Hacía muchos años que no le pasaba. La última vez fue en 2015; el médico le dijo que se trataba de las cervicales, el fisioterapeuta le mandó unos ejercicios para relajarse, la de acupuntura le comentó que los mareos podían estar relacionados con problemas en el riñón, mientras que el que le leyó las cartas dijo que todo se debía a una ruptura sentimental. Decidió creerles a todos ellos.

Volvió a la habitación y se tumbó. Se sentía como cuando en los viejos tiempos se pasaba de la raya con el alcohol y debía apoyar una pierna en el suelo (echar el ancla) para controlar esa impresión de dar vueltas en una noria a toda velocidad. Pero esta vez era mucho peor, en cada latigazo notaba que se salía de la realidad y que podría desmayarse en cualquier momento. Respiró profundamente y, como habitualmente, buscó en internet las posibles causas de su malestar. Angustia, ansia, inquietud, ansiedad, taquicardia, estrés, agobio, mareo, depresión y de nuevo ansiedad era la palabra que más se repetía. Volvió a respirar profundamente e intentar apagar su cerebro, que emitía más de setenta mil pensamientos por minuto.

No eran buenos tiempos para mantenerse en equilibrio. La situación global, mundial, provincial, comarcal y de su casa, eran de poca ayuda. “Psicosomático: es un concepto del psicoanálisis que se refiere a una lesión orgánica que se considera de origen psicológico. Es un síntoma físico que se supone producto de un padecimiento mental. - siguió leyendo en la red.

Hacía cinco años que había terminado la relación con su pareja, tras doce años de noviazgo. El mismo tiempo que hacía que no sentía ese desagradable vértigo. De nuevo, no tenía ni puta idea de qué hacer con su vida. Además las opciones estaban presas, esposadas en la cárcel del COVID19. Si tan siquiera podía salir de su municipio y con 45 años cargados a la espalda… ¿Dónde narices iba a ir? Se sentía perdida, desequilibrada, en una caída vertiginosa al vacío.

Cuanto más pensaba en ello, más vueltas le daba la cabeza así que decidió hacer una de sus meditaciones semanales. Cerró los ojos, inspiró, expiró e intentó la hazaña de no pensar en nada. Se quedó dormida media hora más.

Al volver a abrir los ojos, sintió como el vértigo había disminuido y se encontraba mejor. Se preparó el desayuno con desgana y se forzó a hacer sus 10 km diarios alrededor del gran parque. Se dejó llevar entre los sonidos de sus pisadas, los cantos de los diferentes pájaros y el silencio placentero que albergan los pulmones de las grandes ciudades. Bajando el ritmo del camino y con las endorfinas en su punto álgido se dio cuenta de que no podía seguir anclada al pasado, ni angustiarse por el futuro, que lo único que le quedaba ahora era a ella misma, y que su principal objetivo era su propia paz; y eso no dependía de nada ni de nadie más que de ella. Aquella tarde, se arregló por primera vez en mucho tiempo y se decidió a quedar con el chico con el que chateaba desde hacía largos meses. La ansiedad había sido ese enlace entre el pasado y el futuro, pero la vida era ahora.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Fatiga pandémica

Hace un año que mi mundo, al igual que el de millones de personas, cambió. Las emociones  iniciales fueron similares a que surgen ante una pérdida: el shock y la incredulidad. Los pensamientos más recurrentes, nacieron del ego: por qué esto a mí, qué he hecho mal, qué mala suerte.

Después de la caída, llegó el despertar, la asimilación y aceptación de todo lo que estaba ocurriendo y del cambio radical de más de 180 grados que tuvieron nuestras vidas. De un día a otro literalmente, todo se dio la vuelta: sin trabajo, sin libertad, sin vernos, abrazarnos o despedirnos. Tanto tiempo en casa provocó la apertura de la caja de Pandora y que millones de pensamientos (el 90% de ellos negativos) invadieran nuestras mentes. Falta de concentración, creatividad bajo mínimos, ilusión desgastada… Nuestros cuerpos mutaron en espaldas con grandes chepas, pesadas; nos hicimos pequeños, nos engulló nuestra propia burbuja. Días de subidas, días de bajadas en la montaña rusa de nuestras emociones. Y de nuevo, la boca de la ballena se abrió y ahí estuvimos, remando y aprendiendo a dirigir el oleaje con nuestros fuertes remos que en ningún momento llegaron a romperse.

Y durante todo el viaje, también hubo lugar para el recuerdo de lo antiguo y la transición hacia lo nuevo, una mezcla entre lo vintage y lo futurista, el impresionismo y el surrealismo. Volvimos a pararnos a apreciar los colores del cielo, disfrutar de un paseo a la orilla del mar, a sentir el amor, a labrar la amistad, despedir lo desgastado, reutilizar lo anticuado y replantear ese futuro que está por llegar. Con esperanza, entre telas de araña que a veces se pegan entre los dedos, como nuestros sueños, legañas incrustadas en las cuencas de los ojos que nos quitan visibilidad. Entendiendo que todo en esta vida son ciclos, olas para surfear y sobre todo, sin olvidar que ante todo lo demás, tú eres el que debe agarrar fuerte el timón y en esa marejada, hacer todo lo posible para mantenerte en equilibrio. Todo pasará. La orilla cada vez está más cerca.

martes, 26 de enero de 2021

Una mala noche

 Son las cuatro y media de la mañana. No puedo dormir. Me agobia mucho el hecho de que dentro de tres horas tengo que estar en pie y que llevo el doble metida en la cama. Sudo. Tengo calor, doy vueltas de un lado al otro en busca del gustoso frío de las cálidas y sudorosas sábanas blancas de agosto.


Mañana me espera un día muy largo, demasiado como para seguir despierta a estas horas. El ruido del reloj me absorbe en un círculo vicioso en el que los segundos pasan el doble de rápido. Y sigo sin dormir. Me obsesiono tanto con el tic tac tanto que termino levantándome y dejando el reloj en el baño. Aún así, a veces sigo oyéndolo. O no, quizás es paranoia. Vuelvo a levantarme y lo meto en el cajón del mueble de los potingues. Me mojo la cara, me miro al espejo. Estoy cansada, me siento como si estuviera en un after party, pero sin diversión alguna. Vuelvo a la cama, me pongo los tapones de los oídos para centrarme en el sueño. Me los acabo quitando, esos tapones que me compré en el viaje a Tailandia eran lo más parecido a tener los dedos índices metidos en tu oreja tras cuatro horas en remojo. Duros, fríos, con arrugas….

Mi cuerpo está agotado, he estado trabajado doce horas y he comido mierda de una cadena de comida rápida. Seguro que por eso no puedo conciliar el sueño. El estómago me está provocando todo esto. Voy a la cocina y me tomo el jarabe antigases lo antes posible. Se que no me dormiré hasta que no lo haga. 

Vuelvo a la cama, completamente concentrada en dormir de una maldita vez. Miro el reloj, son las cinco y media. Oh, dios mío, solo voy a poder dormir dos horas, ¡dos malditas horas otra vez! Me resigno…estaré bien, soy una chica fuerte y esto acabará pronto. Tan pronto como encuentre otro trabajo y deje de limpiar la mierda de dos oficinas y un chalet a seis euros la hora.

Se que algo mejor me espera, si reduzco el pensamiento de que tendré que pasar muchas horas de mi vida en el médico que intentará arreglar los dolores de espalda provocados por limpiar váteres llenos de cagadas. Ya me empieza a doler. Noto mis riñones hinchados, como si estuviera premenstrual en plena ovulación. Mierda, este trabajo me está destrozando. Pero no puedo dejarlo. No tengo otra opción.

Y sigo sin dormir y son las seis de la mañana. Mi cerebro en marcha, pasa por un sin fin de pensamientos presentes y futuros. Aunque lo que más me martiriza la cabeza es el pasado. Quisiera olvidarlo, pero no puedo. Aparece cuando menos me lo espero. Y duele. Intento ser fuerte y darle la espalda. A veces hasta me pongo los guantes de boxeo para luchar contra él. Lo noqueo pero se levanta de nuevo tres días después y vuelve a aparecer pegando fuerte. ¡Malditos recuerdos! Me gustaría exterminarlos. Son una plaga que no te deja avanzar en un campo de maíz. Como si alguien te tirara de la espalda hacia atrás y no te dejara avanzar en cada paso en vano.

Me acuerdo de ti, sí, me acuerdo mucho de ti. De cuando tampoco podías dormir por las noches y me llamabas a las seis de la mañana para escuchara el canto del gallo del corral. Era tu forma de darme los buenos días y de desahogarte ante tu falta de sueño. Pero luego siempre venías. Directo a mi cama, a despertarme de una forma más agradable que aquellos alaridos. Y un día te fuiste, sin quererlo. Fue tu sino. Y ya no estas. Y te busco en mi cabeza y solo recuerdo aquella cama vacía de hospital y ese olor a muerte. Y lloro. Y vuelvo a levantarme al baño a secarme las lágrimas con una toalla pues ya he terminado con todos los pañuelos de papel de la mesilla.

Intento dormir, de nuevo. Y no puedo. Doy un pequeño grito de rabia y en ese momento Carlos se gira hacia mi asustado y me da un beso medio sonámbula. Él si que puede dormir.

martes, 19 de enero de 2021

Lo natural

Las redes sociales se ha convertido en algo comparable a Puerto Banús: un auténtico escaparate humano; y nosotros somos sus modelos, ridículos hasta con filtros, que paseamos enseñando las “cosas buenas” de la vida (subjetivamente hablando, claro), poniendo etiquetas y disfraces marketinianos a todo lo que nos rodea y, a veces incluso, a nosotros mismos.

Convertimos a niños en modelos de fotografía y en carnaza para perturbados que navegan a sus anchas entre nuestros datos y falsa privacidad, influimos en el incremento de los complejos entre los adolescentes y adultos, posamos y pedimos a nuestros novios que nos saquen fotos y les regañamos si no nos la sacan como queremos. Ponemos morritos ilusorios, metemos barriga, nos cambiamos el pelo (y el cerebro) de lado, posamos, posamos y posamos, filtro aquí, filtro allá…Nos denudamos, nos exhibimos, nos retocamos, que si las mechas, que si el botox, que si la celulitis fuera, que si los ojos verdes, que si la papada… y al final terminamos perdiendo el tiempo y transformándonos únicamente en esclavos mediocres y angustiados.

Lo peor de todo es que nos cargamos de absurdas frustraciones, de deseos irrisorios, de egos inflados; a la vez que nos alejamos cada vez más de nuestra esencia, de nuestra alma, del quienes somos y adónde vamos.

¿Sabéis esa gente que se pasa el día diciendo literalmente lo súper felices que son y cuanto más lo repiten más nos damos cuenta de que no están viviendo la vida que les gustaría vivir ni están en equilibrio consigo mismos? Pues eso son las redes sociales. Hablan mucho, pero dicen bastante poco. Y a mí la verdad es que me gusta más la gente honesta, la que va de frente, la que te dice que lleva unos días echa una mierda y a la semana se levanta y te dice que ha enfrentado su problema y está mucho mejor. La que te coge una videollamada recién levantada con el pelo despeinado y la piel llena de grasa. La que te escucha, la que habla, la que te cuenta y comparte sus miedos con los tuyos. No sé, lo natural, lo que al fin y al cabo somos y sentimos todos debajo de nuestra piel, ¿no?

viernes, 8 de enero de 2021

Mirar de frente

Sentir la chispa, el estímulo que te acerca más a la vida, el aliento de la pasión exhalando lentamente su dulzor... Manos recorriendo caminos impensables y bocas que traspasan límites que nunca fueron marcados. Porque todo es posible entre las paredes de la habitación que abarca una historia inconfesable cargada de sin sentidos ni razón, construida de fuego interior, de palabras sin decir, de silencios agradables, de copas rebosantes, de gritos y suspiros.

Una historia de miradas encontradas que encuentran sin buscar un sinfín de matices. Miradas que se hablan sin decirse nada, miradas de deseo, cargadas de ansiedad, latentes ojos abiertos y brillantes que siempre piden más, que te traspasan el pecho haciéndote sentir atravesada por una flecha lanzada a la espalda.

En la distancia se distingue que todo empezó por un deseo, un capricho sin más, un vacío que llenar. “será mía” y no será por casualidad. El afán de la conquista, de la presa por cazar, el deseo de lo desconocido, el misterio por lo que habrá. Las ganas de recorrerle trazando rutas sin destino final.

Humedecer los fogosos labios deleitándome en las pequeñas y sabrosas comisuras; el olor de lo distinto, la oscuridad de las velas, el sonido transformador que va llevando a los cuerpos a una intensa catarsis. Y entre los susurros, las palabras envolventes y las miradas indescriptibles, lanzadas y preparadas al azar.

Abriendo las piernas al calor, al confort de unos brazos que abarcan tu pecho desnudo. Miradas de frente, palabras cruzadas... Mi egoísmo no sabe donde esconderse, haciéndome confuso y asustadizo ante una situación inmanejable con un final inimaginable.


 

jueves, 24 de diciembre de 2020

Nochebuena

Este año no nos haremos la mítica foto de primos con la abuela en la escalera de la casa de la tía, no se escucharán las risas estrambóticas de las Koplovich ni recordaremos al abuelo gritando "¡Roooosaaaaaa!" ni Alba gritará "¡Viceeeeenteeee!".

Este año el tío Carlos no pelará la piña como un melón, ni el tío Antonio nos vacilará con premios escondidos en los regalos chulos del juego de los dados. Nadia no esperará ver a Papa Noel por la ventana, la prima Rocio no pondrá bonitos nuestros nombres en la mesa y el tío Paco no estará en el jardín preparando el rico cochinillo. Nos perderemos los chistes malos del tío Juanma, la lombarda de la abuela y las risas y la ilusión de Eva, Saúl, Fochi y Elena, más conocidos como “Los Fochis”. Este año Vicente no saldrá por Majadahonda y tampoco imitará el baile de la prima Ilsayid; la tía “Chuches” no nos sorprenderá y nos hará creer de nuevo en la magia y el amigo invisible será más invisible todavía.

 Este año nadie le dirá a la tía Ana que deje el purito ni ella nos dirá que nos quedemos embarazadas y la tía Rosi no nos pillará fumando en la habitación y nos regañará entre sonrisas. Este año la prima María no imitará a las blogueras, no veremos al pequeño Balti y Pati no nos contará sus cotilleos ni grabará stories con las primas mayores. La prima Ana no dirá que está borracha con una copa de vino, ni Silvia se partirá de risa de nosotras. No brindaremos mil veces, ni probaremos un cocktail de Csabi y no jugaremos al póker ni al Chinchón de resaca el día 25. Este año Sarita se quedará sin conocer el show que monta su familia en Nochebuena…y es que este es el primer año de nuestras vidas que no estaremos juntos. Pero si hay algo muy importante que nos quedará en estas Navidades y es que este maldito año nos ha demostrado más que nunca que una familia unida que se apoya y se quiere  jamás será vencida. Os quiero familia. Salud y amor.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Geranios en flor

A las 8:42, como cada día desde hacía diez años, la canción de “La bamba” retumbaba en sus oídos.  Pablo apagó con un golpe seco su despertador  y con un bostezo se levantó de la cama. "Un día más, un día menos" - pensó de nuevo.

 Nada más poner un pie en el suelo lanzó un grito de dolor. Se había clavado uno de esos diminutos cristales de la botella de ron que bebió y posteriormente destrozó la noche anterior. Terminó de subir la persiana de la habitación y se encendió un cigarrillo. Llovía. Mal empezaba su rutina. 

Después de un desayuno basado en una gran dosis de cafeína, y una ducha de agua fría de más de diez minutos salió a la calle. Diluviaba. Además esa mañana volvía a tener aquel chispeante dolor de cabeza con el que amanecía todos los lunes.

Recorrió el mismo camino de siempre: mirada al suelo, música en sus oídos y como complemento el pitillo colgando de su mano. Andaba cerca de dos kilómetros para llegar al trabajo. Pero lo prefería, no le gustaba el transporte público, se agobiaba rodeado de, lo que el denominaba, "la masa". Para él la gente era como un rebaño de ovejas, todos iguales, haciendo lo mismo, pensando lo mismo, siguiendo las mismas ridículas y absurdas modas. Desde hacía mucho tiempo, nadie le aportaba nada.
Llegó a su despacho y como cada mañana a las 09:30 abrió su correo electrónico y se sirvió un café solo. La bandeja de entrada estaba vacía, únicamente había treinta correos absurdos que no hablaban de nada. Aborrecía casi todo en su trabajo, sobre todo a su compañero Javier, un chico algo más joven que él, demasiado hablador y con apariencia de felicidad empalagosa en el rostro. Pablo realmente le odiaba. Su monólogo matutino esa jornada trató sobre la primavera, le echó el típico discurso de que en esta época todo es más bonito, todo florece, hay más luz, los días son más largos y uno está más feliz… Pablo intentó hacer oídos sordos para no vomitar.

Esa misma tarde, cuando terminó su turno y se disponía a meterse un trozo de bocadillo de tortilla en la boca recibió un mensaje en el móvil. Era Gabriela, una chica más joven que él con la que solía verse a menudo. “ ¡Otra vez! Qué pesada…” - pensó. Pero tras leerlo repetidas veces y esforzándose por dominar su pequeña y mínima motivación,  acudió a la cita que ella le había propuesto. 

Nada más verse se besaron repetidamente. No se dijeron ni una palabra. Tampoco era necesario, cada uno tenía claro el rol que tenía que seguir en esa relación.
Pasaron horas en la cama. Tocándose, hablando, descubriéndose el uno al otro. Cuando se levantó para vestirse de nuevo, Pablo volvió  a sentirse igual que hacía unas horas, su auto maltrato mental y sus pensamientos depresivos volvieron a aparecer como un escalofrío.
La chica feliz  de la sonrisa permanente y de los ojos brillantes le cogió de la mano y le llevó hasta su balcón. Quería enseñarle algo antes de que se fuera.  “Mira Pablo, qué grandes están los geranios. Han florecido mucho durante estos últimos diez meses que has estado viniendo por aquí...” - dijo Gabriela dulcemente.
Pablo permaneció callado durante más de diez segundos. Al fin, con una sonrisa verdadera en la cara le dijo: “Es lo que tiene la primavera...puede ser maravillosa, ¿verdad?”. 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

El síndrome de Peter Pan

Miré el reloj y eran cerca de las siete. Me acerqué a la habitación principal y levanté levemente una de las grandes persianas que habíamos bajado para alargar una noche que no queríamos que terminara jamás. Dos rayitas brillantes enfocaron de lleno mis pupilas y sentí un escalofrío. 

Volví al salón donde estaban mis cuatro personas favoritas. Hacía ya cinco años de esta conexión. Ellas habían formado parte de mi crecimiento, de mi paso de la adolescencia a la juventud y a día de hoy podría decirse que también a la madurez. Eran parte de mi ser, como un brazo o una pierna. Cada cual se había hecho un huequito dentro de mi corazón, el cual me perjuró que ese sentimiento duraría para siempre, aún sabiendo que la palabra “para siempre” sólo dura los dos segundos y medio que tardas en pronunciarla.

Agarré una cerveza del bol con hielos, ya casi deshechos y me senté a observarles. Estaban pletóricos danzando como si el mañana, que ya era hoy, no existiera. Les miraba y sonreía. Sentía cómo disfrutaban la música, notaba el amor y el cariño que corría entre todos ellos, pero en un instante mi sonrisa se borró y me invadió una horrible melancolía. Mi cerebro se empezó a contradecir, no quería que esa noche terminara, quería que todo fuera como antes, como ahora, como siempre, pero eso no iba a poder ser ya que en aproximadamente ocho horas cogía un vuelo a Paris, ciudad de la que me había enamorado tras un intenso Erasmus. Iba a probar suerte buscando un trabajo relacionado con nuestros estudios, ya me había cansado de Madrid y era hora de mover el culo. Algo me decía que no volvería en un largo tiempo.

Blanca se mudaba a Londres en un par de días. Se había empeñado en conocer Reino Unido y estudiar un máster. Llevaba años planeándolo y por fin se había atrevido. La verdad, es que me sentía muy orgullosa de ella, porque aquella niña con la que compartí secretos inconfesables, risas y llantos por doquier, diera uno de los mayores pasos de su vida (hasta el momento). Además, mantenía la esperanza de que nos visitaríamos mutuamente y que, por supuesto, hablaríamos por Skype mínimo una vez a la semana.
Me miró y me sacó la lengua. Yo la hice un corte de mangas. Así era nuestra relación, éramos una pareja de amigas que se complementaba a la perfección.
En ese momento Miriam me sirvió una copa, "¡vamos Andrea, que no decaiga, levántate a bailar!"- me dijo entusiasmada. Miriam había sido una de las primeras personas que conocí al entrar en la Universidad. Con ella me pegué mis primeras borracheras y compartí los primeros llantos y rupturas, era una delicia de persona, un ser de plata con un corazón bañado en oro. Me gustaba su lado salvaje, que solo sacaba de vez en cuando, me recordaba mucho a mi. Me juré que jamás le perdería, que siempre estaría a mi lado.  Era la típica persona con la que podías contar para todo y para nada. Ahora se iba un año a vivir al otro lado del océano con su novio. 

Llevaba media hora ahí sentada, en mi pesadumbre y con mi drama mental cuando Benja puso una de nuestras canciones favoritas y vino corriendo a sacarme a bailar. Era el “Because we are your friends…”, uno de nuestros himnos en esos tiempos. Nos conocimos bailando y se que bailando acabaría esto. Él también se iba a Inglaterra a perfeccionar su inglés. Me entristecía pensar que se acabarían esas divertidas tardes en su casa solo conversando, riendo y fumando cigarros hasta las tantas. O uno de esos viernes que de repente se convertían en domingo como si no existiera nada más alrededor nuestro que la música y el amor. Salir con él de fiesta era de lo más divertido que podía pasarte. Además de todo esto Benja era mi confesor, mi arregla mundos, mi chico al que le encantaba vestirse de chica y al que le podía contar todo sin ningún tipo de reparo; la persona que me calmaba y arreglaba cuando tenía un día malo y viceversa. Era único. Aunque se juntaba con gente con la que, a mi parecer, no debiera juntarse. Pero, según él, yo también me juntaba con tíos con los que no debía juntarme así que estábamos en igualdad de condiciones.

Volví a mirar el reloj y ya eran las ocho. Esa hora había pasado tan rápido como los cinco años que hacía que nos habíamos conocido. Y es que es cierto eso que dicen de que la vida pasa más rápido a medida que vas creciendo. Ni trampa ni cartón, los adultos estaban llenos de razón al decirme "disfruta de tu juventud".

Una de nuestras canciones“erizapelosdelbrazo”, Oasis, Wonderwall empezó a sonar. En ese momento, nos limitamos a hacer un círculo en medio del desastroso salón que habíamos dejado tras más de diez horas de postfiesta y nos abrazamos. No nos mirábamos a las caras, solo el tacto del abrazo era suficiente para experimentar aquella sensación común de alegría y melancolía mezclada con el azúcar de la existencia. Supimos que era la hora de la despedida, el final había llegado.Todos ellos remarcaban que eso no era el final, que la distancia no iba a cambiar nada, que realmente era el inicio. Para mi era, efectivamente, el inicio del final. Subimos las persianas y fin. 

Blanca hizo y posteriormente rehizo su vida en Londres. Ya han pasado tres años desde entonces, hablamos una vez al año. Se que le tengo para lo que necesite pero ya ni siquiera me sale contarle mis problemas. Demasiadas vivencias separadas que le hacen a una cambiar su fuero interno. Y la verdad es que es una enorme pena que las cosas terminen así, pues las verdaderas amistades, como esta de la juventud, son las que recordarás cuando estes sentada en tu sillón haciendo punto con los pies metidos en agua fría. El caso es que yo preferiría reir haciendo punto con ella a mi lado.

En cuanto a Miriam, no volví a verla ni siquiera a su vuelta de Estados Unidos. Vive en la misma ciudad que yo desde hace años. Ahora sale por otros sitios, con gente completamente distinta (a mi y a ella misma) y estoy segura, de que si hablara con ella, también hablaría de otra manera. Aquel tipo le absorbió. Me gustaría tanto verla, me gustaría tanto que todo fuera como antes de levantar aquella persiana...Me di cuenta de que lo que me pasaba es que no quería crecer, quería congelar ese instante de felicidad plena, de juventud, de alegría, sin problemas y quedarme varada para siempre, con ellos, con mis mejores amigos. Tenía el síndrome de Peter-Pan y ellos eran mi Campanilla, la luz de todos mis días, la alegría del vivir, esa que no ha de perderse nunca.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Hoteleros

“El turismo es eterno, es un sector que jamás morirá y aún menos en España, que, desde hace décadas, es uno de los países más visitados a nivel planetario. Tened por seguro que aquel que decida trabajar en el mundo de la hotelería, tendrá trabajo asegurado para toda una vida”. Esta era la frase con la que los profesores de 1º de Turismo inauguraban el curso y que retumbó en mi cabeza en marzo de 2020, año que plantó un ¡zas en toda la cara! a todos aquellos que no vaticinaron esta impensable, pero real pandemia, que nos ha sumergido en una de las crisis MUNDIALES (lo remarco ya que ciertamente alivia el tan repetido “mal de muchos, consuelo de tontos”) más devastadoras que ha vivido la sociedad desde que tengo uso de razón.

Pero antes de sumergirnos en el río de barro de los tiempos que corren, retrocedamos y recordemos de dónde venimos. A mi generación pertenecen aquellos que superamos los 30 pero seguimos por debajo de los 40. Se nos conoce como Millennials, NINIS o simplemente “generación perdida”, da igual el nombre, el concepto es el mismo. Si algo tenemos en común es que la mayoría de nosotros tuvimos la grandísima suerte de poder estudiar una carrera, formarnos con masters, doctorados, idiomas y mudanzas a Londres o a Irlanda. Cuando por fin estábamos listos para despegar en el ansiado y apasionante mundo laboral, nos dieron en la cara con el ladrillo de las crisis de 2008, otra gran recesión que, en este caso, afectó principalmente a España. En aquel momento, el que pudo sobrevivir (hablando en plata, aquellos con padres y madres con pasta) pudieron salir adelante, los demás, tuvieron que “reciclarse” o “reinventarse” cuando todavía ni siquiera habían sacado rendimiento a sus conocimientos y habilidades. Aun así, con mucho tiempo, esfuerzo y creatividad, lograron ganar, o al menos salir inmunes de la batalla.

Una década después de la hecatombe, cuando todo parecía coger su ritmo y sintonía, llegó el Coronavirus, SARS2, COVID 19 o también conocido como “el puto bicho malo” y nos confinaron en casa durante meses. Presagiando la negatividad de la siguiente frase, la esquivo nombrando algo positivo, ya que fue en este momento en el que tuvimos, por fin, tiempo. Tiempo para pensar, para plantearnos cosas, para recordar, para ordenar la biblioteca en orden alfabético, para disfrutar del café del desayuno sin mirar el reloj, para dormir hasta las once si nos da la gana, para que los abrazos con tu pareja fueran infinitos o para, por ejemplo, escribir sobre todo aquello que me ha rodeado profesionalmente durante los últimos 10 años.

Volviendo al tema del turismo, tampoco borraré las palabras de uno de mis primeros mentores en el mundo de la hotelería: “este trabajo es para aquellos que están hechos de otra pasta”. Es una profesión sacrificada, en la que mientras todos descansan y están de vacaciones, tú les estás haciendo disfrutar de las mismas. Una forma de vida donde los planes son improvisados, quizás en Octubre en vez de Agosto, con celebraciones postergadas o perdidas, donde los cumples, aniversarios, puentes o roscón de Reyes se celebran de otra manera o incluso no se celebran. 

Pero es un trabajo excitante en el que cada día ocurre algo completamente diferente al anterior, que te permite relacionarte con todo tipo de personas constantemente, donde eres un solucionador nato de problemas de cualquier ámbito, con los que creces profesional y humanamente a medida que pasan las horas, donde los retos están a la orden del día y tienes el placer de hacer que la gente disfrute teniendo una repercusión directa en su felicidad. Gracias a él, tu curriculum añade nociones de psicología, coaching, enfermería, docencia, formación de formadores, comunicador, chamanismo, hombre o mujer del tiempo, decoradora, embaucador, investigador, CSI, celestina, actriz y muchos más.

Los grandes empresarios dicen que si sabes dirigir un hotel, eres capaz de dirigir y gestionar cualquier tipo de negocio. Y es que un hotel es un mini mundo que abarca multitud de ámbitos, desde el mantenimiento de las instalaciones, la creación y el diseño de productos, servicios y experiencias, marketing, comunicación, sostenibilidad, relaciones con clientes, la contabilidad, la decoración del ambiente y el lugar, la división de habitaciones, las ventas,…en resumen, la  gestión de más de 15 departamentos completamente diferentes uno del otro pero cuya implicación individual es tan relevante que si uno de esos eslabones cae, toda la cadena se rompe. Cada día pueden tomar decenas de decisiones que implican acciones de peso para cada uno de esos departamentos. Se trata de dirigir una orquesta donde lo más importante son las personas y que, por lo tanto, también conlleva un gran trabajo en cuanto a gestión de equipos, motivación, formación, crecimiento y desarrollo de los mismos y un largo etcétera. Y es por todo eso por lo que amamos la hotelería y, por ello, personalmente, amo mi profesión.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Mientras duermen

Un lugar en el que un individuo haciendo y diciendo gilipolleces vacias, sin contenido, tiene dos millones de seguidores que imitan su absurdo ejemplo.

Un país en el que una persona mediática que lo único que hace es hablar sobre los demás cobra treinta veces más que el medico que salva vidas a diario.

Un sitio en el que un corte de pelo de moda da más que hablar que el avance de la ciencia y la tecnología; donde la desconfianza, la crítica, los juicios de valor, la envidia y el cotilleo están a la orden del día, donde se mira con los ojos y no con el corazón, se aplaude al guapo y se insulta al feo. 

Un lugar en el que las palabras son lanzadas al aire a través de un matasuegras y la manipulación inconsciente está a la orden del día.

Un lugar en el que abundan los catetos que se creen cualquier mierda que aparece en cualquier absurda fuente de información sin contrastar.

Un lugar en el que te hacen creer que algo es tu pasión para que lo conviertas en misión de vida. 

Y, sin embargo, a pesar de todo, amo este lugar, pero cuando todo el mundo está durmiendo.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

¡Danzad malditos, danzad!

Llevábamos mucho tiempo esperando este momento, para ser exactos un año y veinte días que habían pasado silenciosamente durante la era COVID.

Teníamos muchas ganas de volver a pisar un festival de música y por fin había llegado el día, 20 de junio de 2021. Quede constancia que cuando hablo de un festival no aludo a emborracharse, a restregarse entre la gente, a drogarse como monos, NO, en absoluto, me refiero a algo totalmente diferente a los clichés… Me refiero a que se te erice todo el vello del cuerpo, a que cada sonido se introduzca entre tus venas corriendo por tu sangre, te posea y te haga flotar en el espacio entre bailes y sonrisas ajenas. Y es que hay temas y canciones que son como un peyote inocuo que pueden elevarte a los estados más elevados de conciencia; otros que te dirigen hacia la más tierna melancolía y algunos que incluso pueden llegar a hacerte sentir plena felicidad durante sus 6:35 minutos de duración.

Hay personas que no entienden las maravillas que conlleva el reggae, el jazz, el blues y sobre todo, la música electrónica. Dicen que eso es “chumbachumba” de niñatos que se drogan para soportar esos sonidos del infierno. Sin embargo, yo creo que, particularmente el Techno es el anticristo del absurdo y puto reggaeton. Y es que la desinformación y el desconocimiento llevan al camino de la equivocación y de los prejuicios. La masa está perdida. Es una pena cómo la cultura musical de este país (y de muchos otros) se ha convertido en…en “eso” (no quiero herir sentimientos). 

Cuando la comprendes y la sientes, la música electrónica de calidad es un arte capaz de mantenerte danzando durante largas horas, de cambiar una tarde de desánimo en todo un jolgorio. Es incluso idónea para  transportarte a momentos del recuerdo, modificar tu espíritu y elevarlo.

Estábamos haciendo cola a la entrada del recinto en el momento en el que se abrieron las puertas. Todas estábamos expectantes. La música de uno de los tres escenarios al aire libre empezó a sonar. Me apasiona ese momento previo a una actuación cuando, la gente, nerviosa, se va acercando al escenario y…Pum!, el primer sonido de los altavoces encendiéndose como un fogonazo. Pum! Se apagan las luces. Pum! los visuales entran en juego…los aplausos, la expectación, una melodía de introducción, el artista se acerca a la tarima, saluda, luces y de repente…PUM! Todo el recinto estalla en masa, todas las personas saltan, cierran los ojos, sienten, viven, se expresan bailando…y, veinte minutos después las sonrisas invaden el espacio, sientes la energía de que todos somos uno, la unión entre las personas a través de la música…es envolvente, te atrapa y, de nuevo, vuelves a sonreír, a sentir que la vida son dos días y que hay que disfrutarla. Y es que se nos está empezando a olvidar lo que era la vida antes del COVID y, dentro de nosotros, no hay mayor deseo, de que todo vuelva a la normalidad y que bailemos juntos esta danza.






sábado, 31 de octubre de 2020

El garbanzo negro

“¡A comer!” – grito mi madre puntual como un reloj a las 15:00, horario que se seguía religiosamente en la casa desde que Ana tenía uso de razón.

Los primeros en sentarse siempre eran los más pequeños y el último, cual cura que sale al estrado, el patrón de la familia. Con un alargamiento de brazo para coger un trozo de pan, el padre de Ana daba por inaugurado el almuerzo del día.

Ana tenía dieciséis años, esa edad tan confusa que, si se pudiera, la eliminaría inmediatamente, dejando un lapsus temporal entre medias, como una hibernación humana desde los doce hasta los dieciocho. Y es que la adolescencia es una etapa que Ana siempre recordará con verdadero pavor y repulsión, con un sentimiento de indiferencia hacia sí misma, de rabia, de ira.

“Bueno Ana, ¿qué tal llevas el trabajo de Ciencias, hija?” – preguntó la madre empáticamente y rompiendo el hielo.

Ana estaba mirando hacia el plato, concentrada en los garbanzos que nadaban entre la sopa y principalmente, en uno negro que encontró.

“Ana, ¿puedes contestar a tu madre y mirarla a la cara cuando te habla? Ana…¡Ana!...¡ANA!¡Estas sorda o qué te pasa!” – gritó el padre enfurecido.

Cada vez que el padre de Ana abría la boca durante la comida, los hermanos sabían que no iba a ser para decirle a la mama lo buena que estaba… Ninguno de los presentes quería que su padre abriera la boca mientras comían y tenían mucha mesura en hacerlo ellos mismos también.

Ana miro con los ojos ensangrentados a su padre, giró la cara hacia su madre y pronunció un simple, “bien mamá”. Seguidamente dirigió una mirada al patrón y continuo haciendo más larga su respuesta para satisfacerle “ya está casi terminado, lo entregamos el lunes”.

No soportaba a su padre, pensaba que era un puto ogro que se pasaba el día tocándose los huevos en casa y tocándoselos a los demás, con especial tesón en los de ella. No le gustaba el trato vejatorio que les daba principalmente a ella y a su madre. La última vez que le vio darle un bofetón por contestar irónicamente a una de sus preguntas, sintió como si esa mano hubiera rebotado también en su cara. Su padre le hacía sentirse débil, indefensa y que no valía para nada. Nunca tenía una sola palabra buena para ella. Era un amargado que hacía que su adolescencia estuviera aún más cerca del purgatorio. Ana se sentía como el garbanzo negro de la familia, como un mutante en una mutante en una peli de serie B. Se sentía con el agua al cuello, a punto de ahogarse en los últimos suspiros.

“Ana, vamos, acábate el plato y ayuda a tu madre a recoger la mesa. Siempre eres la última en todo…es que yo no se si eres tonta o te lo haces” – dijo el padre de Ana mientras se encendía el cigarrillo de después de comer.

Ana, sin mirarle, cogió la cuchara, lentamente se comió las dos últimas cucharadas. Se quedó observando al garbancito negro que había relegado primeramente a un lado y, envalentonándose, se lo comió y se levantó de la mesa decidida a no volver nunca más.

miércoles, 28 de octubre de 2020

2020, el año de la rata

2020: el año de la rata. Del puto virus. De la devastación. De los cambios. Del autoconocimiento. Del no pensar en el mañana. De la resiliencia y la entereza.  2020, el año más raro de nuestras vidas y de las de aquellos que, lamentablemente, ya no están.

2020, algún día miraremos atrás y entenderemos el poder que nos has concedido. El poder de, por muy cursi que pueda parecer, valorar el amor por encima de todas las cosas, el poder de entender y cuidar nuestra mente y salud como máxima prioridad. La licencia de hacernos fuertes, de aguantar, de luchar, de no perder la fe, de ayudar… La potestad de darnos cuenta de quien nos tiene en su cabeza y a quien tenemos nosotros... de cuidar, de amar, de preocuparnos y de valorar a quien nos rodea y a quien rodeamos entre nuestros brazos, sin guantes y sin gel, a pelo, sin miedo.

2020, el año para quemar todo aquello que ya sobraba dentro de nuestras vidas. Para reafirmar nuestros valores, capacidades, vicios y virtudes. Para alejar las falsas lecciones de moralidad de los demás, para criticar la falta de civismo de nuestra sociedad, para alimentar egos maquillados de payasos y volver a apuntalar que la política en nuestro país, aunque lo parezca, no es el peor mal que nos rodea. A veces simplemente es nuestro vecino, nuestro compañero o algún familiar. Al fin y al cabo, un año que nos está enseñando a aforar lo que verdaderamente importa por encima de lo demás. Y a que nos resbalen cada vez más las opiniones en torno a tu autenticidad... 2020… ¿Quién se lo iba a esperar?

Y no sé a ti, pero en el fondo (muy fondo) del agujero, encontré una luz que me llevó a  encontrarme de nuevo con mi esencia y a hacer una de las cosas que más me gusta hacer desde que tengo uso de razón y, todo hay que decirlo, que en los últimos años había relegado a un segundo plano: escribir. Porque para mí, desde bien pequeña, escribir es vomitar,  es sacar un trocito de tu alma, es una limpieza terapéutica que también puede curar a los demás con su lectura. Es descubrir, indagar, reafirmarse y al fin y al cabo, expresar.

Bienvenidos a mis textos y relatos “ a pelo”:  ficción mezclada con realidad, vómitos combinados con arena y sal del mar, palabras secas, directas, que expulso sin más, sin ninguna intención oculta, sin un significado detrás.

Y para terminar, o bien, para comenzar, Bukovski (uno de mis escritores fetiche) dijo que quizás estaba loco, pero al menos podía volar… Pues en mi caso, a través de las palabras, que caen sobre las teclas del ordenador como si fueran misiles de guerra, me siento jodidamente igual. Y si te gustan bien y si no, coges la puerta y te vas.




 

jueves, 24 de noviembre de 2016

El recuerdo es una sombra del olvido


Entonces me dijiste que no era el tipo de mujer con la que te gustaría estar, que no encajábamos, que éramos muy diferentes, que sería imposible una relación juntos... y quince años después sigo pensando en aquellas palabras, que no se si las dijiste tratando de ocultar otra verdad, si fue por despecho o si realmente así lo sentías. Pero ahora ya es tarde, tú no estás y yo hace tiempo que también me fui.

 La verdad es relativa, así como el tiempo. Mi cabello, que no he cortado desde entonces, sigue oliendo a ti, aún paso mis manos entre los pelos acariciando mi cabeza con la misma delicadeza con la que lo hacías tú. Sigo mirando tu lado de la cama y recordando todas las canciones que te mostraba y que tú siempre criticabas, pero que también sé perfectamente que, aunque no lo reconocieras, te agradaban e incluso luego las mostrabas a tus amigos como si hubieran sido un descubrimiento tuyo. Siempre ha habido muchas cosas que tú no sabes que sé.


El recuerdo es una sombra del olvido que me forcé por mantener dentro de mi cabeza. Y a base de forzar el olvido logré tenerte cada vez más presente. Ya no me importa que te pasees por mi cabeza como si nada, ya no me esfuerzo en echarme la culpa a mí de todo lo que pasó. Y aquí, sentada en frente de tu tumba, solo deseo que estés donde estés, sigas acordándote de la chistosa que te deseó, te quiso y te odió.

domingo, 17 de enero de 2016

Un humano

Durante meses estuve fijándome en la matrícula de todos los Ford fiesta que veía por la ciudad. Incluso, una vez, en un viaje a Roma, estuve a punto de saltar por la ventana del coche creyendo haber visto el dichoso Ford fiesta negro matrícula 1448DVS. Aunque fuera materialmente imposible que él estuviera conduciendo por Roma siempre tenía un trocito de esperanza que me hacía sacar la cabeza por la ventana y descuajaringarme el cuello para comprobar, entre arcadas nerviosas, cómo me estaba equivocando de coche y más aún de persona. Kike odiaba viajar.
Cuando nos conocimos, yo siempre le vacilaba diciendo que la DVS significaba: ¿Donde Vas tú Solo?  Y ahora lo recuerdo y me río dictando la obviedad: Kike siempre iba solo a todos los lados. Incluso al cine. Decía que no le gustaban los humanos y que necesitaba bastante tiempo del día para descansar completamente en paz. A veces era un arisco insustancial y otras incluso podía ser un hijo de puta impertinente. Pero quizás eso era lo que le hacía ser tan especial, diferente al resto de hijos de puta impertinentes con los que me he ido topando a lo largo del camino.

Tras esa apariencia de persona huraña todos sabemos que Kike tenía una faceta interna mucho más tierna y humana. Era un hombre que a solas lloraba por la gratitud de estar vivo y completamente sano. Lloraba por los muertos en los atentados, en las guerras, por los fallecidos en los accidentes de tráfico. Derramaba millones de lágrimas cuestionándose el por qué de tanta maldad y maldiciendo al miedo de lo inesperado, de lo fatuo, de lo que le estaba por llegar y no conocía. Lloraba por todas y cada una de nuestras almas y rogaba la huida del miedo y la rabia que le impregnaban las venas cada vez que ponía el telediario. Kike era eso, un humano hijo de puta.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Nació perdida

Estaba sentada en un bordillo, al lado de la puerta de salida de personal. Hablaba con un conocido mío. Me senté al lado de ella a esperar a que vinieran a buscarme y me introdujeron en la conversación sin yo quererlo.
Tenía el pelo tintado de negro y podrido por un exceso de plancha. Llevaba unas gafas de sol que dejaban a la vista las líneas negras que tenía como cejas. Su sonrisa era dura e intuía unos dientes seminegros y unas encías mal cuidadas y del mismo color. Era muy delgada y vestía ropa barata y comida por el tiempo.
-¿Tienes un cigarro? – me preguntó cuando el tercer integrante de la conversación se marchó dejándome a solas con la desconocida.
- No, que va, lo he dejado – respondí.
-Yo también, solo fumo yerba, pero hoy me han echado de aquí dentro- dijo señalando la puerta de las oficinas – y además el cabrón de mi novio debe de andar borracho por ahí… ¡Y espero que ni aparezca en casa esta tarde!
Sonreí sin decir nada. Estaba segura de que si la decía que yo también fumaba yerba de vez en cuando estrecharía la cercanía con ella y estaría hablándome durante toda mi espera. Además supuse que comenzaría a desahogarse y yo tenía tantos problemas en ese momento que escuchar los de los demás me iba a llevar a un bucle sin fin.
-Perdona, ¿tienes un cigarro?- le preguntó a un tipo que pasaba por la calle.
-Sí, toma.
-¿Tienes un mechero?-me dijo a mí cuando se fue el señor.
-Sí, toma – contesté inconscientemente a la vez que metía la mano en mi bolso.
-¿Qué hace una “no fumadora” con un mechero?-preguntó ella riéndose. En esa carcajada pude percatarme del olor a whisky que salía de su boca.
-Bueno, fumo yerba de vez en cuando – contesté arrepentida.
- Eso está bien…¿no tendrás nada por ahí? ¿Vamos y nos tomamos unas cervezas? – preguntó intentando buscar compañía para ahogar sus penas de una manera menos dolorosa.
-Me echaron de aquí – dijo sin apenas darme tiempo a negar su pregunta- porque dicen que le falté el respeto al jefe. ¡Ja! -  dijo subiendo el tono de su voz. ¡Aquí el único que falta el respeto es él, que es un abusador, un esclavista, que nos tiene con la espalda partida todo el día! ¿Y encima pretende dejarme en ridículo delante de todas las compañeras? Eso… ¡eso si que no!- dijo ella.
-Ya me imagino…sé cómo funcionan las cosas en tiempos de crisis. Se aprovechan de nosotros como quieren… -contesté yo en mi afán por empatizar con todas las personas.
-¿Cómo te llamas?-dijo mientras se levantaba para darme dos besos.
-Laura, ¿y tú?
-Me llamo Berta…esta panda de cabrones que me han echado y dejado en la calle… ¡que les jodan!¡hay mil trabajos más! Y encima luego todas esas envidiosas… –dijo Paula
-¿Te tenían envidia el resto de las chicas?-pregunté yo empezando a comprender el asunto de la historia.
-Ni te imaginas…yo era la que mejor trabajo hacía y la que más propinas se llevaba… ¡y en solo un mes! Y ellas muchas veces me robaban lo que me dejaban los clientes…y yo, pues claro...un día también robe… ¡no soy tonta, joder! – dijo Paula, cada vez más nerviosa
Yo sabía que sus palabras no eran más que un producto de la ira y de la tristeza de saber que se había equivocado otra vez. Que la había cagado y perdido otro trabajo más. Que su chico llevaba dos días sin aparecer por casa y que ella, una ex alcohólica, había vuelto a enganchar la botella esa misma tarde.
Había coincidido con Paula en un par de sitios más y ambas veces la habían despedido por lo mismo. Por no querer acatar órdenes, por contestona y mal educada. Simplemente. No había complot, no había esclavismo, solamente había que trabajar sin quejarse. Cerrar el pico y hacer lo que te pidieran, que para eso se pagaba.
Paula no era una víctima del sistema, un caso de precariedad laboral ni una trabajadora explotada. Paula, simplemente, había nacido perdida.

martes, 20 de octubre de 2015

Exceso de estupidez

Somos tan estúpidos que tras siglos de historia seguimos cometiendo los mismos errores sin haber aprendido nada para evitarlos.

Somos tan estúpidos que en vez de hablar de frente y solucionarlo lo hacemos todo por detrás. Somos tan estúpidos que seguimos matándonos los unos a los otros porque parece que en el fondo odiamos nuestra propia especie, nuestro propio ser.

Somos tan estúpidos que nos dedicamos a destruir en vez de crear sacando partido a la inteligencia y racionalidad que nos han sido otorgadas.

Somos tan extremadamente estúpidos que nos arrepentimos de lo que hacemos una y otra y otra vez y volvemos a hacerlo otra vez más.

Somos tan estúpidos que nos creemos más importantes e inteligentes que los demás cuando todos estamos destinados al mismo final.

Somos tan estúpidos que nos molesta que nos molesten y luego nosotros volvemos a molestar.

Somos tan estúpidos que hablamos sin pensar, si es de los demás mejor porque somos unos cobardes incapaces de mirar dentro de nosotros mismos y descubrir toda la estupidez acumulada durante años.

Somos tan estúpidos que los consejos nos sientan mal y en vez de para ayudar nos los dicen para jodernos más.

Somos tan estúpidos que perdemos horas y días en pensamientos que no valen nada comparado con toda la inmensidad que nos rodea.

Somos tan estúpidos que nos dedicamos a ser como las ratas de ciudad, comprando todo, consumiendo más y dejando una huella en el planeta, una puta huella de mierda pintada con el pincel del ego y nada más.

Somos tan estúpidos que no creemos en nosotros mismos ni en nadie o nada más,

Somos tan estúpidos que creemos que la vida es solo para disfrutar, para reír y festejar y no vemos que eso tan solo es artificialidad y no la esencia de verdad.

Somos tan estúpidos que siendo inteligentes nos pasamos años y algunos toda una vida sin hacer nada.

Somos tan estúpidos que besamos sin amar, criticamos sin saber y gastamos sin pensar.


Somos tan estúpidos que no nos damos cuenta de que todos somos igual de estúpidos y que en este agujero no hay hormiga reina o madre, solamente hormiguitas frágiles con idéntico final.

Visitas