Había pasado una mala noche. Se levantó de la cama con una sensación de mareo. Al llegar al baño y sentarse notó que todo le daba vueltas. Se puso las gafas, forzó los ojos para enfocar y se percató de que estaba sufriendo un episodio de vértigo. Hacía muchos años que no le pasaba. La última vez fue en 2015; el médico le dijo que se trataba de las cervicales, el fisioterapeuta le mandó unos ejercicios para relajarse, la de acupuntura le comentó que los mareos podían estar relacionados con problemas en el riñón, mientras que el que le leyó las cartas dijo que todo se debía a una ruptura sentimental. Decidió creerles a todos ellos.
Volvió a la habitación y
se tumbó. Se sentía como cuando en los viejos tiempos se pasaba de la raya con
el alcohol y debía apoyar una pierna en el suelo (echar el ancla) para
controlar esa impresión de dar vueltas en una noria a toda velocidad. Pero esta
vez era mucho peor, en cada latigazo notaba que se salía de la realidad y que
podría desmayarse en cualquier momento. Respiró profundamente y, como habitualmente,
buscó en internet las posibles causas de su malestar. Angustia, ansia,
inquietud, ansiedad, taquicardia, estrés, agobio, mareo, depresión y de nuevo
ansiedad era la palabra que más se repetía. Volvió a respirar profundamente e
intentar apagar su cerebro, que emitía más de setenta mil pensamientos por
minuto.
No eran buenos tiempos
para mantenerse en equilibrio. La situación global, mundial, provincial,
comarcal y de su casa, eran de poca ayuda. “Psicosomático:
es un concepto del psicoanálisis que se refiere a una lesión orgánica que se
considera de origen psicológico. Es un síntoma físico que se supone producto de
un padecimiento mental. - siguió leyendo en la red.
Hacía cinco años que
había terminado la relación con su pareja, tras doce años de noviazgo. El mismo
tiempo que hacía que no sentía ese desagradable vértigo. De nuevo, no tenía ni
puta idea de qué hacer con su vida. Además las opciones estaban presas,
esposadas en la cárcel del COVID19. Si tan siquiera podía salir de su municipio
y con 45 años cargados a la espalda… ¿Dónde narices iba a ir? Se sentía perdida,
desequilibrada, en una caída vertiginosa al vacío.
Cuanto más pensaba en
ello, más vueltas le daba la cabeza así que decidió hacer una de sus meditaciones
semanales. Cerró los ojos, inspiró, expiró e intentó la hazaña de no pensar en
nada. Se quedó dormida media hora más.
Al volver a abrir los
ojos, sintió como el vértigo había disminuido y se encontraba mejor. Se preparó
el desayuno con desgana y se forzó a hacer sus 10 km diarios alrededor del gran
parque. Se dejó llevar entre los sonidos
de sus pisadas, los cantos de los diferentes pájaros y el silencio placentero que
albergan los pulmones de las grandes ciudades. Bajando el ritmo del camino y
con las endorfinas en su punto álgido se dio cuenta de que no podía seguir anclada
al pasado, ni angustiarse por el futuro, que lo único que le quedaba ahora era a ella misma, y que su principal objetivo era su propia paz; y eso no dependía de
nada ni de nadie más que de ella. Aquella tarde, se arregló por primera
vez en mucho tiempo y se decidió a quedar con el chico con el que chateaba
desde hacía largos meses. La ansiedad había sido ese enlace entre el pasado y el
futuro, pero la vida era ahora.