-Está empezando a anochecer. Me hago uno y nos vamos ¿vale?
Quiero llegar a casa antes de que la pequeña se vaya a la cama. No la vi en
todo el día- dijo Ella mirando a su amiga.
Cuando Ella nombró a “la pequeña” se refería a la hija de su
hermano. Desde que esta nació hace tres años habían vivido los cuatro en la
misma casa. La cuarta persona era su cuñada.
Los padres había fallecido años atrás en un mordaz accidente
de tráfico y Ella y su hermano habían sobrevivido juntos en la casa familiar.
-Me voy a ir de esta ciudad. Estoy ahorrando todo lo que
gano para desaparecer de aquí durante un tiempo. Las cosas están muy mal, no
hay futuro…- afirmó.
Sentadas en la colina del parque de al lado del bloque de
edificios donde Ella y su amiga Cristina habían vivido desde la infancia
miraban a lo lejos las sierras desnudas bajo el sol de Junio.
-Yo estoy intentando buscar un trabajo para este verano y
también quiero irme, no se adonde pero aquí ya estoy harta de estar. Siempre es
lo mismo, la misma gente del barrio, los mismos coches, los mismos
capullos…-dijo Cristina con un punto de simpatía.
-Sí es cierto, Cris, es cierto- musitó su amiga.
Ella estaba terminándose el canuto en silencio. El sol
empezaba a bajar, de frente a la montaña. El ambiente era cálido, sin ruidos,
se olía cierto miedo mezclado con una tranquilidad engañosa. Cristina le pasó
el mechero a su amiga y esta le pasó el cigarro, como un gesto de amabilidad.
-¿Sabes Ella? Creo que todo esto es un puta mierda. Me refiero
a la vida, al crecer y todas estas cosas en general. Creo que no sirve para
nada y que cuando muera todo habrá terminado- dijo segura de sí misma.
-Ya…¿pero para qué pensar eso no? Me refiero…vamos a vivir,
a dejar de amargarnos ,que para eso estamos aquí- repuso Ella.
-Cada vez lo veo todo más absurdo. Todo. Empezando por la
humanidad, es ridículo ¿me entiendes? Guerras, religión, hambre, payasos
políticos, corrupción, celos, envidias, la fugacidad del tiempo, enfermedades,
mierda, mucha mierda- dijo Cristina.
-Pues si todo es ridículo, ¡ríete y tómate la vida como una
comedia!- respondió Ella.
- El problema es que yo no tengo sentido del humor y a mi la
vida me parece un drama comercial- dijo Cristina con cierta tristeza y le dio
la última calada al porro.
-Puedes cambiar eso- dijo Ella tratando de animar a su
compañera.
-Pronto lo haré...ya te he dicho que me iré dentro de poco…-
contestó Cristina con absoluta firmeza.
Ella la miró sintiendo una angustia dentro de su cuerpo, en
lo más profundo, pero la vio tan plena, tan segura de si misma, tan
transparente que no pudo contestar a su frase afirmativa; así que simplemente
miró hacia el frente y deseó no perder la esperanza jamás.
El sol se puso, se subieron a sus bicis y pedalearon
despacio hasta llegar a casa, sin prisa, con mucha tranquilidad, pues no era
necesario llegar tan pronto al final.
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