domingo, 26 de febrero de 2023

De vuelta

Ha vuelto a aparecer. Siempre lo hace y viene acompañada de una frenada que nos obliga a levantar el pie del acelerador. No falla a su cita, ya está aquí. Ha venido para recordarme que las cosas no son siempre fáciles (ni siempre difíciles), y a poner de manifiesto que lo único que es esencial es el ahora. La importancia del momento presente, dicen, el equilibrio para la felicidad.

Pero, ¿cómo es posible mantenerse firme, hacer apología del carpe diem cuando ocurren terremotos y derrumbes a tu alrededor? ¿Cómo se puede mantener la entereza, disfrutar de cada respiro sin miedo si no es bajo el efecto de las drogas y el alcohol? Así hacen muchos para poder mantenerse despiertos en el mundo de sus sueños y no en el que les ha tocado estar, pero no, esta tampoco es la solución.

Cuando el dolor está alrededor, solamente queda acompañarlo. Echarle a gritos no sirve para nada. Llorarlo provoca un alivio momentáneo. Hablarlo es un pequeño antídoto ante el veneno que ha sido inyectado.

No queda otra opción más que dejar que este dolor nos meza. Al igual que nos desarrollamos en una balsa de agua, en posición fetal y sin aspavientos, así debemos permitir que el dolor recorra nuestro cuerpo, como algo natural, inherente a la vida en cualquiera de sus formas.

Y es que tengo miedo, lo reconozco. No sé si tengo más miedo a la vida o a la muerte, o a la muerte en vida, quizás. Y es que ¡qué ironía! con lo valiente que soy para todo... Puto miedo, es como una serpiente que se enlaza alrededor del cuello, que te agarra y aprieta hasta dejarte sin conocimiento; me hace perder la perspectiva y me provoca mareos. Me posee y me desboca, se abalanza a mí como un amante ante su presa, el cazador cazado por la bestia agazapada en el olvido.

Solamente nos queda fluir, dejarnos llevar entre las crestas de las olas, a veces más furiosas, otras veces más tranquilas, pero siempre presentes, para que no nos olvidemos de la maravilla que tenemos en el espejo, justo en frente de nosotros mismos, este gran regalo que es la vida. Y es que ante un mar de miedos y dudas o te quedas flotando haciéndote el muerto o navegas a pesar de la corriente.

domingo, 11 de diciembre de 2022

Reconectar.

Llevaba unos años desconectada de mi misma. Como si hubiera puesto el modo avión y hubiera silenciado los estímulos creativos que durante toda mi vida habían estado en ebullición dentro de mi.

Me había pasado los últimos dos o tres años hibernando en silencio, con la cobertura perdida entre el yo interior y el yo exterior. Puede que me dejara llevar por el ambiente en el que me movía, o puede que fuera una elección inconsciente de aparcar la creatividad a un lado e ir a lo fácil, a todo aquello que no fuera complicado y que no conllevara una catarsis. Pero resulta que me estaba equivocando y que quedándome vacía cerebralmente me estaba encerrando a mí misma en una prisión, en un cautiverio en el que los pensamientos negativos y angustiosos se paseaban a su antojo por los entresijos de mi cabeza.

A veces somos nosotros mismos los que nos apagamos por miedo a la pulsión creativa, por miedo al pensamiento lateral, por miedo a todo aquello que nos haga vibrar y salir de una mente cerrada, de lo establecido, del lugar donde nos han metido a cañón.

Siempre le he sacado punta al lápiz. El arte me ha acompañado a lo largo de toda mi vida, bien a través de la lectura, la escritura, el estudio de las artes audiovisuales, plásticas o bien con la observación y reflexión ante lo cotidiano. Me interesa mucho la psicología, el comportamiento humano, el contexto social. Me gusta entender los por qué ante ciertas reacciones y buscarle un significado a todo. Extraigo enseñanzas filosóficas del cine y la lectura pero también de todo lo que ocurre a mí alrededor y, por supuesto, de las personas con las que comparto mi vida, incluida yo misma. Y lo hago porque todo esto me ayuda a sanarme y a crecer desde un punto de vista espiritual. Pero no me acordaba... 

Creo que todo mi encierro mental vino a raíz de la pandemia (siempre la culpable en esta película). Tengo que decir que durante esos meses de angustia en todos los niveles vitales, de subidas y bajadas, de desesperación, frustración, miedo y rabia sí que surgió la llama de la creatividad. Pero en la post pandemia cometimos el error de dar por cerrada una etapa sin haber analizado y sanado sus consecuencias. Nos envolvimos en la sinuosidad del carpe diem, arrasando con el tiempo que supuestamente la pandemia nos había quitado. Volvió el hedonismo pero no nos dimos cuenta de que venía disfrazado, ocultando todas las cicatrices mentales que llevamos arrastrando crisis tras crisis, desde que el 2008 nos convirtió en una generación buscavidas, de triunfantes fracasados. Y eso que yo no me puedo quejar de nada, pero arrastro la conciencia de una generación de personas, de amigos como yo, pero con menos recursos (no me refiero a los materiales) y quizás, con menos suerte.

Un mensaje de madrugada encendió de nuevo la llama del despertar. Hacía más de una década en la que el contacto entre nosotros había sido relegado a mínimos retazos. Y de repente, como habitual durante los últimos veinte años, en el momento preciso, volvió para que mi yo interior hiciera un click y me recordó la persona que era mucho antes de poner el modo avión.

Reconectar es una mirada al pasado, un reencuentro entre dos personas que tienen mucho en común, pues son la misma, pero que ahora, en el grado en el que están, pueden diseccionar las partes con las que se quieren quedar. Para siempre.

Así que estas últimas semanas no he parado de leer, de descubrir música, de ver cine de autor, de desviar el pensamiento fuera de lo cotidiano, de entender y de recapacitar, de hasta incluso hacer una constelación familiar (sin comentarios), de abrir la mente y dejar que entre el aire desde mi ventana interior. De hacer las cosas que siempre me ha gustado hacer. Porque a veces lo único que necesitamos es ventilar el ambiente para dejar paso al aire limpio desterrando la nube de toxicidad que se acumula en nuestro interior.

viernes, 29 de julio de 2022

Breve nota sobre la alexitimia

 Cuando aprendí a escribir le mandaba notas a mi madre para pedirle perdón después de cualquier travesura. Era incapaz de expresarme verbalmente, una especie de alexitimia provocada por algunos de los muchos traumas que nos ocurren de niños y que ni siquiera recordamos. De adolescente siempre estaba mala con anginas. Supongo que lo no dicho se quedaba atrancado en la garganta. Hasta que un día, en la temprana juventud, exploté, me liberé y ahora dicen que hablo hasta debajo de las piedras. 

Esto me enseño 3 cosas:

1.El amor a la escritura gracias a no saber expresar verbalmente. 

2.La necesidad de apoyarme siempre en la psicología para entender el comportamiento humano. 

3.No debemos callar. 

domingo, 3 de abril de 2022

A través de la ventana

Llevábamos más de cuarenta y cinco años veraneando en la misma casa, en el mismo lugar. Como si de un ritual se tratara, todos los 31 de Julio cargábamos el coche de maletas, entre nervios y absurdas angustias. Siempre las mismas conversaciones, los mismos comentarios: que si llevamos demasiadas cosas, que si nos vamos un mes pero parece que nos vamos ocho, que si metamos los abrigos por si hace frio y un sinfín de frases que bien podrían aparecer en los libros de las 100 mejores frases célebres.

Religiosamente nos disponíamos a arrancar el coche pasado el mediodía no sin antes recibir un “tened cuidao y avisad cuando lleguéis” por parte de los treinta miembros de la familia.

Una vez transcurrido el viaje, lleno de canciones que se mezclan entre la rumba, Pink Floyd, Alejandro Sanz y algún que otro partido deportivo, hacíamos una parada de peregrinación en el bar de carretera de siempre, a mitad de camino, no sin un: ya huele a mar.

Y por fin en casa. Esa casa que en sus paredes ha albergado la vida de varias generaciones de la misma sangre y ya la mía propia. Cuatro paredes que acogieron a un joven matrimonio acompañado de sus ancianas protectoras, que nos vieron a mi hermana y a mi dar nuestros primeros pasos, fumar a escondidas los cigarros, dar los primeros besos y que escucharon unos cuantos llantos, generalmente al fin del verano.

Cuarenta y cinco años después de la primera vez que mi padre pisó esa casa, me fijé en él saliendo a ese balconcito con vistas al mar. Ese mar espectador que seguía allí, perenne, como si nada hubiera cambiado en todo este tiempo, esperándonos, verano tras verano, inmerso en su azul Atlántico. Pero al igual que debajo de esa capa cerúlea el mar alberga un sinfín de cambios, de movimientos, de tormentas, de mareas… mi padre tampoco era el mismo de hace 45 años.

Observé cómo sus pupilas enfocaban el paisaje de siempre, cómo sus preciosos ojos verde- azulados miraban con la nostalgia y la inocencia del niño que fue, del joven al que le gustaba navegar en momentos de tempestad y hacer frente a los leones marinos que intentaban derrotarle, siempre valiente y decidido. Y entonces descubrí en esa mirada que mi padre se había cansado de pelear, que ya había llegado el momento de retirarse a descansar, a disfrutar de ese mar desde la orilla, pisando los granos calientes de la arena, sintiendo esa estabilidad que el barco no te da.

Me di cuenta que mi padre se había hecho mayor, que los 70 estaban a la vuelta de la esquina, que su pelo era ya completamente blanco y que su espalda empezaba a mostrar la curva del peso que se ha mantenido durante tanto tiempo. Paré entonces a observarme a mí misma y vi que yo tampoco era aquella niña que corría a los amplios brazos de mi padre en busca de consuelo y seguridad y entonces tomé consciencia de que yo también lo había hecho, que yo también había cambiado. 

¡Y qué rápido pasa el tiempo y que poca cuenta nos damos...! Y ahí, mientras le observaba de reojo, deseando que ese instante durara para siempre, que este instante dure para siempre, me di cuenta de que el tiempo es la vida y la vida el constante cambio que nos acompaña. Y yo lo único que quiero es encontrarme a mi padre mirando el mar por esa ventana con la triste consciencia de que algún día lo hará a través de mí.

lunes, 8 de noviembre de 2021

Crónica de otro planeta: 1ª visita

Mi nombre es SjHDN y vengo del Planeta K. He aterrizado en la Tierra para conocer a la raza humana y la verdad es que vuelvo muy desconcertado con respecto a esta creación que parecía tan divina y colosal.

Seré directo: la mayor parte de las personas que habitan en este lugar se están volviendo gilipollas.

Tras semanas analizando y observando, no llego a entender qué les pasa en la cabeza. Escuché a muchos que decían que con la crisis de un tal "Covid" todos serían más generosos, amables, empáticos, sostenibles, conscientes del mundo en el que están, de las necesidades de los demás, del significado de la vida, de una mayor apreciación del milagro de la humanidad… Tonterías, les vendieron la moto con palabrería.

Durante mi estancia en el planeta me he relacionado con muchos seres, cada uno de su padre y de su madre y muchas veces me pregunto cómo es posible que en un mismo mundo haya personas que viven en realidades completamente paralelas.

Otra de mis principales cuestiones es qué les han enseñado y qué están ellos mismos enseñando a sus hijos. La educación, pilar fundamental en toda sociedad, brilla por su ausencia, cada uno mira por su bienestar y el respeto, comprensión, capacidad de esfuerzo, lucha y la humildad se ha debido de escapar de su centro mental.

Otra de las cosas que me ha llamado la atención es la manera en la que estos humanos están quemando sus cerebros. Se pasan el día enchufados a unos teléfonos móviles que les convierten en autómatas a nivel mental. NOTA1: Recomiendo eliminarlos y que se pongan a pensar. Que comprendan que el conjunto del mundo no es su única verdad, que aquí se vive en Sociedad, donde cada persona es diferente a los demás pero donde el respeto es la clave de la convivencia. En estos momentos veo que ni hay respeto, ni hay valores, ni solidaridad.

El esfuerzo está infravalorado, están dejando de ver más allá que lo inmediato, del ahora, de lo que cada uno quiere ya de ya y a la mierda lo demás. NOTA2: tras eliminarles los teléfonos, encerrarles en un monasterio con 20 libros de los grandes filósofos de su historia.

Hay otra cosa muy absurda que me ha provocado un shock, gente joven y preciosa que vive acomplejada, en la que todas sus fotos tienen filtros donde se cambian su nariz, su boca, ¡hasta su forma de hablar! Todo ello porque no cumplen físicamente con los patrones que han sido marcados por los mercados y además no son conscientes de su propia valía, de la magia de su individualidad. NOTA3: familias, enseñen a amar.

También observo mucha gente que a sus altas edades no tienen ni un año cotizado en la Seguridad Social y siguen viviendo del dinero de sus papas, el cual además es del que no se ha conseguido de manera legal. Desconocen lo que es conseguirlo todo por ellos mismos, el placer de dichos logros, solo viven en una falsa y vacía burbuja de comodidad que no entiendo cómo pueden soportar.

También hay muchas personas que viven por y para enseñar, que no saben valorar, que no han conseguido nada más que aquello que intentan mostrar. Como ese otro tipo, los que dicen que son hippies y viven en un yate de 50 millones, los que defienden políticas y se comportan después de manera contraria a sus falsos ideales. Los que tienen hijos porque no tienen otra cosa que hacer y se piensan que así estarán menos solos, más entretenidos, menos aburridos.

Tanta gilipollez mental me satura. Los humanos me empiezan a dar miedo. Son capaces de asesinar y apedrear. De gritar e insultar a los demás. De machacar y odiar. NOTA 3: eduquen a sus hijos para que puedan buscarse la vida por ellos mismos desde bien jóvenes.

Como resumen de todo lo anotado en esta primera visita, contaré que un día, en lugar llamado “hotel”, donde las personas van a pernoctar, escuché cómo un humano en estado ebrio declaraba a gritos que la limpieza de su habitación había sido una mierda. Y lo que me choca es que él mismo no viera que la única mierda que había era la suya. Decía que pagaba mucho dinero por ello…¿y es que porque pague hay derecho a que escupa en el suelo, que lo llene todo de restos comida, que esparza sus heces por la cama, que arrastre toallas por todo el cuarto y que orine cinco veces sin tirar de la cadena? ¿Es que por tener dinero hay que faltar el respeto a las personas que vienen detrás? ¿Tienen que poner en evidencia a los demás y tener la caradura de decir que quiere una compensación pues no le han limpiado correctamente? Señores humanos, ¿Pero no ven lo ridículo de la situación? ¿Pueden pararse un momento a pensar? NOTA 4: quitar el dinero al que no lo sabe usar y enseñarle a pensar.


FIN DE LA PRIMERA VISITA.

lunes, 26 de julio de 2021

A mi amiga Marta

 Al final, la vida y el tiempo te dan la razón. La más pequeña, la menos resultona, la más tímida del grupo, con el paso de los años resultó ser una gran mujer: una chica intelectual, con clase, educación, respeto, éxito profesional, serenidad y dulzura en sus relaciones, con un abstracto mundo interior y un sentimiento bien amasado de amor propio. Pero, a pesar de todas estas cualidades favorables a cualquier ser humano, hay una cosa en ella que ni siquiera el tiempo puede cambiar, algo que es inherente a la mayor parte de las personas, que casi todos hemos vivido al menos una vez en la vida, algo que quien no lo ha experimentado es incluso capaz de comprenderlo y entender su dolor...¿caéis ya en la cuenta? Me refiero al sufrimiento de una ruptura amorosa, el final de una unión sustancial entre dos personas que de un momento a otro se rompe por completo dejando simplemente algunos retazos clavados en el corazón, habitualmente, de uno de los dos miembros de la pareja.


La primera vez que rompieron el corazón de Marta fue con diecisiete años. Se embarcó en el primer noviazgo "serio" de su vida. Su acompañante tenía veintiuno pero una cabeza y una lista de experiencias que podrían rozar los treinta sin problema, por lo que Marta, se encontraba en completa desventaja en todos los sentidos.
Todo iba bastante bien hasta la noche en la que recibió aquella llamada en la que él le decía que había conocido a otra persona y que ya no quería estar con ella. Así, de repente, en un chasquido, tras un año compartiendo fines de semana juntos, cama, risas, películas, el vaso del cepillo de dientes,¡pum!de un día para otro él la abandonó dejando dentro de ella una marca que para borrarla le llevará largas sesiones de psicoterapia y que incluso se irá con ella al otro lado, lugar en el que espero que no tengan cabida las rupturas amorosas y los guardias del paraíso no dejen entrar a los rompe huevos. 

A raíz de este golpe del destino provocado por un capullo ejemplar, Marta se creó un sentimiento de desconfianza en torno a cualquier ser del género masculino. Les miraba con recelo, atendía a sus palabras conquistadoras desde el banquillo, sin acercarse al campo de batalla, confiando en su instinto anti engaños. Hasta el momento en el que, un año después, otra persona apareció en su vida con el mismo relámpago de excitación que sintió el día que conoció a su primer amor. Y es que,por muchos libros de autoayuda que leas, por muchas promesas que te hagas, por muchas veces que te repitas: “nunca volveré a enamorarme”, no servirá de nada, pues la metafísica amorosa, la mezcla de partículas de la atracción y las hormonas concordantes llamarán a  tu puerta con tanta fuerza que la derrumbarán al primer roce con las yemas de los dedos.

 La fuerza del amor, volvió a introducirse en el pecho de Marta, la cual tiró por la borda todas sus promesas, guardando solamente la más importante: "esta vez no me derrumbaré. Esta vez me amaré primero a mi misma y de esta manera nada me destrozará."

Y Marta, a la quinta ruptura, cogió su corazón, se lo sacó con unos alicates, lo partió en trocitos muy pequeños y se lo comió, para que así nadie pudiera volver a jugar con su miembro vital.


jueves, 3 de junio de 2021

Personas cactus

Los cactus llevan en la naturaleza más de sesenta millones de años. Son plantas del grupo monofilético que han evolucionado a lo largo de los tiempos, es decir, que a pesar de los cambios tienen un antepasado en común. Me parecen unos seres vivos fascinantes.  Acumulan agua en sus tejidos para adaptarse al hábitat, pueden sobrevivir a las sequías y tardan años en dar una flor que apenas tiene unas semanas de vida. Estas flores suelen ser solitarias y, sorprendentemente, hermafroditas. Curiosamente, estudios afirman que tener un cactus cerca de un objeto electrónico puede actuar como purificador ya que repele las radiaciones electromagnéticas notablemente.

Hay personas que son un poco cactus. Tienen una coraza dura y punzante pero guardan raudales de sentimientos y emociones en su interior. A veces, si te acercas demasiado pueden llegar a pincharte e incluso incrustar una espina en tu corazón. Sin embargo, si les cuidas, les mimas y les riegas moderadamente, son capaces de abrirse, sacando lo mejor de sí mismos: una bellísima y singular flor.

A veces no nos damos cuenta de que las personas, al igual que las plantas, somos delicadas y necesitamos el tiempo, la atención y el cariño de los demás. A veces abusamos de cercanía provocando la fuga de un carácter agrio y amargo que puede llegar a agujerear y por consecuencia, herir. En ocasiones no nos percatamos de que detrás de una coraza de frialdad la mayoría de las personas contiene en su interior una esencia completamente diferente a la que vemos y nos equivocamos cuando miramos y no vemos más allá. A veces todo es únicamente cuestión de tiempo y de saber esperar.

Un cactus, al igual que una persona, no es un adorno para llenar estantería en casa si no algo que requiere dosis de empatía y atención por nuestra parte. Y es que al final, te das cuenta de que el conjunto de todas estas acciones proviene del aprendizaje y del fertilizante más potente que existe en este universo: el amor en todas sus formas.

lunes, 3 de mayo de 2021

El vidente

No había pegado ojo. Las fuertes tormentas no pararon durante toda la noche y ahora sentía una especie de resaca torrencial. Salí de la cama sin ganas. El calentador se tomó el día libre y, para despertarme, tuve que ducharme con un chorrito de agua gélida. De camino al trabajo se me paró el coche en mitad de la autopista. Cojonudo, ¿algo más? El día, como esperado, siguió siendo una mierda. Estaba deseando que terminara y volver a la cama, pero antes me acerqué a hacer unas compras. Cuando estaba llegando a la puerta del super, se me acerco un chico muy alto, delgado y con mirada de pocos amigos con algo en las manos haciendo afán de entrega. Una tarjeta publicitaria. Menos mal. Pensé que quería venderme alguna droga o peor aún, que llevaba una navaja para clavármela y robarme lo poco que llevaba. Muchos pensarán que son prejuicios, pero últimamente no me iba muy bien en general, con lo que ante cualquier hecho particular dudaba y mi mente siempre acababa llevándome al lado oscuro.

En la tarjeta ponía: “PROFESOR KUNTA, GRAN VIDENTE. Adelántate al futuro y déjame guiarte a las decisiones adecuadas. Despréndete del pasado de tus ancestros y encuéntrate a ti mismo. Resultados garantizados al 100%”. Me lo guardé en el bolsillo. En mi defensa, debo decir que en ningún momento y bajo ningún concepto, se me pasó por la cabeza utilizar estos “servicios” de dudosa índole, pero sí que me tomé esta entrega como una señal.

Durante esa noche, sumido en una nube de humo de peleas entre mis pensamientos y mi alma y de intentar poner orden a todo el embrollo que se paseaba por mi cabeza, abordé el tema de la herencia familiar. “Despréndete de tus ancestros y encuéntrate a ti misma” - volví a leer en la tarjeta.

A base de revolver ideas, experiencias y sentimientos me di cuenta de que muchas veces las personas, dentro de nuestra nube mental heredada y de nuestro contexto social y experiencial, tendemos a seguir el ejemplo de nuestros ascendientes, padres y abuelos. “Admiro a mi padre, quiero ser como él.”, “mi familia es grande, yo también quiero una familia grande”, “mi madre fue madre joven, yo también quiero serlo”, “mis padres quieren que la estirpe familiar continúe, así que así lo haremos”, “a mi hijo le voy a poner el nombre de su padre y del padre de su padre y del padre del padre de su padre porque es tradición familiar” …

 Y de repente, me di cuenta de que todo en la vida, en tu vida, gira alrededor de una pregunta muy sencilla que muchas veces olvidamos formular. Entonces pregunté: ¿y tú? ¿Qué es lo que verdaderamente quieres tú como persona individual? Entonces ocurrió algo mágico, me liberé, de todo lo que me rodeaba, de la herencia de los traumas vividos por mis antepasados, de un pasado que ni conozco pero que subconscientemente está ahí, de todo lo que tenía metido en la cabeza a base de pico y pala, y ocurrió un milagro: fui yo mismo, sané y aprendí a elegir. Cogí la tarjeta del profesor Kunta y la tiré a la basura. Los videntes no existen, son los padres.

miércoles, 10 de marzo de 2021

Ell@s

Hoy va por l@s que dicen “yo puedo” y pueden, por l@s que de vez en cuando caen por sentirse súper héroes sin poderes pero vuelven a levantarse más potentes todavía, pues ese es el verdadero poder.

A tod@s los que consiguieron independizarse a los veinte, no fue suerte, fue mucho esfuerzo; a l@s que tienen como objetivo conocer más, ser más sabi@s, más profesionales, más human@s con el fin de poder ayudar a cuantos más, mejor, en cualquier ámbito grupal.

A tod@s las que intentan autosuperarse día tras día, a l@s que pueden con un examen de Finanzas II en ingles siendo de letras puras, a l@s que crían sol@s y a l@s que han sido criad@s sol@s, a l@s creativ@s ante las crisis, a l@s que mantienen el buen humor y te sacan una sonrisa, a l@s que aprendieron a decir no, a l@s que les encanta decir sí y probar, descubrir...

A l@s que no desperdician energía con “estoy muy gord@ o estoy demasiado delgad@”(¿cuánto es demasiado?).

A l@s que se dedican a hacer cosas que aportan, a l@s que te vienen a pedir consejo y a l@s que los dan. A l@s que tienen “un buen par”, a l@s que mantienen la calma, la coherencia, la inteligencia emocional, a l@s que de vez en cuando la pierden por completo (¡y qué más da!), a l@s que dan todo o nada, a l@s que se buscan y no acaban de encontrarse (paciencia), a l@s que empiezan y acaban, y al final y siempre, a l@s que aman, a sí mism@s y a los demás.

jueves, 18 de febrero de 2021

Nacimiento prematuro

Todo se torció incluso antes de haber nacido. Soy prematura, me adelanté un mes. Mi nacimiento estaba planificado el 6 de enero, cual regalo de Reyes Magos, pero me apresuré y mi madre parió el día de la Constitución Española. De una u otra manera, ambos eran festivos, pensados para descansar, no para sufrir una cesárea, pero el cordón umbilical estaba enredado en mi garganta y no había otra manera de sacarme de ahí. Creo que ese nudo fue el desencadenante de todo. Me ahogaba, quería salir y luché ferozmente agarrándome a la vida para conseguir escapar lo más rápido posible. Ahora me arrepiento de haber tenido tanta prisa. Como en la famosa escena de una película de autor en la que un plano cenital muestra a la protagonista flotando en una piscina en postura fetal y se siente el silencio, la nada, el principio de todo, el deseo de volver al origen, a mecerse en un océano de aguas calientes y tranquilas. Ay la paz ultrauterina… quien volviera a ella aunque solo fuera unos instantes.

 Mi fama de peleona me precede y mi primer trauma infantil también. Hasta los 25 me ponía siempre mala con anginas, mínimo una vez al mes. Estaba claro que el nudo en la garganta me aprisionó tanto que me hizo, incluso, ser incapaz de expresar mis sentimientos con facilidad, una especie de mutismo emocional, quedándose estos atrancados e infectando mi cuerpo en forma de placas de pus y con dos anginas que solían parecer el par de huevos que me faltaban a la hora de comunicarme, especialmente con los tíos. Alexitimia.

Dicen que la última etapa del embarazo sólo se ocupa de acumular grasa debajo de la delicada piel del bebé, lo que le ayudará a regular mejor su temperatura corporal cuando nazca. Siempre tengo frio, y las manos y los pies a veces parecen escarcha. Además me faltaron 4 cm de altura, unos pechos más grandes, las piernas más largas y un estómago más fuerte. Al sacarme me metieron directamente en una incubadora. Me perdí el primer abrazo de la madre, el calor de la carne y me sentí sola sin su olor. Segundo trauma superado, el sentimiento de abandono y soledad. Pero me ha encantado ser la pequeña de la clase, la que se juntaba con los mayores, la que terminó la uni antes de los 22 y la que se buscó la vida desde que nació.

Algunos investigadores consideran que la prematuridad es una enfermedad crónica. Sin embargo, los afectados no siempre estiman que algunas de estas limitaciones funcionales sean un problema, lo que refleja una enorme capacidad de resiliencia y adaptación. De hecho, la prematuridad también puede tener otras consecuencias sorprendentes. Por ejemplo, los adultos que nacen prematuramente suelen tener una personalidad diferente. Diferente, que no anormal. Eso que me llevo.

 

 

miércoles, 10 de febrero de 2021

Psicosomatismo

Había pasado una mala noche. Se levantó de la cama con una sensación de mareo. Al llegar al baño y sentarse notó que todo le daba vueltas. Se puso las gafas, forzó los ojos para enfocar y se percató de que estaba sufriendo un episodio de vértigo. Hacía muchos años que no le pasaba. La última vez fue en 2015; el médico le dijo que se trataba de las cervicales, el fisioterapeuta le mandó unos ejercicios para relajarse, la de acupuntura le comentó que los mareos podían estar relacionados con problemas en el riñón, mientras que el que le leyó las cartas dijo que todo se debía a una ruptura sentimental. Decidió creerles a todos ellos.

Volvió a la habitación y se tumbó. Se sentía como cuando en los viejos tiempos se pasaba de la raya con el alcohol y debía apoyar una pierna en el suelo (echar el ancla) para controlar esa impresión de dar vueltas en una noria a toda velocidad. Pero esta vez era mucho peor, en cada latigazo notaba que se salía de la realidad y que podría desmayarse en cualquier momento. Respiró profundamente y, como habitualmente, buscó en internet las posibles causas de su malestar. Angustia, ansia, inquietud, ansiedad, taquicardia, estrés, agobio, mareo, depresión y de nuevo ansiedad era la palabra que más se repetía. Volvió a respirar profundamente e intentar apagar su cerebro, que emitía más de setenta mil pensamientos por minuto.

No eran buenos tiempos para mantenerse en equilibrio. La situación global, mundial, provincial, comarcal y de su casa, eran de poca ayuda. “Psicosomático: es un concepto del psicoanálisis que se refiere a una lesión orgánica que se considera de origen psicológico. Es un síntoma físico que se supone producto de un padecimiento mental. - siguió leyendo en la red.

Hacía cinco años que había terminado la relación con su pareja, tras doce años de noviazgo. El mismo tiempo que hacía que no sentía ese desagradable vértigo. De nuevo, no tenía ni puta idea de qué hacer con su vida. Además las opciones estaban presas, esposadas en la cárcel del COVID19. Si tan siquiera podía salir de su municipio y con 45 años cargados a la espalda… ¿Dónde narices iba a ir? Se sentía perdida, desequilibrada, en una caída vertiginosa al vacío.

Cuanto más pensaba en ello, más vueltas le daba la cabeza así que decidió hacer una de sus meditaciones semanales. Cerró los ojos, inspiró, expiró e intentó la hazaña de no pensar en nada. Se quedó dormida media hora más.

Al volver a abrir los ojos, sintió como el vértigo había disminuido y se encontraba mejor. Se preparó el desayuno con desgana y se forzó a hacer sus 10 km diarios alrededor del gran parque. Se dejó llevar entre los sonidos de sus pisadas, los cantos de los diferentes pájaros y el silencio placentero que albergan los pulmones de las grandes ciudades. Bajando el ritmo del camino y con las endorfinas en su punto álgido se dio cuenta de que no podía seguir anclada al pasado, ni angustiarse por el futuro, que lo único que le quedaba ahora era a ella misma, y que su principal objetivo era su propia paz; y eso no dependía de nada ni de nadie más que de ella. Aquella tarde, se arregló por primera vez en mucho tiempo y se decidió a quedar con el chico con el que chateaba desde hacía largos meses. La ansiedad había sido ese enlace entre el pasado y el futuro, pero la vida era ahora.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Fatiga pandémica

Hace un año que mi mundo, al igual que el de millones de personas, cambió. Las emociones  iniciales fueron similares a que surgen ante una pérdida: el shock y la incredulidad. Los pensamientos más recurrentes, nacieron del ego: por qué esto a mí, qué he hecho mal, qué mala suerte.

Después de la caída, llegó el despertar, la asimilación y aceptación de todo lo que estaba ocurriendo y del cambio radical de más de 180 grados que tuvieron nuestras vidas. De un día a otro literalmente, todo se dio la vuelta: sin trabajo, sin libertad, sin vernos, abrazarnos o despedirnos. Tanto tiempo en casa provocó la apertura de la caja de Pandora y que millones de pensamientos (el 90% de ellos negativos) invadieran nuestras mentes. Falta de concentración, creatividad bajo mínimos, ilusión desgastada… Nuestros cuerpos mutaron en espaldas con grandes chepas, pesadas; nos hicimos pequeños, nos engulló nuestra propia burbuja. Días de subidas, días de bajadas en la montaña rusa de nuestras emociones. Y de nuevo, la boca de la ballena se abrió y ahí estuvimos, remando y aprendiendo a dirigir el oleaje con nuestros fuertes remos que en ningún momento llegaron a romperse.

Y durante todo el viaje, también hubo lugar para el recuerdo de lo antiguo y la transición hacia lo nuevo, una mezcla entre lo vintage y lo futurista, el impresionismo y el surrealismo. Volvimos a pararnos a apreciar los colores del cielo, disfrutar de un paseo a la orilla del mar, a sentir el amor, a labrar la amistad, despedir lo desgastado, reutilizar lo anticuado y replantear ese futuro que está por llegar. Con esperanza, entre telas de araña que a veces se pegan entre los dedos, como nuestros sueños, legañas incrustadas en las cuencas de los ojos que nos quitan visibilidad. Entendiendo que todo en esta vida son ciclos, olas para surfear y sobre todo, sin olvidar que ante todo lo demás, tú eres el que debe agarrar fuerte el timón y en esa marejada, hacer todo lo posible para mantenerte en equilibrio. Todo pasará. La orilla cada vez está más cerca.

martes, 26 de enero de 2021

Una mala noche

 Son las cuatro y media de la mañana. No puedo dormir. Me agobia mucho el hecho de que dentro de tres horas tengo que estar en pie y que llevo el doble metida en la cama. Sudo. Tengo calor, doy vueltas de un lado al otro en busca del gustoso frío de las cálidas y sudorosas sábanas blancas de agosto.


Mañana me espera un día muy largo, demasiado como para seguir despierta a estas horas. El ruido del reloj me absorbe en un círculo vicioso en el que los segundos pasan el doble de rápido. Y sigo sin dormir. Me obsesiono tanto con el tic tac tanto que termino levantándome y dejando el reloj en el baño. Aún así, a veces sigo oyéndolo. O no, quizás es paranoia. Vuelvo a levantarme y lo meto en el cajón del mueble de los potingues. Me mojo la cara, me miro al espejo. Estoy cansada, me siento como si estuviera en un after party, pero sin diversión alguna. Vuelvo a la cama, me pongo los tapones de los oídos para centrarme en el sueño. Me los acabo quitando, esos tapones que me compré en el viaje a Tailandia eran lo más parecido a tener los dedos índices metidos en tu oreja tras cuatro horas en remojo. Duros, fríos, con arrugas….

Mi cuerpo está agotado, he estado trabajado doce horas y he comido mierda de una cadena de comida rápida. Seguro que por eso no puedo conciliar el sueño. El estómago me está provocando todo esto. Voy a la cocina y me tomo el jarabe antigases lo antes posible. Se que no me dormiré hasta que no lo haga. 

Vuelvo a la cama, completamente concentrada en dormir de una maldita vez. Miro el reloj, son las cinco y media. Oh, dios mío, solo voy a poder dormir dos horas, ¡dos malditas horas otra vez! Me resigno…estaré bien, soy una chica fuerte y esto acabará pronto. Tan pronto como encuentre otro trabajo y deje de limpiar la mierda de dos oficinas y un chalet a seis euros la hora.

Se que algo mejor me espera, si reduzco el pensamiento de que tendré que pasar muchas horas de mi vida en el médico que intentará arreglar los dolores de espalda provocados por limpiar váteres llenos de cagadas. Ya me empieza a doler. Noto mis riñones hinchados, como si estuviera premenstrual en plena ovulación. Mierda, este trabajo me está destrozando. Pero no puedo dejarlo. No tengo otra opción.

Y sigo sin dormir y son las seis de la mañana. Mi cerebro en marcha, pasa por un sin fin de pensamientos presentes y futuros. Aunque lo que más me martiriza la cabeza es el pasado. Quisiera olvidarlo, pero no puedo. Aparece cuando menos me lo espero. Y duele. Intento ser fuerte y darle la espalda. A veces hasta me pongo los guantes de boxeo para luchar contra él. Lo noqueo pero se levanta de nuevo tres días después y vuelve a aparecer pegando fuerte. ¡Malditos recuerdos! Me gustaría exterminarlos. Son una plaga que no te deja avanzar en un campo de maíz. Como si alguien te tirara de la espalda hacia atrás y no te dejara avanzar en cada paso en vano.

Me acuerdo de ti, sí, me acuerdo mucho de ti. De cuando tampoco podías dormir por las noches y me llamabas a las seis de la mañana para escuchara el canto del gallo del corral. Era tu forma de darme los buenos días y de desahogarte ante tu falta de sueño. Pero luego siempre venías. Directo a mi cama, a despertarme de una forma más agradable que aquellos alaridos. Y un día te fuiste, sin quererlo. Fue tu sino. Y ya no estas. Y te busco en mi cabeza y solo recuerdo aquella cama vacía de hospital y ese olor a muerte. Y lloro. Y vuelvo a levantarme al baño a secarme las lágrimas con una toalla pues ya he terminado con todos los pañuelos de papel de la mesilla.

Intento dormir, de nuevo. Y no puedo. Doy un pequeño grito de rabia y en ese momento Carlos se gira hacia mi asustado y me da un beso medio sonámbula. Él si que puede dormir.

martes, 19 de enero de 2021

Lo natural

Las redes sociales se ha convertido en algo comparable a Puerto Banús: un auténtico escaparate humano; y nosotros somos sus modelos, ridículos hasta con filtros, que paseamos enseñando las “cosas buenas” de la vida (subjetivamente hablando, claro), poniendo etiquetas y disfraces marketinianos a todo lo que nos rodea y, a veces incluso, a nosotros mismos.

Convertimos a niños en modelos de fotografía y en carnaza para perturbados que navegan a sus anchas entre nuestros datos y falsa privacidad, influimos en el incremento de los complejos entre los adolescentes y adultos, posamos y pedimos a nuestros novios que nos saquen fotos y les regañamos si no nos la sacan como queremos. Ponemos morritos ilusorios, metemos barriga, nos cambiamos el pelo (y el cerebro) de lado, posamos, posamos y posamos, filtro aquí, filtro allá…Nos denudamos, nos exhibimos, nos retocamos, que si las mechas, que si el botox, que si la celulitis fuera, que si los ojos verdes, que si la papada… y al final terminamos perdiendo el tiempo y transformándonos únicamente en esclavos mediocres y angustiados.

Lo peor de todo es que nos cargamos de absurdas frustraciones, de deseos irrisorios, de egos inflados; a la vez que nos alejamos cada vez más de nuestra esencia, de nuestra alma, del quienes somos y adónde vamos.

¿Sabéis esa gente que se pasa el día diciendo literalmente lo súper felices que son y cuanto más lo repiten más nos damos cuenta de que no están viviendo la vida que les gustaría vivir ni están en equilibrio consigo mismos? Pues eso son las redes sociales. Hablan mucho, pero dicen bastante poco. Y a mí la verdad es que me gusta más la gente honesta, la que va de frente, la que te dice que lleva unos días echa una mierda y a la semana se levanta y te dice que ha enfrentado su problema y está mucho mejor. La que te coge una videollamada recién levantada con el pelo despeinado y la piel llena de grasa. La que te escucha, la que habla, la que te cuenta y comparte sus miedos con los tuyos. No sé, lo natural, lo que al fin y al cabo somos y sentimos todos debajo de nuestra piel, ¿no?

viernes, 8 de enero de 2021

Mirar de frente

Sentir la chispa, el estímulo que te acerca más a la vida, el aliento de la pasión exhalando lentamente su dulzor... Manos recorriendo caminos impensables y bocas que traspasan límites que nunca fueron marcados. Porque todo es posible entre las paredes de la habitación que abarca una historia inconfesable cargada de sin sentidos ni razón, construida de fuego interior, de palabras sin decir, de silencios agradables, de copas rebosantes, de gritos y suspiros.

Una historia de miradas encontradas que encuentran sin buscar un sinfín de matices. Miradas que se hablan sin decirse nada, miradas de deseo, cargadas de ansiedad, latentes ojos abiertos y brillantes que siempre piden más, que te traspasan el pecho haciéndote sentir atravesada por una flecha lanzada a la espalda.

En la distancia se distingue que todo empezó por un deseo, un capricho sin más, un vacío que llenar. “será mía” y no será por casualidad. El afán de la conquista, de la presa por cazar, el deseo de lo desconocido, el misterio por lo que habrá. Las ganas de recorrerle trazando rutas sin destino final.

Humedecer los fogosos labios deleitándome en las pequeñas y sabrosas comisuras; el olor de lo distinto, la oscuridad de las velas, el sonido transformador que va llevando a los cuerpos a una intensa catarsis. Y entre los susurros, las palabras envolventes y las miradas indescriptibles, lanzadas y preparadas al azar.

Abriendo las piernas al calor, al confort de unos brazos que abarcan tu pecho desnudo. Miradas de frente, palabras cruzadas... Mi egoísmo no sabe donde esconderse, haciéndome confuso y asustadizo ante una situación inmanejable con un final inimaginable.


 

jueves, 24 de diciembre de 2020

Nochebuena

Este año no nos haremos la mítica foto de primos con la abuela en la escalera de la casa de la tía, no se escucharán las risas estrambóticas de las Koplovich ni recordaremos al abuelo gritando "¡Roooosaaaaaa!" ni Alba gritará "¡Viceeeeenteeee!".

Este año el tío Carlos no pelará la piña como un melón, ni el tío Antonio nos vacilará con premios escondidos en los regalos chulos del juego de los dados. Nadia no esperará ver a Papa Noel por la ventana, la prima Rocio no pondrá bonitos nuestros nombres en la mesa y el tío Paco no estará en el jardín preparando el rico cochinillo. Nos perderemos los chistes malos del tío Juanma, la lombarda de la abuela y las risas y la ilusión de Eva, Saúl, Fochi y Elena, más conocidos como “Los Fochis”. Este año Vicente no saldrá por Majadahonda y tampoco imitará el baile de la prima Ilsayid; la tía “Chuches” no nos sorprenderá y nos hará creer de nuevo en la magia y el amigo invisible será más invisible todavía.

 Este año nadie le dirá a la tía Ana que deje el purito ni ella nos dirá que nos quedemos embarazadas y la tía Rosi no nos pillará fumando en la habitación y nos regañará entre sonrisas. Este año la prima María no imitará a las blogueras, no veremos al pequeño Balti y Pati no nos contará sus cotilleos ni grabará stories con las primas mayores. La prima Ana no dirá que está borracha con una copa de vino, ni Silvia se partirá de risa de nosotras. No brindaremos mil veces, ni probaremos un cocktail de Csabi y no jugaremos al póker ni al Chinchón de resaca el día 25. Este año Sarita se quedará sin conocer el show que monta su familia en Nochebuena…y es que este es el primer año de nuestras vidas que no estaremos juntos. Pero si hay algo muy importante que nos quedará en estas Navidades y es que este maldito año nos ha demostrado más que nunca que una familia unida que se apoya y se quiere  jamás será vencida. Os quiero familia. Salud y amor.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Geranios en flor

A las 8:42, como cada día desde hacía diez años, la canción de “La bamba” retumbaba en sus oídos.  Pablo apagó con un golpe seco su despertador  y con un bostezo se levantó de la cama. "Un día más, un día menos" - pensó de nuevo.

 Nada más poner un pie en el suelo lanzó un grito de dolor. Se había clavado uno de esos diminutos cristales de la botella de ron que bebió y posteriormente destrozó la noche anterior. Terminó de subir la persiana de la habitación y se encendió un cigarrillo. Llovía. Mal empezaba su rutina. 

Después de un desayuno basado en una gran dosis de cafeína, y una ducha de agua fría de más de diez minutos salió a la calle. Diluviaba. Además esa mañana volvía a tener aquel chispeante dolor de cabeza con el que amanecía todos los lunes.

Recorrió el mismo camino de siempre: mirada al suelo, música en sus oídos y como complemento el pitillo colgando de su mano. Andaba cerca de dos kilómetros para llegar al trabajo. Pero lo prefería, no le gustaba el transporte público, se agobiaba rodeado de, lo que el denominaba, "la masa". Para él la gente era como un rebaño de ovejas, todos iguales, haciendo lo mismo, pensando lo mismo, siguiendo las mismas ridículas y absurdas modas. Desde hacía mucho tiempo, nadie le aportaba nada.
Llegó a su despacho y como cada mañana a las 09:30 abrió su correo electrónico y se sirvió un café solo. La bandeja de entrada estaba vacía, únicamente había treinta correos absurdos que no hablaban de nada. Aborrecía casi todo en su trabajo, sobre todo a su compañero Javier, un chico algo más joven que él, demasiado hablador y con apariencia de felicidad empalagosa en el rostro. Pablo realmente le odiaba. Su monólogo matutino esa jornada trató sobre la primavera, le echó el típico discurso de que en esta época todo es más bonito, todo florece, hay más luz, los días son más largos y uno está más feliz… Pablo intentó hacer oídos sordos para no vomitar.

Esa misma tarde, cuando terminó su turno y se disponía a meterse un trozo de bocadillo de tortilla en la boca recibió un mensaje en el móvil. Era Gabriela, una chica más joven que él con la que solía verse a menudo. “ ¡Otra vez! Qué pesada…” - pensó. Pero tras leerlo repetidas veces y esforzándose por dominar su pequeña y mínima motivación,  acudió a la cita que ella le había propuesto. 

Nada más verse se besaron repetidamente. No se dijeron ni una palabra. Tampoco era necesario, cada uno tenía claro el rol que tenía que seguir en esa relación.
Pasaron horas en la cama. Tocándose, hablando, descubriéndose el uno al otro. Cuando se levantó para vestirse de nuevo, Pablo volvió  a sentirse igual que hacía unas horas, su auto maltrato mental y sus pensamientos depresivos volvieron a aparecer como un escalofrío.
La chica feliz  de la sonrisa permanente y de los ojos brillantes le cogió de la mano y le llevó hasta su balcón. Quería enseñarle algo antes de que se fuera.  “Mira Pablo, qué grandes están los geranios. Han florecido mucho durante estos últimos diez meses que has estado viniendo por aquí...” - dijo Gabriela dulcemente.
Pablo permaneció callado durante más de diez segundos. Al fin, con una sonrisa verdadera en la cara le dijo: “Es lo que tiene la primavera...puede ser maravillosa, ¿verdad?”. 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

El síndrome de Peter Pan

Miré el reloj y eran cerca de las siete. Me acerqué a la habitación principal y levanté levemente una de las grandes persianas que habíamos bajado para alargar una noche que no queríamos que terminara jamás. Dos rayitas brillantes enfocaron de lleno mis pupilas y sentí un escalofrío. 

Volví al salón donde estaban mis cuatro personas favoritas. Hacía ya cinco años de esta conexión. Ellas habían formado parte de mi crecimiento, de mi paso de la adolescencia a la juventud y a día de hoy podría decirse que también a la madurez. Eran parte de mi ser, como un brazo o una pierna. Cada cual se había hecho un huequito dentro de mi corazón, el cual me perjuró que ese sentimiento duraría para siempre, aún sabiendo que la palabra “para siempre” sólo dura los dos segundos y medio que tardas en pronunciarla.

Agarré una cerveza del bol con hielos, ya casi deshechos y me senté a observarles. Estaban pletóricos danzando como si el mañana, que ya era hoy, no existiera. Les miraba y sonreía. Sentía cómo disfrutaban la música, notaba el amor y el cariño que corría entre todos ellos, pero en un instante mi sonrisa se borró y me invadió una horrible melancolía. Mi cerebro se empezó a contradecir, no quería que esa noche terminara, quería que todo fuera como antes, como ahora, como siempre, pero eso no iba a poder ser ya que en aproximadamente ocho horas cogía un vuelo a Paris, ciudad de la que me había enamorado tras un intenso Erasmus. Iba a probar suerte buscando un trabajo relacionado con nuestros estudios, ya me había cansado de Madrid y era hora de mover el culo. Algo me decía que no volvería en un largo tiempo.

Blanca se mudaba a Londres en un par de días. Se había empeñado en conocer Reino Unido y estudiar un máster. Llevaba años planeándolo y por fin se había atrevido. La verdad, es que me sentía muy orgullosa de ella, porque aquella niña con la que compartí secretos inconfesables, risas y llantos por doquier, diera uno de los mayores pasos de su vida (hasta el momento). Además, mantenía la esperanza de que nos visitaríamos mutuamente y que, por supuesto, hablaríamos por Skype mínimo una vez a la semana.
Me miró y me sacó la lengua. Yo la hice un corte de mangas. Así era nuestra relación, éramos una pareja de amigas que se complementaba a la perfección.
En ese momento Miriam me sirvió una copa, "¡vamos Andrea, que no decaiga, levántate a bailar!"- me dijo entusiasmada. Miriam había sido una de las primeras personas que conocí al entrar en la Universidad. Con ella me pegué mis primeras borracheras y compartí los primeros llantos y rupturas, era una delicia de persona, un ser de plata con un corazón bañado en oro. Me gustaba su lado salvaje, que solo sacaba de vez en cuando, me recordaba mucho a mi. Me juré que jamás le perdería, que siempre estaría a mi lado.  Era la típica persona con la que podías contar para todo y para nada. Ahora se iba un año a vivir al otro lado del océano con su novio. 

Llevaba media hora ahí sentada, en mi pesadumbre y con mi drama mental cuando Benja puso una de nuestras canciones favoritas y vino corriendo a sacarme a bailar. Era el “Because we are your friends…”, uno de nuestros himnos en esos tiempos. Nos conocimos bailando y se que bailando acabaría esto. Él también se iba a Inglaterra a perfeccionar su inglés. Me entristecía pensar que se acabarían esas divertidas tardes en su casa solo conversando, riendo y fumando cigarros hasta las tantas. O uno de esos viernes que de repente se convertían en domingo como si no existiera nada más alrededor nuestro que la música y el amor. Salir con él de fiesta era de lo más divertido que podía pasarte. Además de todo esto Benja era mi confesor, mi arregla mundos, mi chico al que le encantaba vestirse de chica y al que le podía contar todo sin ningún tipo de reparo; la persona que me calmaba y arreglaba cuando tenía un día malo y viceversa. Era único. Aunque se juntaba con gente con la que, a mi parecer, no debiera juntarse. Pero, según él, yo también me juntaba con tíos con los que no debía juntarme así que estábamos en igualdad de condiciones.

Volví a mirar el reloj y ya eran las ocho. Esa hora había pasado tan rápido como los cinco años que hacía que nos habíamos conocido. Y es que es cierto eso que dicen de que la vida pasa más rápido a medida que vas creciendo. Ni trampa ni cartón, los adultos estaban llenos de razón al decirme "disfruta de tu juventud".

Una de nuestras canciones“erizapelosdelbrazo”, Oasis, Wonderwall empezó a sonar. En ese momento, nos limitamos a hacer un círculo en medio del desastroso salón que habíamos dejado tras más de diez horas de postfiesta y nos abrazamos. No nos mirábamos a las caras, solo el tacto del abrazo era suficiente para experimentar aquella sensación común de alegría y melancolía mezclada con el azúcar de la existencia. Supimos que era la hora de la despedida, el final había llegado.Todos ellos remarcaban que eso no era el final, que la distancia no iba a cambiar nada, que realmente era el inicio. Para mi era, efectivamente, el inicio del final. Subimos las persianas y fin. 

Blanca hizo y posteriormente rehizo su vida en Londres. Ya han pasado tres años desde entonces, hablamos una vez al año. Se que le tengo para lo que necesite pero ya ni siquiera me sale contarle mis problemas. Demasiadas vivencias separadas que le hacen a una cambiar su fuero interno. Y la verdad es que es una enorme pena que las cosas terminen así, pues las verdaderas amistades, como esta de la juventud, son las que recordarás cuando estes sentada en tu sillón haciendo punto con los pies metidos en agua fría. El caso es que yo preferiría reir haciendo punto con ella a mi lado.

En cuanto a Miriam, no volví a verla ni siquiera a su vuelta de Estados Unidos. Vive en la misma ciudad que yo desde hace años. Ahora sale por otros sitios, con gente completamente distinta (a mi y a ella misma) y estoy segura, de que si hablara con ella, también hablaría de otra manera. Aquel tipo le absorbió. Me gustaría tanto verla, me gustaría tanto que todo fuera como antes de levantar aquella persiana...Me di cuenta de que lo que me pasaba es que no quería crecer, quería congelar ese instante de felicidad plena, de juventud, de alegría, sin problemas y quedarme varada para siempre, con ellos, con mis mejores amigos. Tenía el síndrome de Peter-Pan y ellos eran mi Campanilla, la luz de todos mis días, la alegría del vivir, esa que no ha de perderse nunca.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Hoteleros

“El turismo es eterno, es un sector que jamás morirá y aún menos en España, que, desde hace décadas, es uno de los países más visitados a nivel planetario. Tened por seguro que aquel que decida trabajar en el mundo de la hotelería, tendrá trabajo asegurado para toda una vida”. Esta era la frase con la que los profesores de 1º de Turismo inauguraban el curso y que retumbó en mi cabeza en marzo de 2020, año que plantó un ¡zas en toda la cara! a todos aquellos que no vaticinaron esta impensable, pero real pandemia, que nos ha sumergido en una de las crisis MUNDIALES (lo remarco ya que ciertamente alivia el tan repetido “mal de muchos, consuelo de tontos”) más devastadoras que ha vivido la sociedad desde que tengo uso de razón.

Pero antes de sumergirnos en el río de barro de los tiempos que corren, retrocedamos y recordemos de dónde venimos. A mi generación pertenecen aquellos que superamos los 30 pero seguimos por debajo de los 40. Se nos conoce como Millennials, NINIS o simplemente “generación perdida”, da igual el nombre, el concepto es el mismo. Si algo tenemos en común es que la mayoría de nosotros tuvimos la grandísima suerte de poder estudiar una carrera, formarnos con masters, doctorados, idiomas y mudanzas a Londres o a Irlanda. Cuando por fin estábamos listos para despegar en el ansiado y apasionante mundo laboral, nos dieron en la cara con el ladrillo de las crisis de 2008, otra gran recesión que, en este caso, afectó principalmente a España. En aquel momento, el que pudo sobrevivir (hablando en plata, aquellos con padres y madres con pasta) pudieron salir adelante, los demás, tuvieron que “reciclarse” o “reinventarse” cuando todavía ni siquiera habían sacado rendimiento a sus conocimientos y habilidades. Aun así, con mucho tiempo, esfuerzo y creatividad, lograron ganar, o al menos salir inmunes de la batalla.

Una década después de la hecatombe, cuando todo parecía coger su ritmo y sintonía, llegó el Coronavirus, SARS2, COVID 19 o también conocido como “el puto bicho malo” y nos confinaron en casa durante meses. Presagiando la negatividad de la siguiente frase, la esquivo nombrando algo positivo, ya que fue en este momento en el que tuvimos, por fin, tiempo. Tiempo para pensar, para plantearnos cosas, para recordar, para ordenar la biblioteca en orden alfabético, para disfrutar del café del desayuno sin mirar el reloj, para dormir hasta las once si nos da la gana, para que los abrazos con tu pareja fueran infinitos o para, por ejemplo, escribir sobre todo aquello que me ha rodeado profesionalmente durante los últimos 10 años.

Volviendo al tema del turismo, tampoco borraré las palabras de uno de mis primeros mentores en el mundo de la hotelería: “este trabajo es para aquellos que están hechos de otra pasta”. Es una profesión sacrificada, en la que mientras todos descansan y están de vacaciones, tú les estás haciendo disfrutar de las mismas. Una forma de vida donde los planes son improvisados, quizás en Octubre en vez de Agosto, con celebraciones postergadas o perdidas, donde los cumples, aniversarios, puentes o roscón de Reyes se celebran de otra manera o incluso no se celebran. 

Pero es un trabajo excitante en el que cada día ocurre algo completamente diferente al anterior, que te permite relacionarte con todo tipo de personas constantemente, donde eres un solucionador nato de problemas de cualquier ámbito, con los que creces profesional y humanamente a medida que pasan las horas, donde los retos están a la orden del día y tienes el placer de hacer que la gente disfrute teniendo una repercusión directa en su felicidad. Gracias a él, tu curriculum añade nociones de psicología, coaching, enfermería, docencia, formación de formadores, comunicador, chamanismo, hombre o mujer del tiempo, decoradora, embaucador, investigador, CSI, celestina, actriz y muchos más.

Los grandes empresarios dicen que si sabes dirigir un hotel, eres capaz de dirigir y gestionar cualquier tipo de negocio. Y es que un hotel es un mini mundo que abarca multitud de ámbitos, desde el mantenimiento de las instalaciones, la creación y el diseño de productos, servicios y experiencias, marketing, comunicación, sostenibilidad, relaciones con clientes, la contabilidad, la decoración del ambiente y el lugar, la división de habitaciones, las ventas,…en resumen, la  gestión de más de 15 departamentos completamente diferentes uno del otro pero cuya implicación individual es tan relevante que si uno de esos eslabones cae, toda la cadena se rompe. Cada día pueden tomar decenas de decisiones que implican acciones de peso para cada uno de esos departamentos. Se trata de dirigir una orquesta donde lo más importante son las personas y que, por lo tanto, también conlleva un gran trabajo en cuanto a gestión de equipos, motivación, formación, crecimiento y desarrollo de los mismos y un largo etcétera. Y es por todo eso por lo que amamos la hotelería y, por ello, personalmente, amo mi profesión.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Mientras duermen

Un lugar en el que un individuo haciendo y diciendo gilipolleces vacias, sin contenido, tiene dos millones de seguidores que imitan su absurdo ejemplo.

Un país en el que una persona mediática que lo único que hace es hablar sobre los demás cobra treinta veces más que el medico que salva vidas a diario.

Un sitio en el que un corte de pelo de moda da más que hablar que el avance de la ciencia y la tecnología; donde la desconfianza, la crítica, los juicios de valor, la envidia y el cotilleo están a la orden del día, donde se mira con los ojos y no con el corazón, se aplaude al guapo y se insulta al feo. 

Un lugar en el que las palabras son lanzadas al aire a través de un matasuegras y la manipulación inconsciente está a la orden del día.

Un lugar en el que abundan los catetos que se creen cualquier mierda que aparece en cualquier absurda fuente de información sin contrastar.

Un lugar en el que te hacen creer que algo es tu pasión para que lo conviertas en misión de vida. 

Y, sin embargo, a pesar de todo, amo este lugar, pero cuando todo el mundo está durmiendo.

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